Opinión

Para recordar al teniente Reyes Zumeta

14 de julio de 2021

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Néstor Melani Orozco*

En 1974 ingresé como calígrafo en el Liceo Militar Jáuregui, aun cuando La Grita poseía los encantos de lunas viajeras y de presencias se había quedado la figura de un oficial de los recuerdos en la pertenencia de un club militar, entre  amigos y memorias; la histórica presencia de los viejos profesores y oficiales, de los obreros, quienes como imágenes de un canto eterno aún admiraban al personaje que se convirtió en una leyenda, muy antes de aquel recuerdo descrito en la pertenencia bucólica y adoración de un pueblo…

Donde habían pasado de ese momento diez largos años…

Entonces hubo sentidos de misterios guardados en las clases de matemática del Liceo Militar Jáuregui, donde la voz del teniente Édgar Reyes Zumeta contaba las escrituras del álgebra.

Aquellos tiempos cubiertos de la intentona-revolución de Castro León y de la dirección notable del general Pablo Antonio Flores.

Momentos de una Grita, ciudad revestida de gracias; porque desde allí aquel teniente Reyes Zumeta, venido y castigado por haber cruzado en su avión por medio del Arco de Triunfo de Carabobo, en Valencia, fue enviado a servir como amonestación en el portentoso Liceo Militar.

 Y entre memorias trajo su caballo pura sangre, a quien llamaba «Gavilán», y desde las tardes gloriosas de aquella ciudad lejana de los años sesenta, muy después de las tareas académicas, bajaba el legendario piloto y teniente de ensueños en su corcel hasta el Bar Torbes de la plaza Bolívar y sobre la barra del botiquín invocaba los recuerdos, mientras «Gavilán» se comía las almojábanas en la cesta del vendedor panadero.

Cuanto de las canciones en la rocola abrían los despechos y de «Puerto Abandonado» del compositor Oswaldo Oropeza… todo entre copa y copas…

Era una Grita bucólica, de amores perdidos, de dianas eternas y de lunas, para las eternidades de las serenatas.

El piloto guardó su traje de aviador y entre ensayos logró sacar del campo de fútbol del instituto militar otra avioneta, entre el asombro del pueblo, y dando dos vueltas por el cielo gritense y cruzándose de forma vertical, se vino desde el llano arriba y pasó por medio de las dos torres de la iglesia de los Ángeles…

¡El pueblo gritó de asombro!

Tiempo de aquel castigo entre sus clases de aritmética y la colección de pañuelos que conservó de las novias gritenses…

Un día se narró de su muerte en su pueblo natal de Yaritagua y La Grita descargó sus llantos en todos los recuerdos…

Cuando de estas reminiscencias del interesante piloto han pasado benditos 58 años…

Entre campanarios y retratos impresos en aquellos anuarios que se hicieron testigos.

Mas la profesora Hildamar de Tesser liderizó la idea que el club militar llevase el nombre del romántico piloto.

Y entre versos, el alma invocó de imágenes y de los amores que se fueron en las ventanas del pueblo…

_______________________

*Cronista de La Grita.

Premio Internacional de Dibujo «Joan Miro»-1987.  Barcelona, España.

Maestro Honorario.

Doctor en Arte.

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