Carlos Orozco Carrero
Con esta llovedera se impone la exigencia a todos los de la casa a colaborar para sacar el agua que gotea insistentemente sobre cada rincón de nuestras casas. En la mía, desde la cucharita más pequeña de la vajilla, todos recogen agua por chorros. El único que no colabora, siempre hay un tipo de esos en las mejores familias, es el budare. Y se burla de los demás, este tipejo.
Ahora le dio a mi tío Melquiades por preguntarle a un sacerdote que llegó de visita. –Padre, ¿qué hizo san José con la carpintería…- ¿La vendió, la alquiló o la cerró, después de la tragedia? Pulquería le amenaza con ofrecerle un tiempito en el infierno por meterse en esas cosas de la religión. Todos nos santiguamos en la casa de los viejos.
Pablo López, lanzador zuliano, perteneciente a los Marlins de Florida, impone un récord en las Grandes Ligas del mejor béisbol del mundo. Ponchó a los nueve bateadores que enfrentó al comenzar el juego. Un orgullo venezolano, cariños. Recuerdo mis tiempos dorados con el equipo de Apula en el Centro Latino. Todos aplaudían.
Por estos tiempos de julio se cumplen años de la llegada del hombre a la Luna. Qué emoción ver al astronauta pisar nuestro satélite natural. –Esos son mentiras, Carreto. El flaco Elpidio nunca creyó tal hazaña humana. Buej…
Los leones esperaron algún tiempo a que llegara la migración de cebras y ñus para caerles a muela limpia y aprovechar la presencia de cientos de miles de cuadrúpedos para saciar el hambre. Lo malo es que con esta migración también llegan millones de moscas bailarinas, las cuales le hacen la vida de cuadritos a los felinos. Los leones vieron la posibilidad de sacudirse ese fastidio de los insectos y decidieron subirse a un enorme árbol. Hasta las copas del frondoso salvador llegaron casi todos los de la manada. Alejados del infernal tormento y hasta un sueñito intentaron agarrar estos carnívoros. De repente, las ramas cedieron al peso de los leones y todos fueron a parar al caliente suelo africano. Se escucharon unas risitas burlonas por el sendero. Eran las hienas que habían presenciado la aparatosa caída de sus enemigos de festín.