El evangelista Marcos deja constancia de la buena fama y la admiración que causaba Jesús. Da la razón de por qué el buen nombre de Jesús se extendía por toda la comarca de Galilea, al norte de Palestina. Razones: Acompañaba su predicación con curaciones maravillosas y enseñaba con autoridad. El autor relata la curación de un “endemoniado” o loco furioso que salió del enfermo “dando un grito muy fuerte”. El mal espíritu no resistía la presencia de Jesús. El Señor no utilizó ritos mágicos, no era exorcista. Su simple palabra venció al demonio y devolvió la salud al enfermo (Mc 1,21-28).
Jesús actuaba ese día en la sinagoga de Cafarnaún. No era el templo, sino una casa donde se reunía la comunidad para hacer la lectura sagrada y la oración de cada día. Cualquiera de
los asistentes podía ser invitado a explicar la lectura. Jesús enseñaba con autoridad, no como hacían los letrados o escribas. Jesús no era intérprete, sino Maestro. No se apoyaba en la opinión de los filósofos o científicos, solo se apoyaba en Dios.
Los fieles israelitas reunidos en la sinagoga se preguntaban: ¿Quién es este? Dios no habla directamente a los hombres, lo hace por intermedio de los profetas. El profeta escucha primero y trata de reconocer la voz de Dios. Después habla a los hombres en nombre de Dios. El profeta es personaje del pasado y del presente. No es fácil identificar la voz del profeta auténtico en medio de tanta palabrería, como se oye en el mundo actual.
El papa Pablo VI ha sido el más valioso de los últimos siglos. Cuando fue elegido, muchos Gobiernos recibieron la noticia con desagrado. El profeta es hombre de fe recia y escucha antes de hablar. No busca los aplausos del público. No es incitador de masas ni vendedor de humo. Con frecuencia su mensaje denuncia injusticias y va contracorriente, por eso es silenciado y perseguido. Es propio del profeta alentar la esperanza, o sea, difundir y hacer triunfar la causa de Dios. El profeta no separa sus palabras de sus obras: es coherente, vive lo que habla. Por eso se le reconoce autoridad. Todo esto le correspondió a Jesús. La gente captaba que tenía autoridad.