Norma Pérez
A solo cuarenta y ocho horas de celebrar el Día de las Madres, se cumplieron tres meses del fallecimiento de la única hija de Ana Judith Gómez, a causa de un tumor maligno. Tenía 42 años, y dos niñas que ahora son huérfanas; se quedaron con su abuela.
La pobreza extrema le quitó las posibilidades de hacerse un tratamiento y la intervención quirúrgica que requería para tratar de salvar su vida. Partió de este mundo en medio del desasosiego de dejar a sus niñas en el desamparo: Karinin, de 13 años de edad, con una condición especial, y Xianny, de 10 años.
Con voz entrecortada por un llanto incontenible, sentada en una silla improvisada con la gaveta de una cómoda a la que adosó un cojín, Ana Judith cuenta esta historia aciaga que le desgarra el corazón.
Madre, hija y nietas siempre vivieron juntas en el ranchito que levantaron en el sector Anaco de Rubio, y que recientemente la alcaldía del municipio Junín, a través de la misión Vivienda, remodeló y acondicionó. Aunque mejoraron las condiciones, esta señora lamenta que se llevaron los muebles, bastante desvencijados, pero ahora no tiene nada.
“Siempre fuimos las cuatro, muy unidas. Quedé sola con las niñas porque el papá nunca se hizo cargo de ellas. Es una situación muy difícil para nosotras; la pérdida de mi única hija es un dolor muy grande, que ninguna de las tres hemos podido superar”.
Sentadas en el suelo, las pequeñas son el testimonio viviente de lo que narra su abuela, que ya cumplió sesenta años, aunque parecen más en este ser abrumado por las desventuras.
Durante mucho tiempo laboró como empleada doméstica, ahora está al cuidado de sus dos nietas. A raíz de la muerte de su hija, se elevó su presión arterial y no supera la depresión, que se agrava por las carencias de toda índole.
“La niña mayor tiene problemas de lenguaje, ahorita no está estudiando porque debe ir a una escuela de atención especial. Mi hija trabajaba como madre cuidadora y era quien hacía los gastos mayores”.
Una doctora que revisó a las niñas le indicó que sufren de desnutrición, lo que redunda en su salud y desarrollo. Ella misma luce muy delgada.
No tiene gas, pues dice que la bombona se encuentra en la alcaldía, desde el mes de enero de este año, a la espera de que la llenen. Tampoco cuenta con cocina eléctrica, así que no puede preparar los alimentos. La nevera, que le regaló una sobrina, se dañó con las fluctuaciones de energía eléctrica.
Su hermana, aunque también tiene una situación precaria, le lleva comida preparada, al igual que algunas vecinas caritativas que en ocasiones la ayudan.
Los fines de semana, el párroco de Santa Lucía, presbítero Richard García, le envía arepas para el desayuno y la cena del sábado: el domingo, la sopa que preparan como almuerzo para mil 200 personas.
Tras la puerta metálica pintada de blanco, están Ana Judith Gómez y sus dos nietas. Junto a ellas, la desdicha por la hija y la madre que no prodigará las caricias amorosas y nunca volverán a ver. Para ellas no existe el lado amable de la vida. Queda, la mirada perdida, las lágrimas derramadas, el vacío en el alma y la soledad en la casa donde se disipó la alegría.