Regional

Al amparo de almas caritativas hace el mercado para sus nietos

28 de marzo de 2022

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A los mercados populares, algunos van en busca de precios y calidad en víveres, en general; otros, por un poco de caridad de parte de quienes se solidarizan con sus necesidades, estando muy lejos de considerarse a sí mismos pordioseros, pues han sido causas de fuerza mayor las que los han llevado a tales circunstancias.
Freddy Omar Durán
Al margen de la indigencia, más vista como un modo de vida, por unos, y una condición mental por otros, están los que les tocó salir a pedir, porque sencillamente no hay mayores opciones, porque no califican a un empleo, o porque asumen responsabilidades que nos les permiten cumplir una jornada laboral.
Están “invisibilizados”, en tanto a los ojos de quienes frecuentan los mercados populares son unos más, sin una apariencia que los delate, a menos que sean personas de la tercera edad o con minusvalía en su físico. Difícil resulta llevar una estadística, pero los tenderos los conocen muy bien, saben de sus carencias y se conduelen cuando no ven fingimiento en su petición, mientras, poquito a poquito, van llenando el saco con verduras y otros víveres.
Ellos han conocido la cara de la generosidad, pero también de la indiferencia y el desprecio, y en algunos casos, de la agresión.

Bendiciones de Dios

Franklin Gerardo Estévez e Hilda Sierra coincidieron a la sombra de la Clínica Semidey, en un caluroso día, habiéndose ambos reconocido en el oficio de sobrevivir, y con el intercambio de tres palabras definen el estado general de las cosas y evalúan la buena disponibilidad del prójimo.
El hombre en silla de ruedas iba ya de salida, y la mujer con sus dos nietos, una de ellos todavía movilizándose en coche, concluyeron que ha sido Dios realmente quien con su benevolencia nos los va dejar desamparados, ni con vacíos en sus menguadas alacenas.
—Me regalan comida, esa es la bendición de Dios. Eso no es malo, el que da, lo hace de buen corazón y el cielo lo recompensa— confesó de manera natural  Estévez, sin pretender esconder su situación particular.
Hace 13 años, un disparo le rompió la médula espinal, con  una pensión de incapacidad que poco ayuda, las opciones para vencer el hambre son reducidas.
—Hay muchas almas caritativas en esta vida, así como uno no puede negar que hay gente dura de corazón—agregó Estévez.

Regreso pospuesto

Hilda Sierra, ya en el espectro de la tercera edad, luego de 40 años regresó al Táchira, y con ella sus dos nietos, uno de 11 y otro de año y medio. La pandemia la empujó a una aventura que la llevó a probar suerte en el exterior, y espera concluir con su regreso a Valencia, algo que no puede hacer por falta de dinero para el pasaje.
—Claro, a mí me gustaría estar haciendo algo, ganarme un sueldo para, con el favor de Dios, arrancar de nuevo para Valencia. No he regresado porque no tengo dinero para el pasaje, que para mí cuesta como 35 dólares, y hay que agregar los otros dos para mis nietos. Si no tengo para comprar una leche para la niña chiquita, imagínate— reflexionó Sierra.
Ella trabajaba en casas de familia, pero desde la cuarentena cerró esas puertas de inmediato y vislumbró reunirse con su hija en Medellín, pero no solo los planes no salieron como pensaba, sino que tuvo que tomar radicales decisiones, por el bien suyo y de los pequeños, huérfanos de padre.
—Todos los días salgo a pedir lo de ellos; yo estoy arrimada. Yo por allá me quedé sola, había ido a apoyar a mi hija y al final no tenía ni con qué pagar arriendo ni alimentos— continuó su historia Sierra.
Venirse desde Colombia a Venezuela le ha resultado más fácil, que el retorno al interior del país, pues al menos en Colombia le colaboraban con lo del viaje y sus gastos, amén de que incluso los costos de movilización se podrían considerar inferiores.
—El costo de la vida lo puede cubrir el que  está trabajando, pues alguito compra. De resto, a uno le toca salir a pedir, pasar humillaciones, desprecio. Hay gente de buen corazón, que no es que te da limosnas, te ayuda. Otros, tú los puedes ver en una licorería y le pides para una crema de arroz y te dicen “no tenemos monedas”. Yo a veces voy a las panaderías y me siento, y me da sentimiento: ninguno de esos que tienen su tremendo carro, tienen nada, ni quinientos pesos. Uno entiende que hay urgencias en cada hogar, pero también dureza de corazón. No sé… no sé —lamentó Sierra.
Subraya que recurrir a la caridad no ha sido una escogencia de vida: simplemente hay dos menores que en el pequeño lugar que habitan claman por alimentos, y otros gastos.
—A mí me da mucha tristeza ver gente que vive de eso y le gusta vivir de eso, la caridad; pero lo mío es pura necesidad, a mí se me hace muy difícil. Mi vida ha dado un vuelco terrible, pero hay que seguir luchando, seguir guapeando. Ellos son mi vida, ellos dependen de mi exclusivamente, y la misericordia de Dios. Yo casi siempre subo en pendiente por la Quinta Avenida, y luego doy la vuelta por la Marginal del Torbes -recorrido de alrededor de 6 kilómetros-, y si recojo 15 mil pesos es mucho—.
Por supuesto, la decisión de asumir el cuidado sola de sus dos nietos le ha conllevado roces en la familia.
—Hasta que Dios me dé vida y salud voy a seguir velando por mis nietos. Los otros hijos están molestos porque los estoy cuidando; pero yo no los voy a abandonar. Ellos no tienen la culpa de haber sido abandonados— sostuvo en un tono de absoluta resolución.
Su etapa en Colombia, de un poco más de un año, tuvo momentos agridulces, y para nada se atreve a acusar a su población de una xenofobia generalizada, pues ante todo se trata de luces y sombras que afectan a toda la humanidad.
—Por allá hay gente buena y mala. Una vez, para espantarnos de un restaurante nos echaron agua de la poceta. Y otra vez alguien dijo: ¿Por qué no se van a comer gusanos para Venezuela? Una vez un muchacho joven, un 24 de diciembre, se me acercó y me preguntó “¿señora, por qué llora? Y le respondí: “no tengo para la leche de la niña”, y agregó él: “acompáñeme”. Y con él, después de ir al telecajero, fuimos al supermercado y escogió un mercado de 140 mil pesos, y de paso me dio 30 mil pesos para que me fuera en taxi. Ángeles que Dios le puso a uno en el camino— contó afectada de emoción.

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