Francisco Corsica
Como bien sabemos, hace poco cerró una campaña electoral y fuimos a las urnas para ejercer un derecho constitucional. De allí salieron elegidos tres mil ochenta y dos nuevos funcionarios distribuidos en todo el país. ¡Felicidades! Ojalá puedan honrar la fe depositada en ustedes y contribuyan al desarrollo nacional desde sus espacios y competencias. Lo requerimos.
Pero no vamos a escribir el día de hoy sobre los resultados. Durante aquellas intensas semanas de campaña, después de muchísimo tiempo, asistí a un conversatorio organizado por un candidato a gobernador. Bajé de mi edificio por mera curiosidad. Quería presenciar por primera vez un acto político con tapaboca. Participé de lejitos, porque tenía varios simpatizantes haciéndole compañía y prefiero seguir evitando las multitudes.
Al poco rato de haber comenzado el evento, se escucha a lo lejos una bulla ensordecedora que cada vez parecía acercarse más. Desde ese momento fue muy difícil poder escuchar el discurso del candidato. Los responsables de semejante alboroto fueron los simpatizantes de otra organización política, promoviendo con cuñas su tarjeta en la boleta. Inmediatamente, su aspirante a alcalde se presentó en la zona, se mezcló entre la multitud y comenzó a volantear entre los asistentes.
Los políticos que ya estaban allí conectaron otras cornetas y comenzaron a emitir alaridos por el micrófono. Durante casi una hora la contaminación sónica estuvo a mil por mil. Para terminar, ambos bandos lograron la anhelada quietud, retirándose los recién llegados y dejando a los otros culminar en paz su acto. A pesar de todo, finalizó mejor de lo que se desarrolló. Me compadezco de quienes no pudieron apartarse de los equipos de sonido. Un acto sencillo acabó en un toma y dame cuestionable. Dicho en otros términos: dos partidos se sabotearon mutuamente en la misma calle. Lo más triste del caso es que este inconveniente sucedió entre partidos de una misma coalición. Increíble.
Supongo, por el mismo devenir, que cosas peores pudieron suceder en otros rincones del país. Solamente para captar unos cuantos votos. «El infierno está repleto de buenas intenciones», afirma un proverbio. Es válido que quieran ganar para trabajar por su comunidad, pero deberían guardar algo de decoro en su búsqueda por el clamor popular. Es una campaña electoral, no una pelea de gallos. Fue un espectáculo bochornoso para quienes no formamos parte —ni deseamos formarlo— de esa peleíta. Compartiendo fórmula, parecía que se odiaban.
Tenemos que tomar en cuenta la lucha por el poder de la cual es objeto cualquier proceso comicial. ¿Quién se lanza a una elección para perderla? ¡Absolutamente nadie! Los candidatos hacen lo que esté a su alcance para superar a sus adversarios. No obstante, más allá de la infinidad de diferencias ideológicas y políticas que puedan colocarnos en aceras contrarias, no podemos olvidar que ante todo somos venezolanos. Ese es un lazo en común que ningún partido ni doctrina podrá arrebatarnos. Asimilando bien esta palpable realidad, todos los bandos evitarían sabotear al vecino que no piensa igual.
El centro de esta reflexión debe ser la promoción de la tolerancia. Aquella noche del 21 de noviembre confirmamos que este país es variopinto. Inclusive ratificamos que los bandos tradicionales albergan en su seno varias vertientes. La vida no puede ser vista solo en blanco y negro porque entre ellas hay toda una escala de grises y colores. Por lo tanto, sería interesante aceptar que tenemos diferencias y evitarnos una tensión innecesaria entre miembros de una misma comunidad política.
No hace falta cambiar los ideales particulares por los de los demás ni obligar al prójimo a asumir los propios para lograrla. Únicamente establecer un orden social en el cual las personas respeten sus divergencias y puedan canalizarlas de manera razonable. Recuerden que, como decía Benito Juárez, «el respeto al derecho ajeno es la paz». Es lo menos que podemos hacer para una vida más llevadera, ¿no lo creen?
Finalizando: dejemos de ser tan duros entre nosotros mismos. Esta afirmación desborda el ámbito de lo político. Aquí cualquier acontecimiento despierta polémicas infértiles. Para muestra, las que ya hemos conversado en escritos anteriores. Ambos partidos estaban en su derecho de hacer propaganda a su favor. Era cuestión de coordinación para no sabotearse mutuamente. Miren que eso no cayó bien a ninguno de los simpatizantes y los curiosos que allí nos encontrábamos. Ojalá en próximas ocasiones prediquen con el ejemplo del respeto al adversario.