Néstor Melani Orozco *
Vinieron palomas y rondaron el patio de piedras. La casa de doña Lucinda. Entre el silencio del naranjo agrio y las cortinas que trajo Imelda en su viaje a Islas Canarias. Porque de luces el archivo permaneció oculto en los estantes del cronista, del viajero de ciudades y gestor del aeropuerto de Mérida.
Como si no hubiese existido un verdadero heredero.
Desde el solar del padre Melecio, hasta las casas del señor Aponte en el norte del Calvario, donde estuvieron los arrieros y los italianos se llevaron los secretos del último testigo de aquel lugar, donde una paloma de plata venida en las encomiendas de Fernando de Andrade, el primer franciscano que pronunció una santa misa en la ciudad vieja del Espíritu Santo, y desde allí, en aquella reliquia se guardó el acta de refundación de la notable ciudad de La Grita, existencia y caja fuerte de los documentos. . .
¡De amor y verdades!
De caminos hechos con las formas de todos los cimientos…
Aún de las cartas del Archivo de Indias en Sevilla. O las afirmaciones de los letrados historiadores de Bogotá, Tunja y de Pamplona. Cuando el reloj de la plaza del llano aún asomaba el candor de los toreros y en la alacena estaba el rosario del diestro Cerrajilla, porque de voces aún se dejaba escuchar en el aposento grande, en la vitrola, la voz de Carlos Gardel…
Como presencias y memorias se fueron los años. Y el cronista Raúl Salcedo dejó en su legado la verdad de los aborígenes Humogrías. Desde la Capilla, el Peralbrillo, hasta Tadea del Cristo, hecho una leyenda. Y como sales, el templo de la Iglesia de la Paloma y la Virgen de la Guerra. Mientras la capilla franciscana del Llano de la Cruz se moría sin dolientes…
Y la presencia del cronista Salcedo se grabó en los sentimientos, desde venir del Oidor Sotomayor, hasta Nectario María o del ánima de las imágenes vestidas de tantos recuerdos sagrados; lo describió don Horacio Moreno en su biblioteca, cuando me dijo de la importancia valerosa de ser cronista de La Grita. Lo dijo con su promesa de ser el maestro y el confidente de los libros abecedarios de los pueblos tachirenses…
Mas de la ciudad tan vieja que fue provincia de Venezuela en los años de la independencia y se cubrió de portales religiosos. De caballeros españoles. Hasta de mercaderes viajeros buscando las dos rutas, la de Mérida y la de Pamplona…
De indígenas en las humillaciones y de borrar a Cariñena como la diosa sagrada de las montañas.
Así, aquella casona del Llano. En la calle Miranda y la callejuela Quinta, de los linderos del viejo Francisco Calderón y el teniente Requena. Donde se permitieron los aleros y las cruces del segundo camposanto…en el mismo lugar donde Emilio Constantino Guerrero sepultó en su novela las hojas del delirio y allí de amor a Lucía, la más hermosa de las mujeres de La Grita de aquel 1826…
Como Eduviges Rojas, en flor traída al santuario desde el páramo de Osorio…
Muchos años después, en el arquitrabe del segundo portón aparecieron las palabras, donde se describían en letras hebreas de Salomón y traducidas al latín como difuminadas y borradas por las capas de la cal donde aparecía: «Initium Sapientiae Timor Domini», entre los precisos santos venidos de España y la alabarda de Cáceres, una moneda griega y varios denarios que siempre guardó el ilustrado cronista.
Habiendo olor a hollín en la cocina y dos ángeles en las paredes que significaban las imágenes de la virgen del vestido roto y entre acordes de las escobas los vuelos donde nunca se supieron de las almendras en las noches de luna llena…
Un día la Esquina fue más eterna de María Lía, sagrada y hermosa, desde su hijo militar y el otro director de bandas, del artesano y las muchachas bonitas, hasta del retrato consagrado a los ecos de aquella Grita que se dejó vencer por las nostalgias y las adivinanzas del reverendo Sandoval, entre rosas de Castilla y la casa eterna del cronista…
Años muy de tiempos, al Prof. Horacio Moreno lo encontré de nuevo en un acto en el Museo de Artes Visuales de San Cristóbal. Muy anciano. Pero erguido, sabio y valiente. Sin olvidar ningún acento; le acompañaban sus discípulos. Y recordándome el telegrama del bachiller Lupi. Y entre aquella memoria emergente del alma, más del inmenso Archivo del cronista Salcedo…
Hablaron los silencios…
Y las revistas «Humogrías» se convirtieron en colecciones interesantes de la verdad histórica que defendió los hechos de la vida. Más de vendedores de hojas de papel. Mientras la Casa conservó las presencias y como una escritura del Alba, todas las confesiones del amor eterno. . .
Porqué algún día, allá en las distancias, veremos o verán un monumento al señor de los archivos y la Casa entre encantos viva los recuerdos y La Grita algún día pueda ser un museo…
Y los venideros siglos mostrarán la justa presencia de todas las verdades…
- Cronista de La Grita.
Artista Plástico.
Premio Internacional de Dibujo «Joan Miro»-1987. Barcelona España.
Maestro Honorario.
Doctor en Arte.