Jonathan Maldonado
Decenas de personas, la mayoría en carros particulares, arriban a diario a la ciudad fronteriza de Ureña, motivadas por el turismo comercial. El sector textil es el principal factor que atrae a este grupo de empresarios, pues la calidad del jean y lo pujante de las fábricas convierten a la zona en un punto de referencia nacional e internacional.
Esta imagen, descrita desde un mercado productivo, pertenece a casi cuatro lustros atrás. Ese panorama dista enormemente del actual, donde de las 500 fábricas que existían, según el director del sector textil de la jurisdicción de Pedro María Ureña, Fernando Grajales, solo quedan 200, y trabajando a 10 % de su capacidad.
Antaño, la producción de jeans alcanzaba a cubrir la demanda nacional y significaba una gran competencia para quienes deseaban importar el producto. “Llegamos a producir, entre todas las empresas, más de 35 millones de pantalones (damas, caballeros y niños). En la actualidad, la cifra no pasa de los 3 millones”, lamentó Grajales.
En esa época dorada, miles de trabajadores, tanto directos como indirectos, se desplazaban desde San Antonio, Cúcuta y de diversas comunidades de Ureña, hacia las fábricas que operaban en la localidad. Hoy, el grupo disminuyó y el tránsito de empleados es mínimo y sujeto a muchos factores.
Para el director del sector textil en el municipio, la devaluación que ha venido arrastrando el bolívar significó, para la mayoría, un gran problema, pues al momento de renovar inventarios, el dinero no representaba el mismo valor, registrando pérdidas. Ahora, todos manejan el peso colombiano, y en algunos casos el dólar, como la moneda aún no oficializada que mueve el incipiente mercado.
“Estábamos trabajando a pérdida. A eso se le suman los cierres fronterizos y la pandemia, escenarios que han diezmado la producción”, resaltó Grajales, al tiempo que lamentó que el virus siga afectando enormemente la movilidad. “No se tiene la posibilidad de recibir clientes, en lo que llamamos turismo comercial, ya no pueden venir con facilidad personas de Trujillo, Mérida y San Cristóbal a comprar en la frontera”, dijo.
Mantienen la calidad, mas no la cantidad
Los empresarios que aún le apuestan al sector se han esforzado por mantener la calidad; incluso, la han robustecido, pero sin posibilidades de acrecentar el número que se produce. “Nos estamos esmerando mucho más”, resaltaron los fabricantes al ser consultados por el equipo reporteril de La Nación.
La poca materia prima que entra sigue llegando de Colombia, China e India. “Nos toca esperar a que arribe, se haga el proceso de importación y, en muchas ocasiones, las empresas debemos esperar por un cupo”, enfatizó Grajales, quien, como dueño de Jeans Brigadier, ha tenido que pagar por adelantado la mercancía, y “la recibe a los tres meses, como es el caso de la tela”, especificó.
A esto se suma la falta de créditos, tanto por parte de la banca nacional como regional, pues mantener un capital para eso no es sencillo. “Nuestro grueso de clientes siguen siendo nacionales. Hemos logrado, en algunas oportunidades, exportar para Colombia. El mercado nacional hay que surtirlo y se necesita mercancía, pero para eso hay que tener un músculo financiero, la banca apoyándonos, y con una óptima movilidad”, apuntó.
Lara, Carabobo, la zona andina y la capital del país, Caracas, son los puntos que aún concentran la mayor cantidad de clientes. 15 días atrás, Lisandro Ascanio, dueño de una fábrica, viajó a la ciudad de Barquisimeto y se trajo una imagen esperanzadora: “el comercio está agarrando nuevamente vida”, dijo.
Ascanio comparó la imagen que vio con la que prevalecía dos años atrás, cuando las zonas comerciales del centro del país se hallaban desoladas y sin el movimiento que las caracterizaba. “Aún requerimos de muchas mejoras e incentivos para conseguir levantar la producción”, recordó.
Menos trabas, más combustible
Tanto Ascanio como Grajales se atrevieron a realizar estimaciones en torno al futuro del sector. Dejaron claro que, si las condiciones no mejoran, en tres años, la producción de jeans en la frontera podría desaparecer.
“Necesitamos movilidad, que los organismos de seguridad nos lo permitan. Entendemos que hay una pandemia, pero hay maneras de hacerlo. Hay ocasiones que, para movilizarnos desde Ureña hasta Caracas, tenemos que sacar entre 10 a 12 documentos, mostrarlos en las 50 alcabalas instaladas. Eso nos perjudica mucho”, remarcaron.
Otro punto es la falta de combustible en la frontera, pues cuesta conseguir en el mercado oficial la gasolina para las lavanderías que todavía operan. “En Ureña hay cuatro estaciones de servicio y solo funciona una, desde las 8:00 a.m. y hasta las 12:00 m.”, recalcaron.
“Si queremos que vengan personas del occidente, por ejemplo, sería bueno una estación de servicio que funcione de 8:00 a.m. a 6:00 p.m., porque eso garantizaría que las personas entren al municipio, hagan sus compras o pedidos y se regresen sin problemas”, puntualizó el gremio.
“Seguimos guapeando”
“Nuestro rol es muy importante e indispensable para los confeccionistas de jeans, pues aquí llega tela cruda, en su estado original, y la procesamos de acuerdo con las exigencias del cliente”, aseguró Sidney Carrillo, gerente de la lavandería y tintorería Balleths.
Una vez el jean es confeccionado, pasa por las lavanderías, donde se les da el color y degradado que pide el cliente. “Hay variedad en procesos y para ello necesitamos los químicos que traemos de Colombia”, indicó Carrillo.
Las lavanderías-tintorerías de la jurisdicción fronteriza dependen exclusivamente de la producción de las fábricas de jeans, razón por la cual ha bajado considerablemente el número de piezas que manejan a la semana.
Años atrás, la producción semanal era de 12.000 a 15.000 prendas, con 50 empleados dedicados al trabajo, resaltó Carrillo, para luego indicar que, en estos momentos, solo están atendiendo entre 1.500 a 2.000 pantalones, con 10 empleados, lo que lo obliga a bajar las santamarías durante varios días a la semana.
“Se nos hace difícil conseguir combustible”, prosiguió el dueño de la lavandería, mientras estimaba que, de un aproximado de 100 lavanderías y tintorerías, 30 aún están operativas y a media máquina. “Estamos guapeando”, recalcó, al tiempo que enseñaba cada una de las máquinas que conforman su empresa.
“Sigue disminuyendo la producción”
Lisandro Ascanio, dueño de la fábrica Maclar, ve con preocupación que la producción de su producto sigue en baja, debido a los inconvenientes con la movilidad y costos. “Estamos en desventaja con las personas que confeccionan en el centro del país, en la zona de los llanos y otras regiones de Venezuela”, subrayó.
En los 20 años invertidos completamente al sector, Ascanio ha mantenido la persistencia y la fe por lo que hace, pese a los tiempos difíciles, que no han cesado y continúan arropando a los empresarios de la frontera. “No nos queremos ir de Ureña, seguimos creyendo en el país”, enfatizó el ciudadano.
A la semana, su fábrica solo está produciendo 1.000 pantalones, con la participación de 20 empleados directos y 25 indirectos; estos últimos son los que poseen los talleres satélites, muy conocidos en la frontera y que se encuentran constituidos por grupos familiares que han comprado sus máquinas de coser y otros instrumentos para la terminación del producto.
Hay un grupo, muy sonado en el sector, que no se puede obviar: “los que despeluzan los pantalones”, un trabajo a detalle que emplea a ciudadanos de frontera y a algunos migrantes internos que hacen vida en la zona.
“Necesitamos soluciones prontas para seguir desempeñándonos en este oficio”, manifestó Ascanio, mientras insistía en la necesidad de que los diálogos que ha sostenido el sector productivo con las autoridades regionales, comiencen a dar los frutos anhelados para el rescate de la producción.
“Llevo 15 años en el oficio”
El joven Jefferson Ruiz ha invertido tres lustros de su vida en la fabricación de jeans. El oficio le ha permitido independizarse y tener un ingreso semanal, actualmente en pesos, que le garantiza pagar el alquiler donde vive, comprar los alimentos y costear otros gastos personales.
“A la semana, puedo ganar entre 250 y 300 mil pesos. Todo depende de uno, pues el pago está ligado con la producción que uno logre sacar”, acotó el ciudadano desde su sitio de trabajo, justo al frente de la máquina donde se halla haciendo el parchado.
El parchado, según Ruiz, depende exclusivamente del modelo del jean. “Este que estoy haciendo, se conoce como parchado zapatico, con estilo gemela”, apuntó con la seguridad que le otorgan los años de experiencia y el saber todas las técnicas para armar un pantalón.
Su experiencia le ha dado la oportunidad de pasearse por varias empresas; incluso algunas ubicadas en la ciudad de Cúcuta, Colombia. “Mis inicios estuvieron marcados como fileteador”, rememoró.
“Este es mi sustento de vida”
Rocío Gómez, de 43 años, lleva más de 30 años en el oficio. Empezó, como la mayoría, fileteando. “Una cuñada me llevó a la fábrica donde laboraba y fui aprendiendo las técnicas para la elaboración del pantalón”, señaló.
En Maclar solo tiene tres meses. Allí se dedica a armar la prenda completa. “Lo que estoy haciendo, en este instante, es la parte delantera del jean, el cual requiere armar la relojera y después se monta al bolsillo”, explicó la dama.
Para Gómez, su empleo la ha marcado para bien a lo largo de las tres décadas que lleva inmersa. “Amo lo que hago y me ha ayudado a conseguir mis cosas. Es el sustento de vida”, aseveró.
Gómez inicia sus labores a las 8:00 a.m., toma un receso a la 1:00 p.m., para almorzar y descansar unos minutos, e ingresa nuevamente a las 2:00 p.m., hasta las 6:00 o 7:00 p.m.