Freddy Omar Duran
No son pocos los padres preocupados porque sus hijos no tengan ni un cuaderno por estrenar, o ya no cuenten con un lápiz o un bolígrafo, y como sea hacen un esfuerzo para obtenerlos, para hacerse del mínimo necesario.
Estos meses de agosto y septiembre ya no representan la temporada fuerte para las librerías de San Cristóbal.
Ciertamente, no se ven tan solitarios esos negocios como el año pasado, en el periodo más duro de la cuarentena; no obstante, esa masa de padres, que entregaba sin pensarlo mucho la lista de útiles escolares, para en caja recoger bolsas bien nutridas de cuadernos, resmas, pliegos y otros objetos, es poco probable que se vea en este periodo académico.
Con ofertas y precios visibles al público, intentan las librerías recapturar una clientela que desde la cuarentena se ha fugado, y si ha regresado ha sido con cierta cautela, preguntando primero, para luego consultar con sus bolsillos, y de pronto regresar después para adquirir lo que se pueda.
Y si bien es cierto una lista escolar podría estar rondando, por mínimo, los 80 mil pesos -sin incluir textos y otros enseres-, no todas las instituciones, como especialmente sucede en las públicas y en los Avec, la han entregado y, si se ha hecho, no tiene carácter de obligatoriedad.
Aun así, no son pocos los padres preocupados porque sus hijos no tengan ni un cuaderno por estrenar, o ya no cuenten con un lápiz o un bolígrafo, y como sea hacen un esfuerzo para obtenerlos, para hacerse del mínimo necesario.
Otros representantes, entrevistados en la calle, afirmaron que desde el año pasado, esperando que de un momento a otro se llamara a clase presenciales, ya se habían aprovisionado con antelación de algunas cosas, que esperan sí utilizarán este año, en el supuesto reinicio de las clases presenciales.
Pero, otra razón por la cual los padres han decidido suspender sus compras escolares, lo representa el hecho de que aún no saben si llevarán o no a los alumnos a las clases presenciales, tema este que prevalece entre los padres encuestados.
Nerviosismo por las clases
La señora Nardy González, junto a su hija, está explorando en librerías y averiguando precios, sujeta a lo que en el colegio le han pedido
—Me pidieron 12 libretas de una línea, uno cuadriculado, y uno doble línea; también un diccionario inglés-español, lápices, borradores, colores. En puros cuadernos se van como 25 mil pesos, y no compraré los textos escolares, y las otras cosas ya se las había comprado a mi hija— afirmó González.
Con relación a los útiles, ella siente tener más control, pues al fin y al cabo, su presupuesto dará la última palabra; pero lo que sí se le escapa de sus manos, y le preocupa, es la salud de su hija, pues siente que la amenaza del covid-19 toca las puertas de la escuela.
—Estoy esperando a ver qué me dicen en el colegio. Hasta los momentos, han dicho que en la semana flexible va a haber clases presenciales; pero estoy nerviosa, ella llega a la casa y allí tiene un hermanito de tres años Ellos no están vacunados— dijo.
A menos de una semana de que se inicien las clases, Paola Muñoz, quien también ejerce la docencia, no le ha comprado nada a sus hijos, pues no le asignaron nada donde ellos estudian.
—Yo, cuando pueda, le iré buscando sus libretas y lo que vaya necesitando: se ven en tres mil, cuatro mil pesos y hasta más económicas, pero hay que saber buscar. Uno como padre es el que sabe qué es lo que le falta y lo que es innecesario conseguirle—afirmó Muñoz.
En la institución privada en la que labora como docente, ya se estaban barajando las posibilidades para afrontar los requerimientos del Gobierno nacional en materia educativa, y también para evitar el hacinamiento de aulas, sin por ello ir en desmejora de la calidad de la enseñanza.
—En la institución donde estudia mi hija, donde las aulas son muy pequeñas, y pueden estar hasta 40 estudiantes, no es muy confiable. Además, la mayoría de docentes se movilizan en transporte público y ahí se pueden contagiar— expresó.
Agregó que los docentes pueden estar vacunados, “pero eso no garantiza que no se propague la enfermedad”.
— A la final, el riesgo es tanto para profesores como alumnos. En donde yo trabajo se está contemplando, para evitar el hacinamiento, la posibilidad de que la mitad de un grupo se haga presente en semana flexible, y la otra en semana rígida. Pero eso es más complejo para uno como docente, porque uno va a terminar repitiendo y repitiendo clases, y no lleva a todo el grupo al mismo ritmo—afirmó Muñoz.