Regional

Doce meses que transformaron nuestras vidas

13 de marzo de 2021

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El aislamiento en nuestros hogares ha permitido a muchos un reencuentro con sus seres queridos. (Foto/Gustavo Delgado)

Freddy Omar Durán

A un año de la declaratoria de la cuarentena por la pandemia del covid-19, aquel mundo que conocíamos, ese “lejano” 15 de marzo, se nos cambió completamente. Y esto, más fuertemente lo han experimentado quienes hospedaron al virus en su organismo o vivieron la pérdida de un ser cercano

Ya ha pasado un año desde que la pandemia se cruzó en nuestro camino, un camino que ya de por sí venía plagado de dificultades y que nos ha llevado a trascendentales preguntas sobre nosotros mismos y sobre nuestra realidad socioeconómica, siendo el interrogante más dramático: ¿será que saldremos vivos de esta?…

Un año que para muchos ha transcurrido monótono, en un silencioso agotamiento de los recursos materiales, morales y hasta espirituales, donde los anuncios de mortalidad y morbilidad pasaron a ser parte de la rutina.

Para otros, ha sido una novela en la que, semana tras semana, la trama va adquiriendo giros inesperados, o un tiempo de oportunidades, donde la parálisis general apenas es una apariencia y detrás de ella se esconde una variedad de cosas por hacer.

De esas oportunidades, las que saltan a la vista han sido de orden económico, donde con el apoyo de tecnologías informáticas más de uno ha tenido que reinventar su trabajo o su fuente de ingresos; pero ha habido otras oportunidades más íntimas, en las que hemos tenido que recordar que contamos con un cuerpo, una familia, así como con un entorno laboral y emocional.

En fin, se ha dado la posibilidad de un reencuentro con nosotros mismos, aunque a muchos, en medio de urgencias y prioridades, la filosofía no les suene.

Impacto noticioso

Y todo comenzó con una noticia, tal vez una de las que más radicalmente han dado un viraje a nuestro destino como nación, ocurrida un 15 de marzo: desde el Ejecutivo nacional se ordena la cuarentena en Caracas, que en cuestión de horas se extiende a todo el territorio nacional.

Una decisión que la población, por encima de consideraciones políticas, consideró cónsona con la asumida por muchos países y recomendada por la OMS, ante el acelerado avance global del covid-19. Una decisión que no solo implicó un cese en las operaciones del aparato estatal y un segmento importante de las actividades comerciales, educativas, informativas, recreativas y de transporte masivo, o un resguardo obligatorio desde nuestros hogares, sino una transformación en el modo de interrelacionarnos, de conservar nuestra higiene, incluso de vestirnos.

En ese primer mes, la incertidumbre causada por la pandemia se sumaba a la crisis económica, que ya se venía imponiendo con la merma en los ingresos familiares de los tachirenses, muchos de los cuales han dependido de las remesas del exterior, retiradas desde Cúcuta, además de las dificultades energéticas, que más que aliviarse se agravaron cuando, apenas a casi quince días del confinamiento, los apagones se extendieron inmisericordemente por lapsos de 6 o más horas, mientras el servicio de internet se caía por largo tiempo, situación que desde diciembre de 2020 ha tratado de salir de su estado crítico.

Con relación a la gasolina, se tuvo que esperar hasta junio el reinicio del abastecimiento de combustible para vehículos particulares, desde entonces muy esporádico y bajo cronograma, lo que propició un inconcebible fenómeno años atrás: la compra de gasolina de contrabando proveniente de Colombia. Con la autorización del uso de las divisas en septiembre en las estaciones de servicio, se ha buscado una solución, con un producto importado, cuestionado en su calidad por los automovilistas.

La escasez de gas doméstico también sería una gran molestia en muchos hogares, que en los momentos sin fluido eléctrico no han tenido más opción que cocinar con leña.

Vino entonces una atípica Semana Santa, con la iglesias cerradas y homilías virtuales, durante la cual cobramos conciencia de que el Táchira se constituye en una puerta al mundo y que muchos de quienes por ella salieron para buscar otras oportunidades tuvieron que retornar, presionados por los efectos continentales de la pandemia, y en vez de una bienvenida, fueron puestos bajo sospecha epidemiológica, teniendo que permanecer de manera preventiva en los PASI, ubicados en varios municipios del estado.

La supuesta implementación de dichos refugios en algunas escuelas de San Cristóbal puso a más de un vecino a sellar entes educativos con candados y cadenas, por temor a la proliferación de la pandemia. Al final, fueron habilitadas para tal fin algunas instalaciones deportivas y, contrario a lo que se pensaba, no constituyeron un foco de infección, pues quienes ahí estaban rápidamente fueron reubicados en sus ciudades de origen, a través de un gran operativo de movilización.

Cierre relativo

Y aun con la orden de cierre definitivo de las fronteras entre Colombia y Venezuela, decidida bilateralmente, aún vigente, y el ajuste de poblaciones colindantes como San Antonio y Ureña a un toque de queda, la pandemia comenzó a caminar por las trochas y fue así como a principios de abril se confirmaron los primeros casos de covid-19 en la región.

Por esas mismas trochas pasaría gran parte de las mercancías y divisas que sustentarían una economía subterránea, característica de los meses más radicales de la cuarentena.

De hecho, en los primeros días de la cuarentena hubo cierta estigmatización, e incluso persecución, contra aquellos de los que se sabía habían traspasado la línea limítrofe; pero esto no duraría mucho, y hoy en día el flujo humano por la trocha ya no es motivo de escándalo.

En mayo comenzaría a darse un cierto alivio al comercio formal en las cercanías del Día de la Madre, pues solo se venía autorizando la apertura, en cierto horario, de los negocios vinculados a los sectores alimentario y farmacéutico, entre otros considerados prioritarios. No obstante, sería bajo el sistema 7X7, a finales de junio, alternando semanas de cuarentena rígida y flexible, y un mes de diciembre “liberado”, que se ha buscado un inusual y espasmódico paliativo para sacar a la economía de cuidados intensivos, en la que la divisa extranjera circula con amplitud.

Racha trágica

Al igual como sucedería en gran parte del planeta, con todo y medidas de prevención implementadas, el covid-19 a lo largo del año no pararía su racha de muerte y padecer. Por discutir quedará si tales números se hubiesen impedido o, por el contrario, todo ha servido para contener una catástrofe de mayores dimensiones. Lo cierto es que, según estadísticas oficiales, de dos casos en abril y dos primeras muertes en julio, en el Táchira, se ha pasado a alrededor de las mil setecientas muertes y los diez mil casos. Estadísticas, por supuesto, que no serán satisfactorias, tomando en consideración a los asintomáticos y los que en privado prefirieron aguantar el ataque viral, algunos fatalmente doblegados.

En una población dividida, entre los que se han tomado en serio las advertencias biosanitarias e incluso han conocido muy de cerca o en carne propia los traumas del covid-19, y los que creen que la suerte está de su lado o ven todo como un invento conspirativo, ha cundido la conmoción general, en episodios dramáticos.

Uno de esos episodios lo constituye el ensañamiento del coronavirus, desde el mes de septiembre, sobre el primer frente de batalla, los trabajadores de la salud, acaeciendo el deceso de connotados galenos, como la presidenta del Colegio de Médicos, Nelly Núñez, una en una lista de un poco más de 20 fallecimientos en el estado Táchira. Las alarmas se encendieron a principios de 2021, cuando el Hospital Central reportó un colapso en la atención de pacientes con covid-19. Aunque en su condición de estado fronterizo el Táchira ha estado en el ojo del huracán, en contadas ocasiones ha escalado al tope del ranking epidemiológico nacional.

Las figuras más altas de la política regional, como la gobernadora Laidy Gómez, y el defensor del Táchira, Freddy Bernal, no se salvaron del coronavirus, sin mayores consecuencias, mientras también se colaba en el mundo de los medios de comunicación, la cultura y el entorno empresarial. Fue entonces cuando el covid-19 salió del anonimato, para dejar oír cientos de testimonios, algunos dolorosos, otros inspiradores.

Solidaridad por encima de todo

Esta pandemia, ante todo ha servido para poner duras pruebas a la solidaridad del tachirense. Solidaridad para el foráneo, de donde proviniese, sea de ida o de venida, que en muchedumbres, sorteando el “matraqueo” en las alcabalas y el abuso de transportistas inescrupulosos, agotadas por el cansancio de largas caminatas y con pocos recursos para su manutención, desde diversos puntos de la geografía nacional abandonaban el país. Al menos en el Táchira, a los que se les denominó “caminantes”, con menores de edad a cuestas y en compañía de sus familiares, no les faltó un sorbo de agua, ni un pedazo de comida, en la medida en que las penurias locales lo permitían.

Otras pruebas vinieron con las lluvias de noviembre, que causaron desbordamientos de ríos que en Rubio y el Gran Zorca, comprendida en varios municipios, arrasaron con los bienes familiares de cientos de familias. Sobre tales comunidades, la generosidad confluyó, sin colores ideológicos, desde todos lados, incluso desde tachirenses residenciados en el exterior.

Las redes sociales desbordaron de solidaridad por aquellos que aquejados, no solo por covid-19 sino por muchos padecimientos de salud más, no han contado con los recursos suficientes para sus tratamientos médicos, una circunstancia menesterosa, en la que no resultaría exagerado decir que está la mayoría de tachirenses.

Las polémicas no han faltado

Por supuesto, las polémicas han ocupado el orden del día. En primer lugar, en lo que respecta a los servicios públicos, cuya decadencia se ha agravado con la cuarentena.

El hecho que las preocupaciones electorales se impusieran a las sanitarias y sustentaran la “permisividad” epidemiológica, en diciembre, no fue algo que agradó a un sector importante de la población, que prefirió responder con la abstención.

El transporte terrestre, ejercido casi que informalmente y a discreción, sorprendió en el estado con tarifas en pesos, y, más aún, con aumentos en moneda extranjera, tanto en rutas urbanas como suburbanas. Para salir o entrar al Táchira se requieren altas sumas que escasos pasajeros están dispuestos a cubrir: el costo para movilizarse vía terrestre, hacia o desde la capital de la República, ha llegado a equivaler a un pasaje en avión al exterior.

De otro lado, la educación a distancia ha sido origen de no pocos dilemas entre estudiantes, profesores y padres, en el caso del Táchira, más por cuestión de insuficiencias tecnológicas, adaptación a la metodología, y el escepticismo de quienes creen que se está desaprovechando una fase de formación importante de niños, niñas y adolescentes. Pero volver a las clases presenciales, como se supone posible en abril, no está exento de polémica, con la amenaza viral vigente y un sector de profesores descontentos al estar hundidos en un foso salarial.

El despliegue de seguridad, con la participación de todos los organismos policiales, que apoya el cerco epidemiológico, visto como necesario en un periodo determinado, ha sido públicamente denunciado como caldo de cultivo de corruptelas e innecesarios bloqueos al tránsito automotor.

Por último, si bien la cuarentena ha contribuido a estrechar el lazo de amor familiar, en el polo contrario están aquellos hogares afectados por la violencia, que desemboca en feminicidios y abusos a menores.

Testimonios

Luis Balo/veterinario: “En nuestra familia nos ha dado muy duro el covid-19. Por la enfermedad murieron mi hermano, un cuñado, una prima hermana y otro primo, así como diez personas de mi familia han estado hospitalizadas. Eso nos ha encerrado en nuestras casas, nuestra vida ha cambiado mucho, en un cuadro agravado por la crítica situación del país”. (FOD)

Coromoto Maldonado/funcionario público: “En este año se ha visto muy afectado mi poder adquisitivo, el no poder reunirme con mis amigos y compañeros de trabajo. Para mí cada momento en que he podido compartir con gente cercana se ha vuelto muy especial, lo he disfrutado mucho”. (FOD)

Nelly Álvarez/cardióloga “La pandemia por covid-19 ha puesto en una situación de sobrecarga grave al sistema sanitario. Hemos visto que se ha establecido un escenario muy desfavorable para otro tipo de patologías, como por ejemplo las cardiovasculares, cuyo incremento ha sido exponencial en este año de pandemia”. (FOD)

William Camacho Ruiz: “Ha influido fuertemente la pandemia en mi cotidianeidad. Uno, que dependía de un sueldo, ha tenido que ingeniárselas para conseguir otras maneras de subsistir, lo que me ha permitido echar mano a habilidades manuales heredadas de mi familia. Ante la pérdida de amigos y familiares, he aprendido a valorar más la vida”. (FOD)

Daniel Cáceres/periodista radicado en el exterior: “He aprendido a cocinar en casa, algo que no hacía mucho. He aprendido a vivir solo, y uno extraña muchas cosas, el bailar, el poder acercarse a una persona, en dar un abrazo, todo eso que uno tenía como normal y resulta que ahora la gente se mira con desconfianza, se tiene como miedo. Viviendo en un país que no es el mío, uno se abría un espacio profesional a través de relaciones, de eventos, y eso ha quedado paralizado con la pandemia”. (FOD).

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