Luis Alfonso García
Uno de los objetivos de los coloquios taurinos ha estado dirigido a aquel inmenso grupo que presencia una corrida en una plaza de toros y más aún de los que la ven a través de la televisión. A muchos de estos les resulta difícil comprender ese fascinante espectáculo que se desarrolla ante sus ojos. Hay quienes afirman haber asistido a muchas corridas. No amigo lector, eso no es suficiente, pues hay algo mucho más importante que es saber qué es lo que se ve.
Los coloquios taurinos han sido, son, y siempre serán una bendición de Dios. Afirmo esto porque es allí donde uno se apaña de todo lo que está envuelto en una corrida y al sumergirse como oyente en el vasto mundo de la tauromaquia, el regocijo que se vive es indescriptible. Confieso que no recuerdo de quien fue la idea de crear los coloquios. Quizás fue de Don Pablo Duque, de Don Manuel Ordoñez o del Maestro César Faraco? Pues nada me sorprendería, si me dijesen que la iniciativa fue de los tres. Y nacieron. Como a menudo todo lo que comienza tiene sus altibajos: fijar el día, la hora, el sitio, y pare usted de contar. Y arrancaron los jueves, a las 7 y 30 de la noche y nada menos que en la zona de arrastre de nuestra preciosa plaza de toros. A partir de ese entonces, han desfilado por allí muchos expositores. Hemos visto y oído expertos en el arte del Cúchares, invitados locales, nacionales y una que otra vez colombianos, peruanos, españoles… Los temas siempre han sido variados, pero siempre muy relacionados con el fascinante mundo del toro. Unos más interesantes que otros pero no vamos a entrar en las preferencias individuales.
Si mi memoria no me traiciona y mis recuerdos son exactos, hubo una buena cantidad de ocasiones en los que al terminar la conferencia se servían ricos platillos que deleitaban a la audiencia. Algunos, como los que servían cuando Doña Coromoto de Sánchez era la expositora. Y el buen escoces nunca estaba ausente. Ese gran aficionado, Don Cheo Cañizales, hoy extinto, siempre presto a calmar la sed cuando uno de nuestros expositores exclamaba “tengo sed”. Recuperadas las fuerzas, este seguía deleitándonos con sus conocimientos y experiencias
Lamentablemente, sabemos todos, que las cosas buenas no duran lo que uno quisiera. Llego la gran depresión económica y política que agobia la nación aunada con la infausta peste que conocemos como virus chino y que decidieron llamarla covid-19. Los coloquios debieron suspenderse. Han transcurrido largos años sin ellos y ya es hora de reabrir la puerta grande y reiniciarlos pues son la universidad del aficionado taurino.