César Pérez Vivas
Nicolás Maduro recibió en forma directa, en su cara, el más claro rechazo a su conducta autoritaria de los gobiernos democráticos asistentes a la VI Cumbre de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe), celebrada este fin de semana (17 y 18 de septiembre 2021), en Ciudad de México.
Ante las observaciones y cuestionamientos de los presidentes de Uruguay, Ecuador y Paraguay, a Maduro solo se le ocurre amenazar con “lanzarles unas piedras” y efectuar un debate sobre la democracia.
Maduro se siente autorizado para debatir sobre la democracia después de habernos impuesto una dictadura en pleno siglo XXI. El club de discípulos del fallecido tirano cubano Fidel Castro (léase Díaz-Cannel, Daniel Ortega, Evo Morales, Hugo Chávez y Maduro) no tiene límites a la hora de simular, mentir y ofender. Se trata de un club de actores políticos forjados en la escuela más cínica, cruel, primitiva y autoritaria del continente latinoamericano.
El cinismo le es tan propio que, confiscando los más elementales derechos de los pueblos, dicen actuar en nombre de “la revolución” para liberar a los oprimidos. Destruyen la economía, se roban los bienes de sus conciudadanos, controlan toda actividad productiva y afirman estar haciendo justicia social. Colonizan las instituciones, eliminando la separación de poderes, cierran y confiscan los medios de comunicación independientes, clausuran o intervienen los partidos políticos e impiden elecciones libres, y se llenan la boca afirmando que están impulsando una “democracia participativa y protagónica” que sustituye “la democracia representativa de la oligarquía”.
Para ellos, democracia es seguir el ejemplo de Fidel: perpetuarse en el poder para siempre, eliminando física, moral o políticamente a sus adversarios. La escuela cubana no se detiene en perseguir con saña a sus adversarios. Si hay que matarlos o enterrarlos en las cárceles, lo hacen sin rubor. No admiten que nadie los cuestione, so pena de ser enjuiciado y encarcelado por “promover el odio contra las altas autoridades del Estado”, incitar a la rebelión o traición a la patria. Se trata de una secta política que busca exportar su modelo y afianzarse en una cercana relación con los sistemas autoritarios existentes en otras partes del mundo, pero criminaliza que sus ciudadanos busquen auxilio en las democracias de Occidente. De esa escuela es Nicolás Maduro.
Ahora quiere un debate, sobre la democracia, con los presidentes Mario Abdo Benítez, de Paraguay, y Luis Lacalle Pou, de Uruguay. Él quiere dar lecciones de democracia. Quiere mostrar cómo su régimen es un paradigma de la libertad y de la vigencia del estado de derecho.
La verdad es que su cinismo no tiene límites. Aquí no debate con nadie. Aquí se encadena en sus fastidiosas y largas alocuciones para amenazar, insultar y descalificar a quienes estamos opuestos a su ineficiente y corrompida autocracia. Aquí nos veta en los medios de comunicación no estatizados y, por supuesto, en los del Estado. Lo sensato es que debata con nosotros, con los dirigentes venezolanos, que le conocemos en detalle, que sabemos de sus dislates y su refugio en las prácticas más crueles e inhumanas del último siglo venezolano.
Maduro quiere debatir para mostrar sus logros “democráticos”. Para mostrar su modelo de cómo liquidar un estado de derecho, colonizando todo el sistema de justicia, hasta convertirlo en un apéndice temeroso de las órdenes de su despacho. Desea exhibir sus logros en materia de libertad de expresión. Poner de manifiesto cómo el socialismo del siglo XXI ha reducido a su mínimo nivel la libertad de prensa y la libre expresión del pensamiento, cerrando estaciones de radio y TV, periódicos y medios digitales. Enseñar cómo se apoderan de edificios de periódicos, se encarcelan periodistas y se establece un sistema de censura. Pero, sobre todo, cómo se usan testaferros para comprar medios tradicionales y convertirlos en medios afines a su régimen.
Maduro quiere mostrar en su debate cómo se desconoce la voluntad popular y a los poderes públicos elegidos con el voto ciudadano, tal y como hizo con la Asamblea Nacional elegida en el 2015, hasta el punto de clausurarla utilizando como mascarón de proa un tribunal también designado en abierta violación a la Constitución. Desea mostrar su creatividad para instalar funcionarios no previstos en el orden constitucional, a los fines de desconocer a las autoridades y poderes establecidos en la Constitución, como son “los protectores”, nueva versión de los comisarios políticos de las dictaduras tradicionales de comienzos del siglo XX.
Pero lo que más desea Maduro, en su debate sobre la democracia, es mostrar cómo se confiscan los partidos de oposición, se les nombran autoridades y se crean, sobre la base del dinero público, estructuras políticas para simular una oposición. Tiene inmensos deseos de exhibir sus habilidades para montar fraudes constitucionales, como la Asamblea Constituyente de 2017 y la elección de la Asamblea Nacional del 2020.
Por supuesto, dará una clase magistral en materia de derechos humanos. Ese será el plato fuerte de su debate. Mostrará al continente cómo los informes de la alta comisionada de los Derechos Humanos de la ONU, los de Comisión Interamericana de la OEA, y los de las ONG, son solo propaganda. Que las ejecuciones extrajudiciales, los miles de presos políticos, la discriminación política y otros muchos casos más, son fruto de la propaganda de “la derecha internacional” y no una cruda realidad a la que debemos enfrentarnos cada día.
También mostrará cómo su administración es “un modelo a seguir en materia de ética pública, transparencia en el manejo de las finanzas del estado, y en el logro de “niveles de desarrollo humano, que le permiten atender los derechos sociales de nuestro pueblo”. Mostrará cómo es que aquí la hiperinflación no existe, que él hambre es sólo propaganda, que las carencias de los hospitales son una mentira, que la infraestructura y los servicios son un modelo que deberían envidiar los países de la región. En fin, Maduro quiere debatir para “lanzarles unas piedras” a los presidentes democráticos, ya que él se siente asistido de la razón por su modélico régimen.
La verdad es que hay que tener un nivel de cinismo muy elevado para atreverse a tanto. Este sí es verdad que logró postdoctorarse en la escuela de la tiranía fidelista. Solo que aquí, nuestro pueblo lo tiene muy bien evaluado y solo desea que, por lo menos, tenga el coraje de someterse a una consulta democrática libre y transparente, para darle su veredicto.