Reportajes y Especiales

DDHH olvidados: “Yo misma me dediqué a averiguar la muerte de mi hijo”

1 de marzo de 2021

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El joven Luigi Guerrero fue herido en una manifestación en el estado Táchira el 23 de enero de 2019. Ante la negligencia de los cuerpos de seguridad y de justicia, su madre se encargó de investigar la muerte de su único hijo


Luigi Guerrero nunca había ido a una marcha. Pero el 23 de enero de 2019 se animó a salir a las calles a manifestar. Lo decidió esa misma mañana cuando vio cómo las personas de su comunidad se preparaban para ir al centro de Táchira, donde tendría lugar la concentración. Vio que sus vecinos iban en grupos, familias completas con niños, y le pareció que no habría peligro.

Como fue de imprevisto y no había hablado con sus amigos para ir a la concentración, fue solo. Le dijo a su madre Julieta Ovalles que a eso de la 1:00pm ya estaría de regreso. Para evitar que lo robaran, dejó su cartera con sus documentos en casa y se fue con un termo de agua y unas mandarinas.

El reloj marcó la 1:00 pm y no había señales de Luigi. Dieron las 3:00 pm… Y nada. Julieta comenzó a preocuparse porque no sabía nada de su único hijo. Desde su casa escuchó en la radio del vecino que en el centro había enfrentamientos, dos muertos y ocho personas heridas. Inmediatamente pensó que a Luigi le había pasado algo.

“Él era muy responsable y tenía que trabajar en la tarde. Además que él no estaba acostumbrado a la violencia y es una presa más fácil porque no sabría cómo actuar. Yo me lo imaginaba a él atrapado en medio de todo eso sin saber qué hacer”. 

Julieta se acercó al Hospital Central de San Cristóbal acompañada de su madre. El joven no aparecía en la lista de heridos ni en la de muertos. “Como Dios existe, una señora que estaba en la emergencia me dijo que era mentira que hubiera dos muertos, sino cuatro y los tenían en la morgue del hospital”.

Subieron a la morgue y un muchacho que cuidaba la entrada le dio los nombres de los fallecidos, pero no figuraba Luigi Guerrero. Julieta no se conformó: “Me dicen que aquí hay cuatro muertos. Yo quiero verlos”. No tenía pensado moverse a buscar a su hijo a otro sitio hasta que no le dieran más información.

De tanto insistir, el muchacho comenzó a hacerle preguntas. Si su hijo tenía aparatos, si tenía tatuajes, si tenía alguna marca característica en el cuerpo. Para todas, las respuestas eran positivas. Y el joven no pudo evitar expresar su sorpresa. Minutos después vio cómo del lugar salía un vehículo con dos hombres “con pinta de matones”. El joven que la había atendido le dijo que eran funcionarios del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin).

En la morgue le preguntaron por el número de cédula de su hijo. El muchacho encargado se acercó a ella con un celular. “Señora, le voy a mostrar una foto de los tatuajes para que usted lo identifique”. Ahí estaban: un paisaje y una flor.

Pero Julieta no se conformó con eso. Quería verle la cara porque sentía que cualquier otro joven podía tener el mismo tatuaje que su hijo. Hasta que le mostraron la foto que ella necesitaba ver, pero no pudo evitar el asombro porque su hijo estaba irreconocible. “Tenía la cara muy golpeada, inflamada. La nariz partida y la boca reventada”.

No le quisieron entregar el cuerpo de Luigi hasta que no fuera al Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas (CICPC). “Cuando me lo entregaron al otro día parecía que un camión le había pasado por encima. Estaba todo golpeado, la cara y el cuerpo. Tenía muchos morados”, cuenta.

Julieta no pudo ni quiso quedarse de brazos cruzados con todo lo que vio del estado en el que se encontraba Luigi. “Yo misma me dediqué a averiguar la muerte de mi hijo porque fue demasiado sorprendente que me lo entregaran todo vuelto nada”.

Empezó a averiguar qué había pasado en el hospital. Duró tres meses yendo al centro de salud a hablar con médicos, enfermeras, trabajadores. Quienes recibieron a su hijo, quienes estaban ese día.

Los doctores le contaron que cuando Luigi ingresó a la emergencia, fue rodeado por efectivos del Sebin y del CICPC. “Mi hijo llegó vivo al hospital, lo atendieron en la sala de emergencia. Hubo un momento en que los médicos se fueron porque alguien dio la orden y lo dejaron solo con los agentes. Fue cuando lo golpearon, estando malherido”, explica Julieta.

Los trabajadores del hospital detallaron que había llegado al centro de salud con una herida de bala y tuvieron que hacerle una abertura en el costado izquierdo del cuerpo para drenar la sangre porque tenía un derrame interno. Dos orificios. Y sin moretones. “Pero cuando a mi me lo entregaron, él tenía tres huecos seguidos en el costado izquierdo. Estando ahí le dieron otro tiro más”.

Represión en todo el país

Luigi Guerrero fue a su primera marcha el 23 de enero de 2019, el mismo día que Juan Guaidó se juramentó como presidente encargado de Venezuela.

Al menos 33 personas fallecieron entre el 21 y el 24 de enero de 2019, en medio de la represión de los cuerpos de seguridad del Estado a las protestas contra Nicolás Maduro. En 2017, ese número de muertes solo se había registrado tras 25 días de confrontaciones.

La ola de protestas de 2019 estuvieron marcadas por la espontaneidad, por haberse trasladado del este al oeste o centro de Caracas y por ocurrir al caer la noche, casi siempre después de las 8:00 p.m. Las Adjuntas no fue la excepción: habitantes de Catia, La Pastora, la avenida Fuerzas Armadas, Altavista, Coche, La Vega, San Martín también salieron a las calles a exigir un cambio político.

También se registraron saqueos, allanamientos ilegales y enfrentamientos de grupos paramilitares en zonas como Petare, El Junquito o el 23 de Enero. Entre el 21 y el 25 de enero, el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS) registró 1023 protestas en todo el país.

La represión también arreció. El OVCS identificó a 51 personas muertas durante las manifestaciones, en Caracas y otras ciudades, entre el 22 de enero y 7 de abril, la gran mayoría por impacto de bala. El 68% de los asesinados son atribuibles al uso excesivo de la fuerza pública, siendo la GNB la principal responsable y seguida por las Fuerzas de Acciones Especiales de la Policía Nacional (FAES).

El 23 de enero fue el día con más víctimas durante protestas en los últimos 20 años. El mismo día que Luigi Guerrero fue a su única y última marcha.

Una madre que no se rinde

Julieta Ovalles se preocupó por documentar y registrar todo sobre la muerte de Luigi. Fue cientos de veces a denunciar lo ocurrido con su hijo y nadie le prestó atención. El caso de Luigi Guerrero está en Fiscalía, pero no ha avanzado nada desde aquel 23 de enero de 2019. Solo lo que ella se propuso buscar para la reconstrucción del crimen de su único hijo.

“Todo lo que se sabe sobre el asesinato de mi hijo es por la investigación que yo hice, ni la Fiscalía ni el CICPC han hecho su trabajo. Eso quiero que quede bien claro y así lo denuncio. Me pasé entre 8 y 10 meses investigando; la información que manejo es de primera mano”.

Varias veces ha estado en el sitio donde Luigi cayó herido, visitó los comercios y contactó a las personas que estuvieron ese día en la zona. Habló con el personal médico que brindó los primeros auxilios a su hijo. Ubicó por redes sociales a los jóvenes que participaron en la manifestación, recopiló videos y fotos que la han ayudado a armar el caso.

Sin embargo, con cierta desazón lamenta que todas las diligencias y demandas presentadas han sido desestimadas. Pero no desmaya, su determinación por honrar la memoria de su hijo y  el llamado a las autoridades a garantizar el derecho a la justicia consagrado en la Constitución Nacional, no cesan.

“Han hecho de todo para encubrir el asesinato de Luigi y se han burlado de mí. Yo exijo justicia al Ministerio Público y pido al ente encargado de las investigaciones, en este caso el CICPC, cumpla con su trabajo. Han sido crueles conmigo, con mi dolor de madre, pero Dios me dio esta fortaleza que me acompaña, mientras esté viva seguiré alzando mi voz”.

Este trabajo fue realizado gracias a la colaboración de la organización Justicia, Encuentro y Perdón

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