Opinión

Hablemos de príncipes y reyes

4 de julio de 2021

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Francisco Corsica


Uno de los ejemplos más divulgados de las reglas de la lógica afirma: “Todos los hombres son mortales. Aristóteles es hombre. Aristóteles es mortal”. La última premisa es consecuencia de inferir información sobre las dos anteriores. Nótese que hasta los silogismos griegos nos recuerdan sutilmente que algún día moriremos. Es la ley de vida y nada más.

Es el caso, por ejemplo, del príncipe Felipe de Edimburgo, antes conocido como Felipe de Grecia y Dinamarca. Como bien deben saber, el consorte británico lamentablemente falleció el pasado 9 de abril a sus 99 años de edad. Le faltaba muy poco para cumplir una centuria. Entre muestras de afecto por parte de sus súbditos durante su funeral, deja una familia numerosa y toda una Mancomunidad que llora su partida física.

Su muerte ha dejado cierta inquietud sobre el futuro del Estado anglosajón. Algunos de sus súbditos sugieren que el régimen monárquico podría desaparecer en Reino Unido y que el deceso de Isabel II solamente acelerará este proceso aparentemente inevitable. Aseguran que cada vez es más difícil justificar la existencia de príncipes y reyes.

Aún así, la mayoría de los británicos sostiene que la casa real perdurará por el peso de los años que la respaldan. Esta excéntrica e histórica familia es más popular entre los gobernados de lo que podría pensarse. Inclusive han propuesto que el heredero de su majestad sea su nieto, Guillermo, y no su hijo Carlos. Aunque es poco probable que así suceda, una cara joven le devolvería frescura a la corona. La alternativa, me atrevo a creer, sería fundar una república sobre sus escombros.

Otra vez el viejo debate monarquía/república. Ya lo hicimos los venezolanos en 1811 al independizarnos. Así lo determinaron trece colonias británicas en 1776 en parte de lo que hoy en día llamamos Estados Unidos. La misma idea republicana se ha impuesto con el paso del tiempo en Europa: siglos atrás, las monarquías eran la norma, al día de hoy son la excepción a la regla. Podría atestar este párrafo con nombres de los países que fueron en algún momento monárquicos —en sus dos vertientes, absoluta y parlamentaria— y ahora son repúblicas de uno u otro tipo.

Del mismo modo, dentro y fuera del viejo continente podemos nombrar reyes, príncipes, emires, emperadores y sultanes que aún gobiernan. En pocos de ellos se cuestiona su pertinencia. Estas líneas no serían suficientes para mencionarlos a todos ellos.

También llama mi atención que algunos europeos vean en la monarquía lo «viejo» y en otras formas políticas lo «nuevo». Si algo me ha quedado tremendamente claro del estudio de la historia es que en política son contadas las cosas que puedan etiquetarse como nuevas. Inclusive Maquiavelo, uno de los grandes pensadores de la política, sugirió que para conocer el futuro bastaba con escudriñar el pasado.

He llegado a reírme alguna que otra vez de los políticos que juran representar lo nuevo. Los dirigentes políticos ciertamente pueden lograr que el curso de los eventos marche de manera distinta —si es para bien o para mal, quedará al criterio de cada quien—, pero es difícil que efectivamente innoven.

No es cierto que las repúblicas sean una primicia. Esto incluye al mismísimo Reino Unido, que vivió una experiencia así en pleno siglo XVII de la mano de Oliver y Richard Cromwell. La República romana data de antes de Cristo, aunque haya sido muy distinta a las contemporáneas.

Estas líneas no fueron escritas con el propósito de criticar o de apoyar alguna forma de gobierno en particular. Cada una de ellas será más o menos conveniente para las naciones según una serie de condiciones que ahora no vienen al caso. Menos interesado estoy en hablar en nombre de un noble o republicano europeo. Los mismos europeos podrán esgrimir sus argumentos a favor o en contra de unos y de otros.

Lo que sí parece evidente es que la mayoría de los británicos no tienen razones significativas para prescindir de la nobleza y de su sistema político actual. Viven en un país seguro, desarrollado y respetado. Son una potencia mundial aunque el heredero al trono y su futura consorte no sean tan populares como la actual soberana. Esperemos que, si en algún momento optan por experimentar nuevamente la vida republicana, les resulte muy beneficiosa.

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