Reportajes y Especiales
Pérdida de olfato, ansiedad y dificultad para respirar: “El postcovid ha sido terrible”
25 de marzo de 2021
Las secuelas pueden clasificarse por el estadio en el que dé el COVID-19. La pérdida y distorsión del gusto y el olfato es la secuela más común en pacientes en estadio leve
“A mediados de febrero, empecé a oler muchas cosas a podrido. No tenía idea de qué podía ser. Pensé que era algo mío. Después, a mi novio, que le dio en la misma fecha que a mí, también olía ciertas cosas a podrido”, dijo Federica dos meses y medio después de haberse contagiado de COVID-19.
Distorsión de sabores y olores, malestar estomacal, erupciones que no desaparecen, tos, dolor de pecho, cansancio, pesadez en el pecho y descontrol en los valores de tensión, glicemia, insulina y transaminasas son algunos de los síntomas que presentan personas contagiadas de COVID-19 luego de recuperarse del coronavirus.
Estos síntomas que aparecen o permanecen después de contraer el virus se denominan secuelas. Algunas de estas secuelas son síntomas que empezaron cuando las personas se contagiaron de COVID-19.
Un médico venezolano, que atiende en un hospital público y por ello pidió resguardar su nombre, señaló que las secuelas luego de contraer el coronavirus pueden clasificarse según la gravedad en la que se haya tenido la enfermedad.
En el caso de muchas personas, los pulmones suelen recuperarse en cuestión de meses. Sin embargo, los expertos dicen que otros problemas pueden perdurar y algunas personas quizá nunca se recuperen del todo.
Secuelas más comunes
“Recuerdo que la carne solo sabía a ácido. Era asqueroso. Después de eso, no saboreaba nada. Lo único que saboreaba era un sabor dulce o salado. Si comía un pedazo de carne, sabía a sal. Si tomaba Nestea, sabía a agua con azúcar”, recordó Alexandra, persona que tuvo COVID-19 en noviembre de 2020.
El galeno aseguró que 40%, o incluso 50%, de los pacientes que tienen infecciones leves, aquellos que no ameritan hospitalización, crean un trastorno en el gusto y en el olfato. “Lo bueno es que en ese porcentaje se ha visto recuperación con la terapia de olores y sabores. Los pacientes que he tratado a la larga han estado saliendo de ese cuadro”, dijo.
Advierte que los pacientes que contraen COVID-19 en un estadio leve, también han presentado reinfección del virus en un estadio moderado. “Esto ocurre porque queda una bronquitis que el paciente no sabe que tiene, se reinfecta y presenta una sintomatología más florida. Lamentablemente, esto ha sido una de las mayores consecuencias en ese caso”, explicó.
“Al mes o mes y medio de tener coronavirus, me puse a pintar la casa y fue espantoso. Regresó la dificultad para respirar, empezar a tomar esteroides otra vez por el efecto que causó el olor de la pintura, también, del olor fuerte de algunos productos como cloro y Ajax. El médico me dijo que yo había quedado con un proceso inflamatorio en los pulmones, que todavía no se habían desinflamado por completo y que tenía que evitar la exposición a ciertos agentes que fuesen irritantes. Después, he tenido un poco de cansancio cuando hago ciertas actividades, me pasa que no se me terminan de llenar los pulmones”, relató Laura sobre lo que considera que es su secuela post COVID-19.
En el caso de los pacientes moderados, los más jóvenes tienden a sufrir migraña y algo que se llama el síndrome asténico. El síndrome es esa sensación cansancio que hace que todo fastidie haciendo y disminuya la productividad. Además, aseguró que los pacientes suelen deprimirse porque sienten que no quedaron bien. “En realidad es que su cuerpo se debilitó tanto que le cuesta”, dice el médico.
Este estadio presenta otra secuela, la bronquitis. El especialista asegura que las neumonías en fase moderada dejan un proceso inflamatorio muy difícil de curar. Por ende, el paciente queda sufriendo a nivel pulmonar.
Los casos severos, suelen sufrir de vasculitis y fibrosis pulmonar luego de recuperarse del COVID-19. La vasculitis es una enfermedad venosa periférica, es decir, quedan sufriendo de la circulación. La fibrosis hace que los pulmones no funcionen de la misma manera. “Son pacientes que quedan dependiendo del oxígeno o tienen que eliminar de sus actividades una gran cantidad de cosas porque lamentablemente su capacidad pulmonar no es mucha”, afirmó el médico.
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Recomendaciones y tratamientos
A pesar de que no existe un tratamiento estandarizado para tratar la distorsión, o incluso la pérdida, del olfato y el gusto, se ha demostrado que la vitaminoterapia podría ser la solución.
El médico venezolano explicó que la vitaminoterapia, es decir, el cumplimiento de vitaminas, desde el punto de vista del sistema inmunológico, sobre todo la vitamina C, vitamina D y el Zinc ayudan a fortalecer el sistema inmunológico, disminuir la tormenta de citoquinas que produce ese proceso inflamatorio y, a su vez, recuperar y reparar el daño que se da en las papilas para recobrarlo poco a poco.
Adicionalmente, el experto en el área de salud señaló que también puede realizarse terapia de olfato y gusto para reconocer olores y sabores. “Hacer terapia de olor tres veces al día con reconocimiento de olores, sin usar el sentido de la vista. Eso hace que los sentidos se estimulen y poco a poco se vayan recuperando, ya que se trabaja sobre una lesión. Más allá de perder los sentidos por tener COVID-19, el virus lesiona las papilas y produce esa reacción”, explicó.
Alucinaciones y caídas de dientes
Laura se contagió de COVID-19 en agosto de 2020. Se hizo la prueba de sangre y dio negativo, pero no le hizo falta ninguna prueba que lo confirmara para saber que el virus estaba en su cuerpo: le dio fiebre, dolor de cabeza, estaba muy cansada, algunos días le dolía la garganta y le costaba respirar. Aunque no le dieron todos al mismo tiempo, los síntomas le duraron más de un mes, algo inusual en ella.
Los doctores le mandaron colchicina, ivermectina, dexametasona e ibuprofeno para atacar el malestar. Con un par de semanas sintiéndose mal, comenzaron las dificultades para conciliar el sueño cada vez que ponía su cabeza sobre la almohada.
La joven comenzó a escuchar voces.
Escuchaba voces por las noches cuando se iba a dormir, como si una persona estuviera en la misma habitación. A ella, que vive sola en un apartamento en Caracas, la situación le daba miedo.
El médico que la atendía le comentó que las voces que escuchaban podían ser producto de los medicamentos o la fiebre alta, pero no siempre tenía fiebre.
“Al principio pensé que eran alucinaciones solo por la fiebre pero había noches donde no me sentía mal y seguía escuchando las voces. Era una sensación similar a una parálisis de sueño. Las escuchaba, comenzaba a sudar, me daba taquicardia y me despertaba de un golpe”, cuenta Laura.
Siempre que llegaba el momento de irse a dormir por el cansancio que tenía, el proceso era casi una tortura. A veces identificaba su nombre, en otras ocasiones solo escuchaba sonidos sin sentido. “Fue horrible, comencé a rezar más”.
Laura no ha sido la única. Otros pacientes con coronavirus han expresado experiencias similares. incluso aquellas que implican alucinaciones paranoicas, confusión o delirios. En un trabajo publicado por el New York Times, es probable que esto ocurra con pacientes que estuvieron en Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), que han pasado mucho tiempo sedados o han tenido interacciones sociales limitadas y no pueden desplazarse, común en los pacientes con la COVID-19.
Los mismos testimonios se repiten en pacientes de coronavirus, sin importar la edad o si tenían algún daño cognitivo previo. “Los informes de hospitales e investigadores sugieren que entre dos tercios y tres cuartos de los pacientes con coronavirus en las unidades de cuidados intensivos han presentado varios tipos de delirios. Algunos tienen “delirio hiperactivo”, alucinaciones paranoicas y agitación; otros, “delirio hipoactivo”, visiones internalizadas y confusión que hacen que los pacientes se retraigan y no se comuniquen y algunos incluso llegan a padecer ambos tipos”.
Tal fue el caso de Kim Victory, quien estuvo paralizada en la cama y la estaban quemando viva, justo a tiempo para convertirse en una escultura de hielo. Ron Temko que vio claves en una cabeza giratoria que seguía viva. O Anatolio José Ríos que escuchó estallidos y vio a personas rezando por él, aunque solo estuvo intubado por cuatro días en el UCI.
Todo esto puede traer consecuencias graves en las personas: complicar el proceso de recuperación, prolongar las estancias en el hospital, retrasa la recuperación y aumenta el riesgo de que las personas desarrollen depresión.
“Yo sufro de depresión y ansiedad. Todo aunado al encierro me dejó muy golpeada mentalmente. Cualquier mínima tarea que tenía que realizar parecía misión imposible. Me aumentaron los ataques de pánico y me costaba muchísimo entender requerimientos en mi trabajo. Hago terapia a distancia lo que hizo mucho más fácil el proceso”, manifiesta Laura, meses después del episodio de las voces.
Otras de las secuelas registradas en pacientes que han tenido COVID-19 ha sido el empeoramiento de problemas dentales, tales como caída de dientes o dolor en las encías. Como fue el caso de Farah Khemili, quien luego de meterse un caramelo de menta en la boca sintió como uno de sus dientes inferiores se le había caído.
Aún no existen pruebas precisas de que la infección pueda derivar en la pérdida de piezas dentales o problemas relacionados, pero entre los miembros de su grupo de apoyo, descubrió que otras personas también han perdido dientes, además de presentar sensibilidad en las encías y piezas dentales que se astillan o se vuelven grises.
“Es muy poco común que los dientes se salgan literalmente de sus cavidades”, afirmó David Okano, periodoncista de la Universidad de Utah en Salt Lake City.
No obstante, añadió, los problemas dentales existentes pueden empeorar como resultado de la COVID-19, en especial cuando los pacientes se recuperan de las infecciones graves y se enfrentan a sus efectos a largo plazo.
El golpe mental
Beatriz se despertó un día de febrero y se alarmó: se sentía mal, tenía alergia y estornudaba. De inmediato supuso que se había contagiado de coronavirus. “Nunca tuve dudas de eso”, asegura.
Le dio malestar general, dolor de espalda y se cansaba con facilidad. Cuando respiraba, sentía que sus pulmones no reaccionaban como deberían. “Era como si intentaras meter mucho aire a tus pulmones y no se ensanchaban lo que deberían. Siempre digo que es como si tuvieras un elefante presionando el pecho”. Fue al neumonologo y le dijo que tenía neumonía.
Los malos días con la COVID-19 fueron los de Carnaval. Le costaba respirar, no podía dormir y la piel le ardía. No podía soportar ni siquiera el roce entre la ropa de la pijama contra su cuerpo. Con tratamiento y reposo, empezó a responder bien.
El agotamiento que sintió después de que en teoría el virus abandonara su cuerpo fue inmenso, no aguantaba estar sentada frente a la computadora 20 minutos para trabajar. Cansancio, dolor de espalda, dolores de cabeza, no poder dormir por las noches.
Pero lo que realmente le afectó fue la concentración. Cuenta que a cada rato se paraba de la silla a buscar un vaso de agua o a comer cualquier cosa. “Una tarea simple que haces en 20 minutos, a mí me podía llevar tres o cuatro horas. Es triste porque te presionas a ti misma diciéndote ‘¿qué pasa que tienes toda la tarde en esto?, ¿qué pasa que no respondes? Esta no soy yo’. Te desesperas, es horrible”.
La situación le empezó a afectar. Se molestaba consigo misma y le comenzó a dar ansiedad. “Todo me daba rabia conmigo. No poder responder rápido a las cosas, quedarme sobreanalizando algo que es del día a día del trabajo. Además que tenía poca paciencia y los ruidos me molestaban mucho”.
Al principio, Beatriz estaba negada a pedir una cita con el psicólogo porque sentía que no era necesario, pero finalmente se decidió al ver que nada mejoraba. “La psicóloga lo que me decía es que intentara dividir mi cuerpo y mi mente, que procurará que mi mente fuera empática con mi cuerpo, que entendiera que para todos era diferente. Que entendiera que el cuerpo no se había recuperado y que el cansancio era normal”.
Beatriz tiene dos semanas asistiendo a terapia, de unas cuatro sesiones que debería hacer. Aunque no se ha recuperado del todo, tras un mes y medio de que se contagiara, sí ha empezado a ver mejoras en sus condiciones, sobre todo en entender que su cuerpo va poco a poco. “Respirar y no poder hacerlo bien todavía me pasa. No hay día que no sienta eso varias veces al día”.
La psicóloga Natalia Sánchez explicó que, si ya el coronavirus sin diagnóstico ha traído una carga emocional significativa, para aquellos que han sido pacientes la situación se agrava. Aunque es apresurado decir que la depresión, trastornos de ansiedad o dificultad para concentrarse con secuelas del virus, pareciera existir una correlación entre las secuelas propias, biológicas y orgánicas del coronavirus en el cerebro.
“Eso está todavía en estudios. Es muy temprano para decir que A más B es igual a C. Sin embargo, pareciera que sí deja secuelas a nivel cerebral. El cerebro está vinculado a trastornos de ansiedad, depresión, estrés, la esfera emocional, cognitiva, conductual. Así que no es descabellado poder predecir que posiblemente, dependiendo de las variables individuales intrínsecas de las personas y variables de la enfermedad, si altera el cerebro de alguna manera, ya sabemos los psicológicas y psiquiátricas que vamos a conseguir cambios conductuales, cognitivos y emocionales”.
Un médico del Centro para Cuidados Pos-COVID-19 del Sistema de Salud Monte Sinaí en Estados Unidos afirmó que ha referido a casi el 40% de sus pacientes con neurólogos por síntomas como cansancio, confusión y poca claridad mental.
Sánchez explica que, tal como en enfermedades como el asma, el no poder respirar tiene un componente emocional en los pacientes. “Estos síntomas vinculados a la parte respiratoria pueden verse agravados porque ya hay una correlación entre las emociones y lo que implica mi capacidad para respirar”.
Señala que, además, es importante conocer los antecedentes del paciente, ya que son muchas las variables que pueden influir en que una persona se sienta de esta manera, asociados a la enfermedad. “Existe una variable social que no se puede dejar atrás. La preocupación, el miedo normal de los seres humanos a la muerte, si estuvo hospitalizado durante la COVID-19. Ya también está muy bien estudiado el efecto de los pensamientos negativos sobre el fortalecimiento o debilitamiento de nuestro sistema inmunológico: si tenemos a una persona con un proceso inmunológico en su cuerpo, ya tenemos los leucocitos que están ahí luchando contra el virus y tengo un manejo inadecuado de mis emociones negativas, por supuesto que le estamos dando un poco más de caldo de cultivo al virus para que se complique, para que me genere más ansiedad producto de no salir del cuadro clínico”.
Es un proceso que va desde lo más individual (manejo de emociones pre o durante el contagio, el proceso de curación) hasta todos los factores orgánicos que se le van sumando por la misma enfermedad.
La psicóloga explica que en todo proceso psicoterapéutico la invitación es al autoconocimiento. “Entenderme, saber qué pienso, qué siento y qué estoy haciendo. La escucha activa En el COVID-19 hay un proceso fundamental que es aprender a escuchar el cuerpo. Concentrarme en la respiración, autogestionar el tiempo, cómo manejar los diferentes tipos de pensamiento para poder concretar actividades que generen placer y aprender a hacer un teletrabajo efectivo porque lo más seguro es que sea una fuente poderosa de estrés”.
El director de innovación en la rehabilitación del Sistema de Salud Monte Sinaí en la ciudad de Nueva York expresó en un trabajo del New York Times: “Creo que la principal conclusión aquí es que la atención posterior a la COVID es compleja. Ya es bastante difícil rehabilitar a alguien con una pierna rota donde solo una cosa está mal. Pero con la atención posterior a la COVID estás tratando a personas con algunos problemas cognitivos, problemas físicos, problemas pulmonares, problemas cardíacos, problemas renales, trauma, y todas estas cosas tienen que ser manejadas correctamente”.