Pedro A. Parra
Este título del artículo de hoy es una realidad, una vivencia propia y otra de la cual fui testigo. Con toda responsabilidad hago este llamado de reflexión, no solo para algunos médicos que se olvidaron por completo de lo que es “el sufrimiento”, el cual no se puede transferir a otros; el que sufre lo hace en forma individual, único y desamparado. Aun cuando se intente transmitir este sentimiento o sensación vivida, el receptor jamás lo experimentará de igual manera. La respuesta de esta imposibilidad se basa en que el hombre finalmente está solo. El hombre sufre de variadas maneras, incluso no consideradas por la Medicina, ni siquiera en sus diversas ramificaciones. El sufrimiento es algo más amplio que la enfermedad. Una cierta idea de esto viene dada por la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción se basa en el elemento corporal y espiritual, como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento. El sufrimiento moral es dolor de alma; es el dolor espiritual.
Así como también este llamado de reflexión es para las autoridades nacionales y regionales, que tienen que percatarse de que esta reacción de algunos profesionales de la Medicina, cobrando honorarios en forma exagerada, no contribuye en nada con la situación tan grave por la cual están atravesando los ciudadanos en este país. ¿Qué es ser médico? En su acepción ontológica más pura, significa ser hombre. En su origen griego, mederi, significa “el que se preocupa de…, el que tiene a alguien a su cuidado”. En su derivación latina, medicus, “el que cuida del otro”. De tal manera que el médico es un hombre que se preocupa por los otros hombres, que cuida de los otros hombres, en su condición de pacientes.
Conocí a una humilde señora que estaba reuniendo para comprarse una neverita usada: le habían pedido 200 dólares, y, a fuerza de lavar y planchar, los logró reunir; estaba contenta, estaba alegre y le daba gracias a Dios por haberla ayudado a lograr sus metas. Pero, un día, empezó a sentirse mal y le recomendaron que se viese con un neumonólogo que prestaba sus servicios en una de las grandes clínicas de San Cristóbal. Como continuaba sintiéndose mal, tomó su platica y la metió en su cartera; no obstante, su esposo, humilde trabajador, le dijo que se llevase esos 200.000 pesos que tenía ahorrados, por si acaso; la salud es lo más importante en la vida, le advirtió. Llegó con mucho miedo al consultorio del referido médico, preguntó por él y le informó la secretaria que estaba en emergencias, pero que ya subía. Continuaba la presión haciendo estragos en la pobre señora y preguntó: ¿Cuánto vale la consulta? Le respondieron: “100 $, y en efectivo”.
Ella apretó una y otra vez el dinerito para la neverita; hasta que dijo: “está bien, tome el pago de la consulta”. La secretaria recibió el pago y de inmediato le dijo: “como yo sé que el doctor le va a mandar a hacer una placa del tórax, baje y se la hace, y así vamos adelantando”. “Cuál no fue mi asombro cuando me cobraron 50$ por la bendita placa; mis deseos de comprarme una neverita cada día se alejaban más. Luego me vio el médico y no quedé satisfecha con la forma como me trató. Me mandó a hacer unos exámenes de sangre y un antígeno nasal, terminando con los 50 $ y los pesos que me había dado mi esposo.
Entonces pensé, entre lo que están cobrando algunos médicos, no todos, algunos laboratorios y lo elevado del costo de las medicinas, nos iremos a morir, ya que la mayoría de la población no puede asumir tales gastos. Llegué a mi casa y me acosté; no me había quedado dinero para comprar las medicinas y la neverita no pasó de ser una ilusión. ¡Ese médico había destruido mis sueños!”
Señores del Gobierno regional, señores del Protectorado, señores de todas partes, no sean cómplices de estas barbaridades que están cometiendo algunos profesionales de la Medicina, farmacias y laboratorios. Hipócrates, desde hace 2.500 años nos decía: “Donde hay amor a los hombres, hay amor al arte médico”. Existen códigos de Deontología Médica, un Código Internacional de Ética Médica, un Juramento Hipocrático, que señalan a los médicos sus deberes fundamentales, como mantener siempre el más alto nivel de conducta profesional; no deben permitir que motivos de ganancia influyan en el ejercicio libre e independiente de su juicio profesional de sus pacientes; deben, en todos los tipos de práctica médica, dedicarse a proporcionar un servicio médico competente, con plena independencia técnica y moral, con compasión y respeto por la dignidad humana. “Pónganse, señores médicos que están cayendo en estos abusos, las manos en el corazón y piensen que allí está Dios y que ustedes también tienen esposa, hijos y familiares”. “Polvo eres…”
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