Dos motorizados colisionan en la Panamericana
24 de noviembre de 2024
Carlos Orozco Carrero
Priscila, la hija de la señora Marucha, llegó con un escándalo a la casa del tío Melquiades. Todos corrimos a ver qué le ocurría a la bonita dama. Señalaba sus manos y gritaba desesperada. Pensamos que se había quemado con aguamiel caliente. ¿Qué te pasó, mujer? Preguntaba Pulqueria, asustada también. -Me están saliendo pecas en las manos, señora. -¡Mire, mire, mire! Es prudente no repetir las palabras de mi tía esa tarde.
Son cosas extrañas que pasan por estas carreteras de Dios. Y hay muchos choferes expuestos y dispuestos a enfrentar cualquier situación, por increíble que parezca. Era de tardecita y las sombras de la noche invadían las montañas y amenazaban con cubrir todo el ambiente andino. El señor Ciro conducía su camioncito 350 y esperaba llegar a su casa relativamente temprano, después de dejar esa carga de cebolla en San Simón. Buena música llevaba en su equipo de sonido y hacía cambio de luz a esas horas, que no es de día, pero tampoco de noche. En una curva larga vio a la muchacha que sacaba el brazo en una desesperada señal para que le dieran la cola hasta Coloncito. El señor Ciro paró a la orilla y puso el intermitente. Cortésmente, le abrió la puerta y la dama subió al camioncito, mostrando una blanca pierna, propia de las mujeres de tierra fría. La conversa no se hizo esperar y don Ciro se dio cuenta de que la cosa se prestaba para iniciar un romance pasajero. El chofer aminoró la marcha y la oscuridad total de la carretera hizo más fácil todo. -Arrímate para acá, porque esa puerta se abre, viejo truco utilizado por los conductores de la zona en cuestión. Unos besitos en el cuello de la campesina y su mano sobre la pierna cubierta por el vestido estampado. El señor Ciro estaba extrañado por la abundante tela que no le permitía hacer contacto con la piel de la blanca dama. De repente, el resplandor de una luz alta de algún autobús iluminó la cabina del camión y el hombre aprovechó para detallar la carita de su pasajera. -Virgen del Carmen bendita, gritó Cirito. La mujer dejó salir de su boca unos enormes colmillos llenos de sangre y sus ojos despedían fuego vivo. Nuestro amigo se arrancó la camisa y mostró un escapulario bendito que siempre llevaba como protección divina. Sus reflejos ordenaron una frenada instantánea y la pronunciación de una plegaria salvadora. Escuchó una voz ronca y grave: – Agradece a ese escapulario, porque te llevaría al infierno de inmediato. Don Ciro apenas le dijo a la mujer que intentaba difuminarse tras un olor fétido: -Y usted agradezca a esos trapos, porque te llevaría al cielo mismo. Ya Marino le había advertido sobre esta mujer extraña que aparecía a los choferes por San Simón.
El borracho llegó a la comandancia de policía en Rubio. Ya era tarde y los golpes activaron a los gendarmes de guardia. Les tocó abrir debido a la insistencia del hombre entrado en tragos sabrosones. Cuando abrieron el portón, lo vieron recostado a la enorme puerta. -¿Qué se le ofrece, ciudadano? -Vengo a denunciar que me robaron la cartera hace ratico en el bar Tongolele. -Yo con nadie me meto y no le pido a nadie para tomar lo que me dé la gana, señor policía. -Bueno, bueno, caballero. Usted comprenderá que nosotros estamos de guardia en la comandancia y no podemos saber quién le robó su cartera en la calle. -Yo cumplo con poner la denuncia como manda la ley, insistía el borrachito. -Está bien eso, replicó el distinguido Chacón. -De todas maneras, diga usted cuánto tenía en su cartera, por si acaso aparece por ahí o alguien la trae aquí. –Bueno, sinceramente, la cartera tenía casi un cuartico de ron, porque el resto ya me lo había tomado. Ah, rigor, señores.
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24 de noviembre de 2024
