Reportajes y Especiales

Las cargas a cuestas de los tachirenses en diálisis

28 de enero de 2018

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En algunas unidades indican que les llegan pocos dializadores. (Foto/ Tulia Buriticá)

No es solo el hecho de conectarse tres veces por semana a un purificador de la sangre; también las dificultades para cumplir la dieta, movilizarse decenas de kilómetros y encontrar las vitaminas complementarias, se junta y que los paciente disminuyan su calidad de vida. Para rendir materiales e insumos, a algunos les han recortado el tiempo frente al aparato

Hay pacientes en hemodiálisis que aseguran que su calidad de vida ha disminuido al no poder cumplir con todas las indicaciones de vivir con insuficiencia renal. Requieren una dieta alimentaria específica, pero la escasez y el alto costo de los productos han llevado a algunos a comer lo que haya. Deben trasladarse con cuidado, pero la crisis del transporte público hasta los mantiene parados en las busetas. Les recetan hierro, fósforo, calcio y vitaminas, pero coinciden en que las han dejado de tomar.

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18 por ciento de las máquinas o “riñones artificiales” esperan repuestos para volver a operar.

[/mks_pullquote]Rafael Riaño, de 60 años, lleva los últimos cinco de su vida conectándose a esa máquina blanca y grande que los médicos llaman “riñón artificial”. Para dializarse, debe abordar 12 busetas por semana entre rutas urbanas dentro de San Cristóbal y del terminal de pasajeros a su casa en San Rafael. No es fácil, dice, aguantar en las paradas y luego de pie hasta Cordero con una fístula (el conducto que se abre en la piel para conectar al aparato) en el brazo.

No es pensionado; y con una lupa en la mano -el sustituto de los lentes de montura que le hacen falta- demuestra lo que expresa: “Nos toca rasguñar por todos lados”. Riaño ilustra que la alimentación de quienes se dializan tiene que ser especial: “Debemos estar todo el tiempo con vitaminas en el cuerpo. Nos ordenan una dieta, pero yo no la puedo cumplir. Yo como apenas lo que hay”, admite quien también extraña las latas de suplemento nutricional que ya no entregan luego de cuatro horas de conexión a la máquina.

Sobre esto comparte Marta García, hija de otro paciente: “Los complementos que ayudaban a nuestros familiares a recuperarse después de las sesiones, ya casi no se consiguen. Su calidad de vida ha disminuido muchísimo ¿Cómo podemos alimentar bien a nuestros pacientes, si ellos requieren una dieta especial y casi no se consigue o por lo costoso de los alimentos no se les puede comprar ni pescado ni pollo?”.

Con una dieta básica disminuida, la paciente y habitante de La Machirí, Fany Foronda, comenta que recién ha estado hospitalizada por descompensaciones en su salud.

Venidos de todas partes

El proceso no termina en la máquina; se deben cumplir dietas balanceadas, que a algunos les está costando cumplir. (Foto/ Tulia Buriticá)

En el Táchira hay siete unidades de diálisis: seis en San Cristóbal y una en Colón. Luego de visitarlas o contactarlas, se pudo totalizar que existen 108 máquinas o “riñones artificiales”, de los cuales 89 están en funcionamiento y 19 (18 % del total) se encuentran inoperativas por falta de repuestos. Cada aparato realiza el trabajo que ya no puede hacer un riñón por sí solo: por una de dos líneas, extrae sangre; en un tubo semitransparente llamado dializador, la limpieza de todos los tóxicos que normalmente genera todo organismo y, por la otra línea, la devuelve purificada al cuerpo.

Suman 401 los pacientes que, a la fecha, cumplen las diálisis en estas siete unidades, la mayoría de las cuales tiene algunos cupos liberados por tachirenses que recién se fueron del país. Aunque la del Hospital Central de San Cristóbal solo atiende a hospitalizados, casos de nuevo ingreso, con falla renal aguda o crónicos descompensados, las otras seis (las llamadas extrahospitalarias) reciben a personas no solo de todo el Táchira, sino de entidades vecinas como Apure y Barinas.

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7 unidades de diálisis existen en el Táchira; seis en San Cristóbal y una en Colón.

[/mks_pullquote]Con cuatro años en diálisis, Elba Márquez representa a esos pacientes que además deben consumir fármacos para otros padecimientos como -en su caso- la insulina y un antihipertensivo. “Han pasado semanas, meses, sin encontrar insulina, y me hincho rápido”, atestigua la habitante de Fundación, en la vía a Pregonero, que dejó la rutina de ida por vuelta para ocupar una habitación cerca de su centro de tratamiento.

Más lejos le toca a la comadre a quien asiste Pastor Alfonzo. Como vive en Caño Regreso, en pleno Apure, recibió el ofrecimiento de mudarse a El Jordán, zona limítrofe de ese estado con el Táchira, donde habita el comerciante. “Yo soy el que la traigo a las diálisis de El Jordán a San Cristóbal; pero como no tengo chip de gasolina, me está costando ir y venir. Yo le pediría a la Gobernadora que tome en cuenta casos como el mío”, implora Alfonzo, quien saca cuentas de los montos en las ESA.

Juan Manuel Contreras lleva 18 años viajando desde El Cobre hasta San Cristóbal para dializarse. Tenía carro, pero tuvo que venderlo. En transporte suburbano, lo desborda el gasto de un efectivo escaso. Esta semana, luego de llegar gracias a un aventón, en su unidad le indicaron que “por la escasez de materiales” las sesiones están siendo recortadas de 3 horas con 45 minutos a 3 horas exactas, hasta nuevo aviso.

No es la primera vez que le pasa; y por eso, sabe lo que implica. “Cuando es así, uno tiene que cuidarse más y tener mayor control de lo que se come. Y con esta crisis, todos sabemos lo difícil que está acceder a los alimentos”, relata el pensionado, que gasta en almuerzos para recobrar fuerzas y atravesar el páramo de vuelta.

Operativos, con fallas

El esposo de Rosalba de Arellano y la mamá de Marisol Jaramillo requieren una fístula arteriovenosa para sobrellevar mejor sus diálisis. En sus manos, las acompañantes tienen una lista con hasta diez materiales quirúrgicos que les solicitarán cuando abran una próxima jornada de realización de estos procedimientos. Incluyen suturas, yelcos y compresas, pero ni los encuentran en las farmacias ni tendrían el dinero para completar el petitorio, por los altos costos que -les han calculado- redondea el kit.

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401 pacientes activos en lista suman, a la fecha, las siete unidades de diálisis.

[/mks_pullquote]Mientras tanto, sus parientes mantienen un catéter. También el esposo de Rosalba debe consumir hierro, ácido fólico y vitaminas escasos. También la mamá de Marisol debe acopiar macrogoteros cada día más costosos: “Ahora dan uno por semana y se necesitan tres. La última vez que compré me costó cada uno 80 mil bolívares”, describe, al igualmente valorar el talento humano que les acompaña en las unidades de diálisis: “Mejor no nos pueden tratar, pero la garantía de insumos hacia ellos debería ser mayor”.

El Instituto Venezolano de los Seguros Sociales continúa garantizando la prestación gratuita del servicio a los pacientes, incluidos químicos concentrados, soluciones, kits, dializadores y circuitos extracorpóreos (que son unas líneas plásticas flexibles). El Estado asume estos costos, a diferencia de otros países donde el público paga.

En diciembre pasado, los pacientes en diálisis del Táchira fueron noticia en los medios porque advirtieron que se estaban agotando estos insumos. Algunos, como Riaño y Contreras, confirman que como consecuencia de este déficit debieron terminar el 2017 con dos sesiones semanales, en vez de tres.

Este mes de enero, los centros de diálisis volvieron a recibir materiales, como se pudo confirmar durante las visitas. En algunos, sin embargo, comentaron que “llegan pocos dializadores” y corroboraron los testimonios de los pacientes según los cuales no volvieron a recibir Enterex renal, ni cápsulas de calcio o ampollas zemplar (análogo de la vitamina D). En el del Seguro Social, incluso, un usuario afirmó que “están partiendo un kit genérico para hemodiálisis hasta para cinco pacientes” y, como consecuencia, ya no recibe los insumos para hacerse las curas en casa. Estos incluyen tapaboca, guantes, inyectadora, gasas, Betadine y adhesivo.

Otros apenas están empezando a tomar las cargas. A la mamá de Yuly Santander (45 años) le ordenaron dializarse luego de detectarle quistes en los riñones. Al hijo de Lourdes Picos (19 años) también se lo indicaron. Ambas esperan mientras sus familiares reciben una de las primeras sesiones en el servicio de nefrología del Hospital Central de San Cristóbal, el mismo en el cual todavía abundan envases plásticos blancos como lunares sobre la cerámica gris, dispuestos por las camareras para contener tantas goteras que se siguen colando del techo. “Por ellos y por su salud vamos a luchar, qué más”, suelta Yuly. Lourdes suspira.

Daniel Pabón

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