Çökek, Turquía | AFP | El apicultor Mustafa Alti y su hijo Fehmi producían una de las mieles de pino más apreciadas del mundo hasta que el pasado verano las llamas arrasaron los bosques de la costa turca y, con ellos, su modo de vida.
Ahora, los Alti y numerosos apicultores de la región de Mugla (suroeste), a orillas del mar Egeo, buscan desesperadamente un sustento y se preguntan cuántas décadas tardarán en recuperar todo lo perdido.
«Cuando los bosques queman, son nuestros ingresos los que se esfuman con el humo», dice Fehmi ante unas colmenas en la ladera de una montaña devorada por el fuego en el pueblo de Çökek.
«Trabajo al lado talando árboles. Así tiramos adelante», dice el hombre de unos 40 años.
Casi 200.000 hectáreas de bosque quemaron este año en Turquía -más de cinco veces la media anual-, reduciendo a cenizas franjas enteras de las verdes y turísticas costas del país.
Esa catástrofe y unas inundaciones posteriores en el norte del país colocaron el cambio climático, que ya figuraba entre las preocupaciones de los jóvenes turcos, como una cuestión candente a dos años de las elecciones presidenciales.