Carlos Orozco Carrero
Nuevos temas musicales preparan los grupos de gaitas para alegrarnos la vida en estas Navidades y Año Nuevo. A veces componen unas letras muy tristes y nos arrancan “ayes del alma”, como dijo el poeta tachirense. Los números bailables, casi son siempre los mismos. Bueno, cariños. A buscar un estrenito desde ahorita, y guardemos un kerosene para brindar por otro año viejo y malo que se va.
En conversa con los amigos de la casa del estanco sacamos la cuenta del cambio enorme que vivimos en Pregonero con la alegría callejera que ha desaparecido por estos últimos tiempos. Había gritadera y muchos se unían al coro burlón que le caía al que llevaba una mudanza por toda la calle Real. -¡Pague arriendo…Pague arriendo! -¡Se acabó la guerra…Se acabó la guerra! Se le gritaba al jinete que llevaba una bestia vieja a pleno galope. No faltaban los mamadores de gallo que le gritaban al que cargara un yeso en una pierna: ¡Siga robando gallinas…Aprenda a robar gallinas! ¿Regresarán estos gritos dicharacheros que alegraban el ambiente y sacaban sonrisas a los que escuchaban este azote pueblerino? Todos decimos que sí.
La Serie Mundial nos regaló este año un sinfín de emociones durante tantos juegos apretaditos, donde nuestros peloteros tuvieron protagonismo superior. Ganó el que mejor utilizó la banca de suplentes a la hora de una emergencia extra para lanzar o dar el batazo contundente y celebrar la conquista de este anillo tan hermoso. Estamos desde el año 1966, cuando el cartero del pueblo llegó a mi casa, pidió un palito de miche de a medio y sintonizó el juego entre los Orioles de Baltimore y Dodgers de Los Ángeles. – Venga, Carretico. -El campocorto de los Orioles se llama Luis Aparicio y es venezolano, me dijo César Augusto Ramírez, gran amigo y aficionado al béisbol en mi pueblito bonito. Y digo lo que siempre asegura Bernabé “Muchilanga” Calderón: Los Astros casi le ganan a los Bravos.
Les conté que la señora Cleofe abrió lo que llaman ahora un emprendimiento en la esquina de la casa de mi tío Melquiades. Agradable dama que despacha con una sonrisa a flor de labios y conversa hasta por los codos. En días pasados nos dijo que en su época de muchacha le había ocurrido a ella y a otros amigos un episodio que hasta ahora se atrevía a contarlo. Todos nos quedamos boquiabiertos a medida que el relato transcurría entre venta de chimú, kerosene y unas velas. Eso ocurrió mientras vivíamos en Pueblo Hondo. Ya era tarde y veníamos en un camión que nos llevaba a La Grita. De repente, a la orilla de la carretera destapada vimos una especie de aparato extraño. Soltaba luces multicolores y hacía un movimiento lento. Algo se veía dentro de aquel raro objeto con forma de triángulo. Era como poner tres autobuses de esa manera, y de color gris oscuro. El camión se apagó y nos quedamos todos como privados por aquella visión maravillosa y aterradora. Ya había pasado como media hora cuando empezó a sonar algo como un zumbido profundo y seco. Soltó unas luces hasta la parte de la grama y levantó vuelo, hasta perderse como el que va para la tierra caliente de Coloncito. Y ¿por qué ustedes no contaron eso a la gente del pueblo? -Porque Graciliano, el chofer, nos obligó a jurar que teníamos que callar para que no nos dijeran locos en la calle. Cosme se empujó un trago de miche para pasar con calma la sorpresa tan grande que nos llevamos ante lo certero del relato de doña Cleofe. Sospecho que esta señora tiene la clientela asegurada con estos cuentos maravillosos y verdaderos.