Reportajes y Especiales
Diario La Nación lo recuerda : ¡Fuego, fuego! y se desató la tragedia en la Basílica Santa Teresa
31 de marzo de 2021
El 9 de abril de 1952, Miércoles Santo para más señas, Día del Nazareno de San Pablo, a las cuatro y 45 minutos de la madrugada, alguien gritó alertando sobre un fuego que no existía, provocando una reacción de pánico entre centenares de feligreses que desesperados y de manera descontrolada intentaron salir de la iglesia, arrollando y pisoteando a decenas de personas que cayeron ante la turba que les pasó por encima, causando la muerte de 23 niños, 22 mujeres y un anciano.
Por Armando Hernández
Fotos: cortesía
Al grito de fuego, se inició el caos. Decenas de personas aterrorizadas intentaban salir con desesperación de la Basílica de Santa Teresa, en Caracas. Era la madrugada del 9 de abril de 1952, Miércoles Santo, cuando asistían a la santa misa en honor al Nazareno de San Pablo.
La iglesia estaba abarrotada de fieles que llegaron con la finalidad de pagar promesas, o simplemente, asistir al acto religioso como tradicionalmente se hace año tras año, y rendir tributo a la sagrada imagen a la cual le atribuyen facultades milagrosas desde el año 1697, cuando una epidemia de peste de vómito negro, diezmaba a la población, y por su intervención, se encontró la manera de atacar y erradicar el mal.
Han transcurridos 68 años y hasta el momento no se sabe con exactitud qué ocurrió en realidad. Las versiones siempre fueron contradictorias y los gobernantes de la época ofrecieron una investigación que nunca se hizo. Utilizaron la tragedia, como un pretexto para la persecución de sus adversarios políticos a quienes acusaba de haberse conjurado para cometer el hecho.
El milagroso Nazareno de San Pablo
El Nazareno de San Pablo es una figura de madera de pino Flandes, tallada en Sevilla, España, en el siglo XVII, por el escultor Felipe de Ribas, a quien, según la leyenda, tras concluir su obra, se le apareció el Nazareno y le pregunta; “¿Dónde me has visto que tan perfecto me has hecho?”.
La imagen fue trasladada a Caracas para ser venerada en la iglesia de San Pablo Ermitaño, de donde posiblemente proviene su nombre de Nazareno de San Pablo.
La extraordinaria imagen fue consagrada el 4 de julio de 1674, por Fray González Acuña, y permaneció en la Capilla de San Pablo hasta 1880, cuando Antonio Guzmán Blanco, recién nombrado Presidente por el Congreso, y conocido por su posición anticlerical, ordena su demolición para construir en esos terrenos el Teatro Municipal de Caracas.
Tiempo después, el mandatario hizo construir, en honor a su esposa, la Basílica de Santa Teresa, que, desde esa época, hasta nuestros días, acoge la imagen del Nazareno de San Pablo.
Los historiadores del Nazareno se remontan al año 1697, para hacer referencia a uno de los milagros más significativos, cuando la peste negra asoló a Caracas, provocando centenares de víctimas.
Los médicos de la época no podían hacer nada para contener el mal y los feligreses desesperados, deciden en rogativa, sacar la imagen en procesión. La desesperación era tal que una multitud se une al acto religioso que debía recorrer, entre súplicas y oraciones, las calles cercanas a la iglesia.
Durante el recorrido debieron pasar por debajo un frondoso limonero cargado de frutos y en ese momento, quienes llevaban en hombros al Nazareno, tienen dificultades para seguir su camino. No lograban avanzar y sienten como si una fuerza extraña los obligara a retroceder. Se percatan entonces, que la corona de espina se había enredado en el árbol haciendo caer varios gajos de limones que rodaron por la calle.
Los feligreses interpretaron aquello como un mensaje divino y recogiéndolos corrieron a sus casas para preparar infusiones que fueron suministradas a los enfermos que rápidamente sanaron. Pronto los limones fueron utilizados con éxito contra la peste que desapareció al poco tiempo.
Iglesia repleta de fieles
Lo ocurrido en la Basílica de Santa Teresa, fue una estampida, que se originó a eso de las cuatro y 45 minutos de la mañana del 9 de abril de 1952, miércoles Santo, durante la celebración de la misa del Nazareno de San Pablo, oficiada por el padre Marcial Ramírez.
Como era habitual, todos los miércoles de Semana Santa, la Basílica de Santa Teresa estaba repleta de devotos que habían ingresado al templo desde el dia anterior, para asegurarse un puesto que le permitiera asistir a los actos religiosos.
Muchos iban con el propósito de cumplir con alguna promesa. Entre ellos se encontraba una gran cantidad de niños que vestidos como El Nazareno fueron llevados por sus mayores. También ancianas que apiñadas luchaban por mantenerse en su sitio y no ser desplazadas por las personas que pugnaban por conseguir mejor lugar.
Centenares de devotos permanecían afuera y las colas conformada por los feligreses estaban detenidas, casi no avanzaban por la falta de espacio en una iglesia totalmente llena.
Adentro no cabía un alma más. Los fieles que lograron ocupar bancas desde el dia anterior, se mantenían firmes en sus lugares para asistir al santo oficio, en tanto que otros caminaban con dificultad por los pasillos, intentando acercarse a la imagen sagrada para tocarla y hacerse la señal de la cruz.
Acercarse al Santo de la túnica morada, la corona de espinas sobre su cabeza y la cruz de madera sobre los hombros, era una verdadera proeza, puesto que gran cantidad de personas se quedaban en los alrededores camándula en la mano, rezando el Santo Rosario. La Basílica era toda una algarabía, un murmullo con muchas voces que no se entendían.
El presbítero Hortensio Carrillo, párroco de Santa Teresa hacía los preparativos pues le correspondía oficiar la misa de las cinco de la mañana. Integrantes de la cofradía se mantenían en las puertas tratando de mantener el orden, ayudando a salir a la poca gente que lo hacía y organizar el ingreso de otras.
Ese Miércoles Santo, Día de El Nazareno de San Pablo, la agenda sería fuerte por la cantidad de actos litúrgicos programados y que se prolongarían hasta la noche. El hecho que una de las principales puertas permaneciera cerrada a causa de trabajos en la avenida Bolívar, aumentaba los problemas y comprometía la seguridad. Sin embargo, se hacían los preparativos para la misa de las cinco.
¡Fuego!, ¡Fuego!
Muchas eran las personas que mantenían velas encendidas en sus manos mientras con devoción y fe intentaban acercarse al Nazareno. De pronto, cerca del altar mayor, se produjo el grito de “Fuego”, que generó gran confusión.
La gente comenzó a correr aterrorizada, en busca de las salidas. Ocurren los empujones y las caídas. Quien cae difícilmente logra levantarse y es pisoteado por el tropel que intenta llegar a la calle. En segundos el caos se instauró en la iglesia y ya no fue posible mantener el precario orden que hasta minutos antes habían logrado los miembros de la cofradía.
Se dice que alguien gritó “Fuego”, debido a que una vela prendió en llamas el velo de una mujer y que la situacion fue rápidamente controlada por quienes se encontraban cerca, pero el grito de alarma, quizás sin fundamento, resultó suficiente para la debacle.
El pánico fue colectivo incluso en personas que no tenían la menor idea de lo que estaba ocurriendo, pero corrían intentado salir del templo. Niños y mujeres cayeron al piso. Tambien algunos hombres que no lograron levantarse y resultaron pisoteados y arrollados por el tropel. Nadie se detenía a ayudar a nadie.
Las primeras cifras fueron de 46 fallecidos en el interior de la iglesia. Sus cuerpos quedaron en el piso confundidos entre numerosos objetos que los asustados devotos perdieron en su alocada carrera. Zapatos, carteras, bolsos, paraguas, ropas convertidas en jirones y objetos de la misma iglesia derribados por la multitud. Las autoridades contabilizaron entre las víctimas fatales 23 niños, 22 mujeres, la mayoría de la tercera edad y un anciano.
En un hospital cercano se informó sobre el fallecimiento de otras cuatro personas, para aumentar el número de muertos a 50. Los decesos fueron por asfixia y aplastamiento, al ser pisoteados. La cifra de heridos fue de 115, la mayoría con graves traumatismos.
Numerosas fueron las versiones que circularon como causa de la tragedia, la mayoría sin fundamentos. ¡El sacerdote Hortensio Castillo dijo que alguien que estaba cerca del Altar Mayor gritó! ¡Fuego!, en momentos había un gran silencio y sólo se escuchaba la voz del padre Marcial Ramírez, al oficiar la Santa Misa.
El padre Hortensio admitió que ni el mismo sabía en realidad qué sucedía y lo que pudo ver fue terrible. La gente se llenó de pánico y sin saber que pasaba, intentó salir a toda costa de la Basílica. Quienes caían eran aplastados por los que venían detrás en terrorífica estampida. La mayor parte se encontró con la puerta noreste, que da a la avenida Bolívar, cerrada y el lugar se convirtió en trampa mortal que represó a los asustados devotos cobrando muchas vidas, explicó el religioso.
En medio de tal caos destacó el valor y el heroísmo del monaguillo Manuel Sosa, de tan solo 13 años, quien a pesar de la impresión que le causaba la situacion saltó desde el altar mayor, donde se oficiaba la misa, para salvar la vida de dos niños que estaban en el pasillo paralizados por el miedo a quienes tomó de las manos y llevó a salvo al altar.
Desde allí divisó a otros tres pequeños que solos, sin compañía de adultos, se dirigían de la nave izquierda, donde estaba la puerta cerrada. Iban a una muerte segura y rápidamente llegó hasta ellos para rescatarlos. Cuando los trasladaba al altar se encontró con otros dos niños que pudo poner a salvo ingresándolos a la sacristía. Este valiente monaguillo logró salvar siete vidas.
La policía llegó poco después para tomar el control, así como varias unidades de bomberos que fueron notificados sobre incendio en la basílica, pero al llegar no encontraron ningún fuego. Tan solo personas heridas y gran cantidad de cadáveres.
Algunos funcionarios declararon que el incendio nunca había ocurrido y que el grito de alarma se escuchó en la nave izquierda del templo. Un funcionario de Seguridad Nacional da otra versión y dice que una vela prendió el velo de una dama, pero eso fue controlado de manera inmediata. El padre Ramírez, aseguró que, desde el Alta Mayor, donde oficiaba la misa, nunca vio fuego, ni escuchó que alguien gritara.
Especulaciones sin fundamento
En el año 1952, Venezuela era gobernada por una junta de Gobierno que presidía Germán Suárez Flamerich, junto con Luis Felipe Llovera Páez y el coronel Marcos Pérez Jiménez, que ordenó exhaustiva investigación que pronto desvió su rumbo.
La policía política conocida Seguridad Nacional procedió a perseguir y detener a dirigentes políticos de oposición responsabilizándolos de la tragedia. El Gobernador del Distrito Federal, Guillermo Pacanins, prometió que todo sería aclarado, pero ninguna de las investigaciones anunciadas llegó a su fin.
El jefe de la Seguridad Nacional, Pedro Estrada, declaró que los hechos ocurridos en la de Iglesia Santa Teresa formaba parte de un plan destinado a generar desestabilización en el país y preparar el terreno para un atentado contra Marcos Pérez Jiménez, Ministro de la Defensa Nacional. Acusó a los dirigentes de Acción Democrática, Leonardo Ruiz Pineda y Alberto Carnevalli de ser los autores intelectuales de la conjura.
El padre Hortensio Carrillo agregó leña al fuego cuando declaró a la prensa que lo ocurrido en la iglesia formaba parte de un plan terrorista con conexiones internacionales. “Tengo pruebas de lo que digo, la culpa de todo lo ocurrido la tiene una fuerza internacional diabólica que todo el mundo conoce por los muchos hechos dolorosos que ha causado en el mundo”, comentó el sacerdote.
El gobierno y el clero, en común acuerdo, dieron por ciertas las apreciaciones del padre Carrillo y fue designado el inspector Aníbal Rojas, jefe de la Brigada de Homicidios de la Seguridad Nacional, como jefe de la investigación que estaría a cargo de un equipo conformado por cien hombres.
Las versiones, que se manejaban eran contradictorias. La policía intentaba imponer la tesis de Pedro Estrada responsabilizando a Acción Democrática y sus aliados comunistas, en tanto que otras personas decían que todo fue planificado por delincuentes comunes con la finalidad de provocar un caos, y robar el anillo de oro de la Virgen de Coromoto. Ninguna de las dos versiones tuvo consistencia como para ser probadas.
Aníbal Rojas, jefe de la investigación reveló que no se trató de un hecho de tipo criminal y asevera que el velo que llevaba en la cabeza una mujer de avanzada edad, hizo contacto con una vela y se incendio con fugaz llamarada que rápidamente fue controlada. Sin embargo, alguien pensando que el fuego se propagaba dio la voz de alarma que inmediatamente se convirtió en confusión y pánico colectivo, generando la estampida que concluyó en tragedia.
Ya había ocurrido algo parecido
Según reseña de los historiadores una situación similar había ocurrido en la misma iglesia el miércoles santo, Dia del Nazareno, en el año 1902, medio siglo antes de que ocurrieran los hechos ya reseñados con anterioridad.
Fue una situación muy parecida cuando centenares de personas, con gran sentimiento fe y devoción católica, plenaron el templo orando al Nazareno. Entonces la Semana Santa era otra cosa y la celebración diferente, centrada básicamente en la operación y las visitas a los diferentes templos católicos.
Eran aproximadamente las nueve de la mañana cuando se celebraba la Santa Misa en una iglesia atestada de fieles, y de repente se escuchó un aterrador grito: “Temblor”. Al parecer fue un cuadro que cayó de una pared, y una persona nerviosa por los temblores ocurridos recientemente, confundió esto con un movimiento telúrico y se apresuró a dar la alarma.
En esa oportunidad, al igual que en 1952 el pánico se apoderó de las personas que en masa trataron de salir a un mismo tiempo del sagrado recinto. De aquel suceso las autoridades tan solo reportaron personas heridas puesto no existe un registro de posibles fallecidos.