Por Raúl Márquez
La hipótesis que más cobra fuerza en las investigaciones apunta a los celos y la venganza, como los desencadenantes del doble crimen
Eran, aproximadamente, las diez de la mañana del lunes 26 de abril de 2021, cuando Lucinda Ramírez le pidió a su hija menor que fuese a donde un vecino a hacerle un mandado. La jovencita le dijo que no tenía ganas de ir, que fuese ella con su tía. Al cabo de unos segundos, la señora Lucinda le dijo que estaba bien y junto con su hermana salió de la casa. La adolescente, de 16 años, se quedó sentada en el patio frontal de la vivienda. Fue la última vez que la vieron con vida.
Pasaron unos veinte minutos, la señora Lucinda salió de la casa del vecino, ubicada a unos 40 metros, y observó que frente a la suya pasaba algo. Entonces, aceleró sus pasos. Su corazón se crispó de terror cuando vio que alguien yacía en medio de la carretera. A los pocos instantes, descubrió con horror que se trataba de su hija Karla. Corrió hacia ella, gritando. La muchacha agonizaba.
Unos metros más allá, junto a la cerca de la casa, estaba tendido sobre la grama Énder Alexánder, un amigo de su hija y la familia, al lado de su bicicleta, presentando varias heridas, ya sin signos vitales.
Presa de la desesperación, la señora Lucinda salió gritando en dirección a la finca, en donde su marido se encontraba trabajando. Cuenta Vicente Sánchez, el papá de Karla, que escuchó el bullicio y el nombre de su hija, por lo que salió a toda velocidad hacia su hogar. Entonces se encontró con la peor escena, que jamás se habría imaginado presenciar. A partir de ese momento, el dolor más profundo, la desolación y la impotencia se adueñaron de la familia Sánchez Ramírez.
«Ella era la alegría de la casa»
Karla Luzbey era la alegría de la casa, pues todo el día se lo pasaba cantando. Tenía la piel blanca, el cabello largo, y la figura delgada y esbelta. Soñaba con conocer la torre Eiffel, estudiar música, prepararse en el mundo del modelaje, y también con obtener un título universitario. En ese particular, sus aspiraciones profesionales se debatían entre la Psicología y la Pediatría.
De acuerdo con su familia, era una adolescente soñadora, muy dada a los demás, algo ingenua, cuya terrible muerte aún les parece una pesadilla, un hecho inesperado y cruel que los mantiene como en un limbo, en donde son conscientes de que ya no está, pero, aun así, esperan escuchar de nuevo su voz, sentir su presencia alegre y vivaz por la casa.
—Tantos sueños y aspiraciones, tantas cosas hermosas de mi hija que ya nunca podrán ser—, suspira Lucinda Ramírez, mientras sostiene entre sus manos temblorosas el álbum de fotos de su hija.
El fatídico hecho fue perpetrado en el sector Los Cruceros del municipio Fernández Feo, en un doble crimen sin precedentes en la zona, por lo brutal y por tratarse de dos adolescentes, que ha causado conmoción y dolor en los habitantes del sur del Táchira.
“Karlita iba a ser nuestra compañía de adultos”
Sentados en el patio en donde Lucinda vio a Karla con vida por última vez, la familia comenta que no sale de su asombro por lo ocurrido; a todos les parece mentira, un sueño, un vacío imposible de describir con palabras.
Los padres de la chica relatan que Karla fue concebida pensando en que los acompañara cuando sus otros hijos, los grandes, se fueran de casa. «Vanessa, que era entonces la más pequeña, tenía nueve años, por lo que pensamos en que era oportuno tener otro hijo, para que estuviera con nosotros cuando ellos se fueran; entonces nació Karlita», cuenta la madre de la joven asesinada.
Karla Luzbey Sánchez Ramírez nació el 19 de octubre de 2004, en el Centro de Diagnóstico Integral de San Rafael de El Piñal. Era la menor de cinco hermanos. Estudió el preescolar y la primaria en la escuela María Alejandrina Hernández de Soto, ubicada a pocos metros de su casa.
Actualmente, estudiaba 5° año de bachillerato en la Unidad Educativa Rufino Blanco Fombona, de la Recta de Ayarí. Desde pequeña, se dio a conocer en el ámbito educativo por su talento para el canto y el modelaje. De hecho, comenta su hermana Vanessa, en el mes de diciembre de 2020 se presentó en un evento de modelaje llevado a cabo en San Rafael de El Piñal, en donde interpretó una canción de Selena y otra de la Quinta Estación.
—Ella quería comenzar este año en la academia de modelaje de El Piñal; de hecho, un hermano que está en Perú había dicho que la iba a ayudar, pero, lamentablemente, le arrebataron la vida de esa manera tan cruel, que no la dejaron cumplir ese sueño, ni los demás, lo que ella tanto anhelaba— precisa Vanesa Sánchez.
Eran solo amigos…
Con respecto a Énder Alexánder Castillo Prieto, el otro joven asesinado, cuenta el padre de Karla que era amigo de su hija desde hacía mucho tiempo. «Ellos eran amigos. Casi siempre que él pasaba por la casa, en su bicicleta o a pie, entraba a pedir agua. A veces iban juntos a las asesorías pedagógicas, pero no estudiaban el mismo año. Él estudiaba 4° año, eso sí, en el mismo liceo».
Aseveran que era alto, de contextura corpulenta y muy trabajador. «Era un muchacho humilde, tranquilo. Su mamá es profesora; una buena persona. Hace unas semanas había comprado una cornetica, con luces, de esas recargables, y cuando pasaba por aquí, uno escuchaba la música y sabía que era él. Era prácticamente un niño, a pesar de su estatura. No se merecía que lo mataran de era manera tan salvaje», subraya Vanessa Sánchez.
“¿Por qué me los mataron?”
Horas después de lo ocurrido, detectives del Eje Contra Homicidios del Cicpc Táchira iniciaron las pesquisas de rigor. Interrogaron a una parte del entorno familiar, a vecinos y amigos de las víctimas, pero no lograron nada concreto. Asimismo, hicieron un barrido en la zona, por donde se supone que huyó o huyeron los asesinos, sin obtener los frutos esperados.
Por ahora, entre las hipótesis que barajan los funcionarios de la Policía Científica que se encargan del caso, la que cobra mayor fuerza es la de los celos y la venganza. Se supone que un pretendiente, que fue rechazado por la muchacha, podría ser el causante de estas muertes.
Entre tanto, en el seno de estas familias humildes, y en la colectividad en general del sur del Táchira, dos preguntas retumban incesantes: ¿Por qué los mataron? ¿Quién les quitó la vida a estos jóvenes con tal ensañamiento?
En medio de estas interrogantes, le piden a Dios consuelo para sobreponerse a la desgracia, fuerzas para seguir adelante, y que estos crímenes no queden impunes.