Néstor Melani Orozco
Era sábado, todas las mañanas frente al lugar donde viví en la hermosa Barcelona. Allí de Bori a Fontestat. Y desde donde me iba con mi caballete de campo a pintar los frescos árboles del hermoso parque de Pau Casals, quizás más de armonías muy altas y formada de bronces y mármol, el violonchelista hablaba con las aves y se reflejaba en el inmenso estanque de nenúfares adormecidos por las mañanas de la primavera y los sonidos de la ciudad, cada sábado.
Un mañana de tantos anhelos, pues había que ejercitar los testimonios en un blanco lienzo, de aquellos de Texidor.
Me entregué a descifrar el estanque y a ver correr los niños por las avenidas que dejaba el parque, entre lectores en los asientos y madres cuidando de sus infantes. De allí, rosas y violetas crecieron en las aguas y las flores de los preciados nenúfares.
¡Había que pintar!
Había que sentir como si de siglos las cartas de amor se hubiesen vestido de los besos de las flores…
Y del azul y los verdes o del Nápoles resintiendo la luz.
¡Todo allí!
De estos recientes, un policía se acercó para ver mi pintura. Y con aquella voz nasal me preguntó de dónde era yo.
Le repliqué: de América. De Venezuela. Me habló de los pasos del poeta Andrés Eloy y del Orinoco afirmado por Julio Verne. Y entre casos, inició diciendo de las formas de los jardines de Barcelona. Como del arte meditaba con el alma y del alma las eternidades. De las escuelas y corrientes. De los albores y de los equilibrios que podía decir un artista.
Se sabía los conceptos de la finura y de los museos de España.
Pero al finalizar me invitó a que conociera la porteña y mediterránea ciudad de Sitges. Diciéndome. …»Ve allí y en el Museo de Santiago Ruisiñol descubrirás la pureza impresionista de este poeta y pintor catalán. Ve y dirás cómo desde la Luna, la flor, nacieron los encantos de ser maestro y de sus calendarios la naturaleza en un lienzo»…
Se marchó… y entre mis añoranzas me acaba de dictar una lección de las esencias filosóficas. De una cultura que podía llevar el pueblo.
Yo terminé la Mancha de aquella sesión bendita. De aquella mañana dibujada en las palabras del viejo policía catalán.
Fui por la tarde de aquel sábado hasta el barrio gótico. Me llevé las imágenes y el clamor de la existencia…
El sábado venidero, ocho días después, muy de mañana fui a la estación de trenes y me embarqué camino de Sitges, entre el aura de los colores del mar Mediterráneo y las calles blancas. De flores en los portales y de esquinas como pinturas de la pureza de un pintor. Al fin encontré el Museo de Santiago Ruisiñol. Su atelier. Y la inmensidad de sus obras…
Tenía mil razones el dichoso policía.
Han cruzado los años. Ahora en mi país. Escrito en una revolución y cuando aún me pregunto, esperando que un profesor de Arte nuestro me diga lo que me dijo el policía sobre el manifiesto que concede el arte?
¿Mas la cultura?
Aún de azul están los nenúfares y del verde de los árboles gigantes un lienzo detrás de los espejos…
Cuando la luna se asoma, recelosa, para volver al parque y del alma mía, meditar en los sonidos del violonchelo del maestro Pau Casal…
Han pasado los años…