Francisco Corsica
Recuerdo que cuando era niño veía en la televisión Los Supersónicos, la risible y visionaria serie animada de la compañía Hanna-Barbera que debutó en 1962. La misma nos presenta a una familia futurística, repleta de tecnología de punta, robots, viajes espaciales y momentos hilarantes. En aquella década, todos los avances que mostraba parecían muy lejanos o irrealizables. Literalmente eran cosas del futuro, no del presente. Se requería demasiada imaginación para lograrlos. Inclusive en mi niñez no las creía posibles.
No obstante, el futuro ya no luce tan distante como en ese entonces. Los años han pasado y más bien se asemeja bastante a nuestra actualidad. La serie se ambientó cien años después de su estreno —2062— y lo que más llama la atención es que prácticamente ya vivimos en esa era. Sí, nos falta desarrollar los automóviles voladores, las casas flotantes, los viajes espaciales constantes y las teletransportaciones. Pero ya contamos con sus consultas a domicilio, sus videollamadas y videoconferencias, sus teléfonos y relojes inteligentes, sus asistentes virtuales y periódicos digitales, y un largo etcétera.
Si a ello le sumamos el trilladísimo tema de la pandemia de la COVID-19, pudiésemos afirmar que esta desgracia llegó para acelerar un proceso que ya había iniciado. Ante tiempos tan desafiantes, ahora todo se puede realizar por medio de una pantalla. ¿Quién lo diría? Una solución sencilla a un problema complejo. Así como en el dibujo animado de antaño, se ha difuminado la barrera entre lo real y lo virtual. Ya son dos caras de una misma moneda.
Cuando el futuro se adelanta, este tipo de cosas suceden. Es más: si los viéramos en pleno 2021, estoy seguro de que no sabríamos si se desarrollan este mismo año o no. Prácticamente ya contamos con todas las tecnologías y los eventos que transmitieron hace casi sesenta años. En términos comparativos, son más los artilugios que conocemos que los que no. Y sobre estos últimos, seguramente los estén desarrollando y los conozcamos en un futuro no muy distante.
Un problema que no previeron es la llamada brecha digital. Consiste en cualquier distribución desigual respecto al acceso, al uso o el impacto de las nuevas tecnologías entre grupos sociales. Para nadie debe ser un secreto que Latinoamérica no se encuentra tan avanzada como Europa o Norteamérica. Del mismo modo, se dice que los niños nacen con un teléfono inteligente entre sus manos, a diferencia de sus abuelos, cuya mayoría a duras penas atienden y hacen llamadas con ellos.
Bill Hanna y Joe Barbera fueron una dupla excepcional, sin duda. No solo divirtieron a millones de niños y adultos con sus cientos de producciones, sino que fueron capaces de hacerlas atemporales. En un archivo gigantesco como ese, ninguna ha perdido vigencia. ¿Qué creen que mostrarían actualmente en Los Supersónicos si siguieran vivos?
Ya que Hollywood está reinventando los clásicos para adaptarlos a los nuevos tiempos, sería grandioso que se atrevan a relanzar a la familia Sónico, prediciendo cómo será la humanidad en 2121. Una película o una serie quizá. Animada, y si no, con actores reales. Para todas las edades o para un público adulto. Estos detalles no importan demasiado. Sí deben procurar narrar una excelente historia para rendirle un merecido tributo a la original, documentarse lo suficiente sobre el porvenir y mostrar francamente hacia dónde se dirige la especie humana. Sean visionarios. Estoy seguro de que es cuestión de tiempo para que se aventuren. Mis expectativas sobrepasarán las nubes cuando la estrenen.
Han sido unas consideraciones muy divertidas y sugerentes. Adaptadas a estos tiempos. Grosso modo, comprobamos que se trata de una serie no tan lejana como podríamos pensar. Sí, se dibujó con papel cebolla y celuloide y quizá se requiera remasterizar sus capítulos para verlos con los estándares de calidad actuales. Pero no podemos negar que sus 75 episodios vaticinaron acertadamente parte de lo que nos esperaba, pese al tiempo transcurrido y los eventos que han acelerado ese proceso.
Queda bastante tela por cortar. Quizá haga falta una próxima entrega para llevar este escrito a otros términos, centrándolo en un tópico más particular. Aunque esto no sea Twitter, 750 palabras —en promedio— no son suficientes para abordar una cuestión que se topa en nuestro camino día tras día. Sin buscarlo, la tecnología llegó para quedarse y nos arropó irremediablemente. Pobre de aquel que se aferra al pasado en estos tiempos.