Freddy Contreras
Ante la coyuntura electoral del 21N, la oposición venezolana refleja profundas contradicciones pues ya no representa el interés general de una porción de la población, ni está conformada por partidos políticos de tradición democrática y civilizada.
La oposición que hoy se acomoda para participar en las elecciones del 21N, está formada por grupos aparentemente políticos pero su propósito es económico, crematístico; su fin no es gobernar para favorecer el interés general de la sociedad, sino tomar el poder para valerse del patrimonio del Estado; sus estructuras no son organizaciones partidistas electorales sino prácticamente sociedades de facto, constituidas por pequeños grupos con afanes estrictamente económicos.
Por este hecho, público y notorio, la oposición tiene como principal drama la pluralidad de partidos, grupos, grupúsculos y alianzas circunstanciales de intereses tan variados, como distintos son los factores económicos que detrás de cada parcela opositora existe. Todos los grupos de oposición tienen una estructura económica organizada, de las tantas que vivían -y viven- de los fondos públicos.
Para entender lo que ocurre al interior del archipiélago opositor venezolano, es necesario visualizarlo según sus rasgos comunes y en ese contexto, las oposiciones están divididas en dos grandes grupos:
El factor anti venezolano que representa los intereses de EEUU -factor marioneta- agrupado en el llamado G4 y la multiplicidad de grupúsculos radicales de derecha que giran a su alrededor, muy poderosos económicamente pero sin músculo electoral, los cuales operan y responden a las orientaciones del Pentágono; son los principales beneficiarios del asalto cometido por el sistema financiero internacional a las reservas de divisas depositadas en la banca mundial, con las cuales financian todas las operaciones de desestabilización y cancelan mensualmente jugosas sumas a centenares de operadores políticos que viven a cuerpo de rey en Madrid, Bogotá, Lima, Miami, Londres, Paris, Washington, Caracas, Maracaibo, San Cristóbal, Valencia, Cúcuta, entre otras. Algunos de ellos han regresado del “exilio” para ser candidatos a gobernadores o alcaldes.
El factor nacional que parcialmente se ha deslastrado del tutelaje norteamericano con el argumento de respetar y hacer respetar la soberanía nacional, haciendo acuerdos con la Unión Europea y atendiendo a otros factores geopolíticos de la comunidad internacional. Su principal expresión es la llamada alianza democrática, a cuyo alrededor también giran partidos de menor cuantía, grupos económicos poderosos centrados en Fedecámaras y la conferencia episcopal de la iglesia católica.
Al drama de la división que vive, que permite hablar de oposiciones por las diferencias irreconciliables que tienen, se agregan entre otros, dos dramas adicionales: el descrédito, el descontento la pérdida de confianza que tiene su electorado hacia todos los grupos opositores por las actuaciones antidemocráticas, violentas y contrarias a la paz y a la convivencia pacífica. El accionar político opositor de los últimos 5 años ha causado desencanto, frustración y molestias, muy notorias en su electorado. El ejemplo más claro está en la tarea de descalificación sistemática, inclemente y dañina que ha hecho la oposición contra los poderes del Estado, en especial contra el CNE o Poder Electoral. Ahora, cuando todo dice que van a participar para disputar democráticamente el ejercicio de la administración pública estadal y municipal, no será fácil para ellos explicar cómo ahora si los poderes del Estado son legítimos. Será difícil que logren credibilidad y sus mensajes y promesas electorales se convertirán en un boomerang contras sus candidatos, pues unos cuantos electores los verán como opciones contradictorias, pidiendo votos cuando apenas unos días atrás, despotricaban contra el CNE y las demás instituciones del poder público.
Otro elemento que opera en contra de la oposición es su falta de patriotismo, de amor a la venezolanidad y de respeto a la independencia y la soberanía nacional. La diatriba opositora y sus actuaciones antidemocráticas basadas en la confrontación violenta, entregando las aspiraciones de sus electores a los intereses hegemónicos de EEUU y subordinando sus decisiones a las órdenes del gobierno norteamericano, ha hecho posible que buena parte del electorado opositor, con un alto sentido de amor a la Patria y a la historia que nos vincula, hayan perdido su confianza y les niegue su voto. La mayoría del elector opositor sabe que el comportamiento errático, irresponsable y violento de sus dirigentes, siguiendo órdenes externas, ha causado entre otras consecuencias nefastas, la agudización de la crisis económica y material del pueblo en general.
Con este panorama, es lógico suponer que la división que existe en los grupos opositores abona a una derrota electoral.
En el caso del Táchira, los tres dramas antes descritos que vive la oposición nacional están presentes; más de una docena de partidos y grupos disputando el liderazgo regional sin un líder que aglutine y un masificado desencanto y desconfianza del electorado regional. Está bien claro que el electorado tachirense es mayoritariamente opositor y la división opera como su principal amenaza. Más de una candidatura opositora dividirá sus cifras y motivará a una franja importante de votantes a la abstención porque no se sentirán representados por ninguno de los candidatos opositores que se presenten el 21N.
*Abogado y profesor universitario