Tres profesionales de la educación que cada día buscan alternativas para afrontar crisis y circunstancias. Trabajo y fe; como reza su eslogan “Dios todo lo puede”
Norma Pérez
El porche de la casa que habitan Lina Rosa Morantes y sus hijas alberga un salón de belleza, el garaje donde se guardaba el vehículo familiar dio paso a un aula para tareas dirigidas, con espacio compartido para un pequeño negocio de elaboración de tortas y gelatinas. En la acera, un carrito de venta de perro calientes, espera a que lleguen tiempos mejores.
Lina Rosa nació en Rubio, tiene 52 años de edad y está próxima a cumplir 22 años de ejercicio profesional. Formó parte de la primera promoción de profesores en educación preescolar del Instituto Pedagógico Rural Gervasio Rubio, es magíster en orientación de la conducta y está a punto de culminar una especialización en dirección y supervisión.
Fue directora en el Centro de Educación Inicial “estado Mérida”, de la Ciudad Pontálida, donde labora desde hace casi dos décadas; después de finalizar su gestión frente a la dirección en el año 2016, retornó al salón de clases como maestra de preescolar. Se ha desempeñado como profesora universitaria en la Upel y en la Universidad Bolivariana.
Sus tres hijas siguieron sus pasos: Leidy Mariana, graduada en educación integral con maestría en enseñanza preescolar, Johana, cursó las carreras de educación preescolar, educación rural e hizo un postgrado en gerencia educacional. La más pequeña, Rosmar, es profesora de biología y química, egresada del núcleo Táchira de la Universidad de Los Andes.
A pesar de que viven juntas y suman todos los sueldos, el dinero no alcanza para los gastos: “Para nadie es un secreto que el sueldo de los docentes no llena las expectativas que esperamos, ni nuestras neveras o las ollas de nuestras cocinas, no cubre la adquisición de ropa, ni zapatos, el arreglo a la vivienda, la compra de medicamentos o cualquier otro gasto necesario. No alcanza para nada”.
Para afrontar la situación económica que las arropaba, decidieron probar alternativas que les ayudaran a subsistir. Así nacieron varios emprendimientos que bautizaron con el nombre de “Las Profes” y agregaron como eslogan “Dios todo lo puede”. Así, con mucho entusiasmo y aferradas su fe, iniciaron la nueva experiencia.
“Reinventarnos”
“Mis hijas y yo, como un gran equipo decidimos reinventarnos. En 2013, abrimos frente a la casa un kiosco para vender perros calientes. Pero empezó la escasez de productos, el alza de precios en los insumos y después de un año debimos cerrar”.
En busca de otras opciones, acondicionaron el porche de la casa e instalaron un salón de belleza. Allí su hija Johana comenzó a cortar cabello, pintar uñas y a hacer peinados para niñas.
Después, habilitaron el garaje y éste se convirtió en un aula para tareas dirigidas: “Trabajaba en las mañanas en la escuela, llegaba a mediodía a preparar el almuerzo y a las 2 de la tarde empezaba con las tareas dirigidas”; también atiende niños con necesidades especiales y estudiantes universitarios, debido a su experiencia como profesora en dos casas de estudios superiores.
Cuando llegó la pandemia, disminuyeron los clientes debido a los riesgos de contagio del covid.19; lo que afectó el presupuesto familiar. Se dedicaron al ramo de las tortas. Para ello, cada una hizo un curso diferente: Rosmar aprendió todo sobre la preparación; Lina Rosa, lo referente a diseño y decorado, y Johana, las técnicas de elaboración de gelatinas.
Durante el periodo de asueto escolar, planificó un plan vacacional que actualmente está en marcha y que incluye actividades recreativas y formativas: juegos educativos, pintura, dibujo, salidas de campo con eventos deportivos, y juegos de mesa.
“Nunca nos prepararon para enfrentar situaciones tan difíciles como las que vivimos actualmente: crisis económica, política, de salud y hasta una pandemia que sigue cobrando vidas. Muchos aspectos que nos vulneran. Todo nos ha llevado a reinventarnos, porque la vida continúa. Debemos organizarnos, ayudarnos, dejar el individualismo”.
De allí su visión por emprender algunos negocios que le permitiera cubrir muchas de las carencias que se acumulaban; un ingreso ínfimo, que veía disolver ante una hiperinflación galopante.
“En mi casa trabajamos todos, son cuatro sueldos en moneda nacional y no alcanza para nada. Cada una debe hacer un trabajo extra para contribuir con los gastos del hogar, donde también está mi nieto. La comida no falta, pero tenemos que esforzarnos; aun así, no nos podemos dar el lujo de comprar una prenda de ropa o un par de zapatos. Si hay un ahorro lo usamos para una emergencia médica”.
Fortaleza y valores
La primera hija de Lina Rosa Morantes nació cuando ella tenía dieciséis años de edad. A pesar de su juventud, debió asumir responsabilidades de adultos y supo salir adelante.
Su primer trabajo como docente fue en San José de las Palmas, en una escuela unitaria, muy cerca del límite con el estado Zulia. Después, ya madre de tres niñas, fue trasladada a El Cantón, a donde viajaba todos los días desde Rubio. Actualmente, sigue como personal activo en el Centro de Educación Inicial “estado Mérida”, donde atiende un curso de preescolar.
“En determinado momento de mi vida debí cumplir funciones gerenciales; pero mi amor y pasión están en enseñar, por eso regresé al aula y aún continúo con el ejercicio de mi profesión. Actualmente trabajo con niños de tres años”.
Resiente la partida de su hija mayor y dos de sus nietos, porque siempre la familia estuvo unida. La nostalgia la invade por la ausencia obligada: “Es imposible comprender cómo se rompe un vínculo tan sagrado por ir a buscar nuevos horizontes. Con todo lo que trabajamos aquí, a veces no es suficiente”.
Lina Rosa Morantes sacó adelante sus hijas sola, le inculcó enseñanzas y valores que ahora son su fortaleza: “mi casa es muy humilde, pero se siente el amor, la compenetración y el respeto entre nosotras.
Además, cumplen trabajo social en la comunidad, ayudan a las personas en la medida de sus posibilidades, con un gran sentido de humanidad.
“Nos ha tocado duro, pero hemos salido adelante”. Se levanta a las cinco de la mañana, hace los quehaceres del hogar, prepara el material de los niños que va a atender en la tarde, en horario de dos a seis.
“Mientras tengamos vida hay esperanza. La vida hay que planificarla, no se pueden hacer las cosas a la ligera. Hay que ser cooperativos para poder emprender. Todo el que persevera vence”.
Esta mujer luchadora y animosa, que no retrocede ante los obstáculos, considera que hay que formarse en todos los sentidos, aprender a ser útil para afrontar las circunstancias:
“Estudiar es importantísimo. Ir a la universidad nos hace cultos, nos abre muchas puertas. Pero aprender un oficio es indispensable en estos momentos. A los jóvenes hay que prepararlos para la vida, que puedan defenderse, mantenerse y no depender de nadie. Ser hombres y mujeres útiles para su familia y su país. En las escuelas hay que brindarles esas herramientas. Porque preparamos al estudiante para el momento, pero no para la vida. Vender pasteles o café no es malo. El trabajo dignifica”.
Tres profesionales que, como muchos, padecen una realidad diferente a la que conocieron por años. Para ellas, no hay cabida para el lamento o la queja. Tal vez en soledad, derramen una lágrima, sacudidas por los recuerdos de tiempos mejores. Pero al iniciar cada día, prevalecen el ánimo, la sonrisa y una fortaleza indestructible. Son las profes. Ejemplo y motivación.