Alfredo Monsalve López
Año 1947. Moscú, Unión Soviética. Hora: 7 AM. Azul y transparente como el zafiro, así era el color de sus ojos. El cabello negro enmarañado de Tormento, reposaba sobre sus hombros enrojecidos, producto de los rayos ultra violeta que penetraban las nubes cargadas de cristales de nieve que caían aquel domingo 23 de febrero en gran parte de la Rusia post guerra. De nariz pequeña y perfilada. Sus labios, gruesos y suaves, pintados en color naranja como la blusa misma que llevaba consigo, temblaban de rabia aquella mañana colmada de frio intenso. Su rostro revelaba decisión para sortear escollos. El escote de su blusa, en forma de V, mostraba sin recato, parte de sus senos voluptuosos. La blusa que llegaba hasta la mitad de su vientre, enseñaba una cintura delgada, perfecta, de piel suave como el amanecer. Llevaba un pantalón de color negro, un poco más abajo del ombligo y remangados hasta las rodillas. La estrechez del pantalón, aceptaba observar unas nalgas perfectamente moldeadas; permitía ver unas piernas largas y torneadas. Calzaba sandalias de cuero color marrón con trenzas que rodeaban sus pantorrillas. Cuando asomaba su figura en los lugares donde hacía presencia, Tormento era objeto de miradas sin distingo de género. Todos la observaban con admiración, y algunas veces, con rivalidad. Era la única mujer así vestida en aquella Rusia, vapuleada por la guerra recién acabada y sacudida por el tiempo. Tiempo en que el camarada Stalin se había convertido, después de la muerte de Lenin, en el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Era quien tomaba las decisiones políticas, sociales y económicas.
Tormento Smirnov, como retando el destino, estaba parada con las piernas abiertas, en forma de V invertida, firmes, inflexibles a un costado de la Plaza. Las manos largas estaban colocadas sobre su cintura. La mirada fija, sin pestañear, se detuvo frente al rostro temeroso, pero sobrio, de su padre Yuri Smirnov, militar oficial de alto rango al servicio del ejército soviético. La mirada vaga y temblorosa del militar, evadió aquellos ojos que destilaban venganza, odio y aversión de su hija, la cual admiraba por su tenacidad y convicción. “Traidor… Estúpido… Papá, Eres un miserable traidor”. Fueron las palabras amargas de Tormento. Él había traicionado la causa por la cual ella había jurado luchar: por una sociedad justa, una sociedad sin clases. Su padre, desde hacía algún tiempo atrás, había transado convenio con agentes de la burguesía occidental. Sólo Tormento lo sabía. No pudo evitar el dolor inmenso que sufrió cuando se enteró de la infidelidad absurda del coronel.
Una bofetada lanzada con toda su fuerza, cayó sobre el rostro de aquel hombre que lloraba de rabia y dolor. La gorra que le identificaba como Coronel del Ejército Rojo, había caído sobre los pies de Tormento. Ella la pisoteó con furia. Un dolor manaba de lo más interno de su corazón. Sabía que la bofetada que su hija le había propinado, no era nada para el castigo que merecía por haber declinado a la causa revolucionaria. Tormento le miró fijamente a los ojos, y volvió a pegarle con la mano abierta en la mejilla izquierda. Una, dos, tres veces cayó el peso de la mano larga de su hija en el rostro del alto oficial. Ella, sin mediar palabra alguna, se acercó más a su padre, le agarró por la nuca con las dos manos y le beso en la frente. Lo abrazó con fuerza. Así estuvo con él por varios segundos. De pronto, le quitó el arma, una Luger calibre 45 de fabricación alemana que su padre traía en la funda, y con la mano firme, le apuntó en la frente. El hombre que le había engendrado, sabía de lo que su hija era capaz. Sabía que su Tormento estaba sumergida profundamente en la revolución. Y eso para él era suficiente, para irse al infierno si fuese necesario. Conocía sobremanera a su hija. Sabía que era una mujer fiel a sus principios y pensamiento comunista. Solo miró el negro cañón de la pistola que le apuntaba sin temblor alguno. Y se dijo, una vez más, “dispara de una vez”. En efecto, el estampido de un disparo interrumpió el silencio que reinaba esa mañana. El proyectil le abrió un orificio en la parte superior del ojo izquierdo y de inmediato un río de sangre cubrió su rostro. Sus ojos turbios miraron por última vez a Tormento y se desplomó sobre el piso húmedo. Unas palomas que picoteaban sobre el piso helado en el centro de la plaza, volaron revoltosas producto del estampido del disparo que segundos antes había acabado con la vida del coronel Yuri Smirnov, por su Tormento.
@monsalvel