Néstor Melani Orozco
El viejo lleva una manta y a través de sus espejuelos divisa recuerdos como si de algún día en el viaje hubiese encontrado sus secretos, la calle vieja de las ánimas tiene olor a reses en el matadero, mientras entre el sonar de los ecos en una campana ronca se describen los tiempos. Muy cerca del puente romántico del callejón de San Francisco de Juan Cavallini. Un Volkswagen de color azul lleva lienzos, papeles, óleos y sueños, son aquellos años sesenta, cuando aún las pertenencias del alma se cobijaban en cada misterio y desde La Grita olorosa a pan y vino antiguo, cantar de gallos, sobre las nostalgias y las herencias vinieron los sentimientos, el pesebre de La Pesa, las casas de solares de su padre o el centenario baúl de morocotas, los santos de la alcoba; la poesía de Teodoro Gutiérrez Calderón, las canciones en el saxofón de Julio Mora y las imágenes convertidas en leyendas; más en los hechos vividos en la escuela de Caracas, cuando Alejandro Colina dibujaba el secreto de la piedra en su gigantesca María Lionza, y ya Eloy Palacios había regresado con los atuendos consagrados de Europa. Más aún, Pedro Ángel González se convertía en el mayor paisajista de Venezuela. Mucho más allá de las tormentas, como si los delirios del sentimiento hubiesen descrito un camino que poseía de aromas la canción de los pueblos y el paisaje andino.
Así entendí en mis años a PEDRO MOGOLLÓN. Dueño de su propia personalidad. Aún recuerdo sus clases de la Escuela de Bellas Artes de San Cristóbal, la misma de Elbano Méndez Osuna. Muy cerca de Juan Ferrer Roi, entre los parlamentos con Antonio Colmenares, Simón Ayala y Raúl Sánchez, o el definido espacio de Cormani materializando la forma para hacer de la concepción un verdadero legado del arte nuestro. Con Jacobo Stiman definiendo los estadios del fauvismo francés. Cuando Isabel Gaffaro describía el credo cubista y la Cueva Pictolírica proponía los elementos reales de un nuevo compromiso de la cultura. Freddy Pereyra realizaba la primera manifestación de calle como artista. A raíz de expulsársele sus obras de la biblioteca pública de ese entonces. Donde Rafael Ulacio Sandoval hacía el encuentro con lo tachirense. Quizás después de Manuel Osorio Velasco o la perpetua sonrisa de Valentín Hernández. En las memorias, en los ideales. Rubén Darío Becerra retornando de Chile con los aromas literarios de Alone. Y el actor Alirio Pérez escribía “El Bachiller” para protestar en la otra situación herida de los tachirenses. Más en las expresiones conjugadas a sus seguidores: Campos Biscardi, Leonel Duran, Miguel Ángel Sánchez, Elser Becerra, Omar Vásquez, Pedro Barrientos, Jorge Belandria, Belkis Candiales, Morelani, Eduardo Carrero, Mario Sánchez, y el más connotado de los naturalistas andinos: Agustín Guerrero, entre tantos. Entonces de sus manos nacieron formas, “Moisés descifrando las leyes” o piedras buriladas para expresar los sublimes contenidos de los años. Cartas definiendo el propósito que debe realizar un escultor cuando de aromas el alma grita y siente con el dolor del pueblo. En lo mitológico o en lo histórico, en lo poético y hasta describir el secreto verdadero de lo humano. Sus alumnos, sus lecciones como propuestas a las dimensiones del arte. Con este sentimiento que dejan las materias de su pedagogía, pero más allá de lo material, el espíritu de sus silencios que han conformado el misterio de sus esculturas poéticas, en la sabiduría del criollo entre el barro y el bronce, en la confrontación del ser, entre el arte y la realidad viviente. Sus exposiciones y los testimonios de su facultad. PEDRO MOGOLLÓN nos deja un legado a la cultura del Táchira. Más aún al arte venezolano, a sus viajes, desde Colombia, de Obregón, el Ecuador de Armendáriz, una España de Julio González, hasta una Francia en los santuarios de Montmartre. Testimonios de la solemnidad de los espacios como arrancados a la ceremonia de un verso y descritos en el testamento sagrado de la cultura. Pintor y escultor. Impresionista y creador, hacedor de la escuela tachirense. Poeta del alma, como venido de las manifestaciones originarias de August Rodin, para guardar sentidos o permitir en los bronces devolver a los escenarios las bailarinas vivientes de Édgar Degas en los equilibrios puntuales de las formas. En las expresiones de Lorenzo González, Marcos León Mariño, Pepe Melani, hasta en el vanguardismo de Cornelius Zitman. Desde su escuela; su taller. Desde su propia vida.
Cuando atravesamos la redoma de la avenida España de la ciudad de San Cristóbal, entre las intersecciones de Los Agustinos, en “Pueblo Nuevo” podemos apreciar al gigante en piedra: “Rómulo Gallegos”, obra de nuestro maestro, es como un Toltén milenario desde las culturas mayas o las descripciones del español Victorio Macho, dejando significados hasta el secreto de Arenas Bentancour, en la realidad viviente de PEDRO MOGOLLÓN.
Ahora queda el sentir por nuestros valores, por sus obras, donde siempre viven las manifestaciones de la cultura y el legado al notorio del arte, esencia verdadera del mañana.
Para que cada día una humanidad comprenda la interesante manifestación del ser creador. Y los verdaderos gestores y defensores de la cultura eleven de amor sus compromisos para el bien de los artistas. Hacedores de la paz y testigos de la realidad de los pueblos.
Y entre el cantar de los sueños y la verdad descrita en la ceremonia de un insigne maestro…
DE MI LIBRO:
VIAJEROS DEL TIEMPO