Opinión

Un lugar de honor para el pintor

13 de octubre de 2021

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Néstor Melani Orozco*

Había en la vieja escuela de Bellas Artes de San Cristóbal un pocillo de esmalte, quizás golpeado por las orillas y oloroso  a «ditamo real», mientras un caballero imponía la pertenencia del viejo maestro, siempre vestido de ropa de caqui,  y las fuentes sabedoras de la academia de Caracas, más desde los secretos hermosos de César Rengifo,  Pedro León Castro, los recuerdos interesantes  del profesor Segundo Nieto o las solemnes Metáforas Plásticas de Héctor Poleo,  con sus «Comisarios» mexicanos, y la otra realidad sonora impresionista de Elisa Elvira Zoluaga, su condiscípula de la escuela de París.

Allí, ante todos, estaba Elbano Méndez Osuna con sus líricas ideas y los testimonios del arte mayor…

Un día de mis años, con el maestro Agustín Guerrero, pude escuchar los misterios del pintor de Tovar, pues Agustín sabía los testimonios del insigne pintor, quien manifestaba sentidos de gracias y de las virtudes; lo hermoso de un muralista. De la guitarra, hasta el piano sagrado, en las noches del barrio latino o de las lecturas Plásticas en el maravilloso museo de Orly, sabiendo de la escuela de Andre Lhote para presenciar las rivalidades de los disidentes y abrir un camino después del Impresionismo.

El viajero por México, en la efervescencia de Gormán, para atreverse a pintar con Camarena y edificar sueños con Jorge Guerrero… e invitar las ideas de José Guadalupe Posada en la Academia de San Carlos, hecho muy importante, afirmado una noche de reuniones en Puebla-México, por el maravilloso crítico de arte y amigo, D. Juan Acha.

Tiempos del ruso Leonev, buscando iniciar la conquista del espacio.  Y de pintores los cambios sociales y las escuelas experimentales,  entre la superación de la Academia, a la verdad de la creación…

Elbano Méndez Osuna se va después a Chile, entre las fuerzas del Sur, tiempos de Pablo Neruda, defensor de Siqueiros, desde la noche triste de México con la muerte de Trosky. Y desde los ritos simbólicos del alma hacer de Chillan un manifiesto de Elbano Méndez Osuna, junto al poderoso muralista de América.

Así entendí al maestro de los delirantes sonidos, del color juntando los delirios de Goya o viéndose en las Odaliscas de Delacroix, entre casas andinas de Tovar viejo y viajero…

Afirmación que encontramos en la colección del Dr. David Roa en Tovar y de los tantos bocetos que el maestro guardó y entre ellos dibujos para Mural firmados por David Alfaro Siqueiros… testimonios consagrados al maravilloso museo del antropólogo y médico Humberto Barillas.

Una tarde de palabras en la ciudad merideña del Mocotíes, en la casa espacial Raúl Sánchez, me mostró cómo Elbano Méndez Osuna había sido compañero de Siqueiros en el exilio de Chile. Como de misterios fue a pintar con Mir, el catalán y el alemán Mezinger, el padre verdadero del Cubismo, en las riberas francesas del Sena.

Curtido de bondades.

Y sublime hacedor de la pintura latinoamericana…

Volvió de caminos y se asentó en la Escuela de Caracas, donde estaban las lecciones majestuosas de Federico Brand y del cielo de Mutzer, como de Francisco Fernández o el delirio sagrado del santuario de Macuto en Armando Reverón.

Un día de aquellas pertenencias andinas, el notable escritor gritense Arturo Croce O. es nombrado director de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación Nacional  y designa  al muralista Gabriel Bracho para fundar una escuela de arte en la ciudad de San Cristóbal, estado del Táchira.

Bracho comisiona a Elbano Méndez Osuna  para cumplir la meta de ideas y hechos y el interesante pintor, muralista, músico, compañero de los muralistas mexicanos y alumno del ideólogo pintor Andre Lhote, y poeta hijo de Tovar, viene a la ciudad del azul Tamá y funda la Escuela de Bellas Artes Tachirense. . .

Entre terribles hechos sociales, dolorosos egoísmos de una sociedad con mantos y credos, sin saber las dimensiones de un arte del mundo.

Conflictos políticos y los sueños de grandes muchachos en nacer con una academia que dio méritos al valor de la pintura y la escultura en la escuela de los Andes… desde un Simón Ayala, Isabela Gaffaro, Pedrito Mogollón, Jesús Colmenares, Belkis Candiales, Rafael Ulasio Sandoval, Miguel Ángel Sánchez, Morelani y hasta lo testimonial de Freddy Pereyra, quien de oyente lo afirmó  48 años después…

La edad de oro de la dichosa academia que rivalizaba con la de Bellas Artes de San José de Cúcuta y las pertenencias venidas de Chile, porque Elbano Méndez Osuna había sido maestro en Valparaíso del inmenso Roberto Matta…

Méritos que se volvieron olvidos del digno maestro, caminante de los sueños.

Donde muy después el profesor Valentín Hernández marcó de pedagogía aquel lugar sagrado. Quedándose solo en los iniciados. Pues no hubo el valor de sus otros directores de convertirla en una universidad para las artes…

Pero, desde de los hechos de 1960, este valor nacional, hijo de Tovar, deberá llevar un nombre de algún testimonio y lugar, por su creación académica de las artes y por su testimonio de artista del mundo.

Y San Cristóbal, ciudad de la Cordialidad, gratificarle a su ejemplo…

Un día de aquellos pasados, desde las evocaciones, cuando Leonel Durán realizaba el mural de la avenida Carabobo y San Cristóbal dijo de la sala de la “Galería Plaza», donde Jorge Belandria venía de la escuela de arquitectos de Mérida, y Eduardo Rey demostraba sus futuros hechos de pintor.

Fui a ver a Manuel Osorio Velasco, una tarde de poesía, en el Club Tennis. Esa tarde de ensueños ejecutaba la guitarra, «aún lo recuerdo como una imagen fotográfica» y mirándome por encima de sus espejuelos, me narró cómo en su taller de la casa del músico y su cuñado, don Emilio Villi,  tenía el caballete de Elbano Méndez Osuna, reliquia sagrada del maestro que se dio el lujo de pintar con las escuelas hispanoamericanas, las  francesas, como de los amos del Círculo de Bellas Artes de Caracas, y de ser el fundador de la tercera escuela de arte del Táchira…

¡Medité mucho este recuerdo!

Al asumir la Dirección de Cultura el Dr. Luis Hernández, le pedí trasladase el caballete de Manuel Osorio Velasco, que fue el caballete de Elbano Méndez Osuna, a un lugar de honor. Y muy gentil y culto, el historiador me invitó un día para que contemplara el símbolo de una escuela de cultura. Lo mostraba con orgullo en su despacho.

Años después asumí la Dirección de Cultura y encontré el caballete en un triste depósito, lleno de indiferencias, como de lágrimas y de un pasado dormido…

Ahora, para que se pueda entender el destino de nuestros valores y la dignidad que hicieron nuestros maestros… es deber enaltecer las verdades. Hacer notorios los testimonios y bajar de amor aquellos colores que se hicieron para el alma y para la enseñanza…

Estando en la Llotja de Barcelona-Cataluña, España, pude apreciar cómo los lugares de los maestros eran referencias sublimes y estadios de un mundo a las metas de una realidad para los artistas…

Patrimonios de la cultura y testigos consagrados de los tiempos…

Volvamos y revisemos la historia de las bellas artes del Táchira …

Y ofrezcamos por fin claveles de amor a una verdadera esperanza…

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Del libro

VIAJEROS DEL TIEMPO

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(*) Historiador.

Cronista de La Grita.

Premio Internacional de Dibujo «Joan Miro»-1987.  Barcelona.  España.

Maestro Honorario.

Doctor en Arte.

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