El viaje de Lucía y sus siete hijos demoró en total cinco días, desde que cruzó la puerta de una casa prestada en su natal Los Cocos, en Delta Amacuro, hasta que abrazó a su esposo en Penal-Debe, Trinidad y Tobago.
Antes de zarpar los organizadores del traslado ilegal ocultaron a todos los pasajeros en una zona boscosa de Palo Blanco, al noreste de Tucupita, capital de Delta Amacuro. De allí debían salir solo cuando fueran notificados.
Después de recibir la señal de avanzar, caminaron durante una hora hasta llegar al puerto. Allí abordaron un bote y partieron hasta “La Barra”, una zona de la costa en Delta Amacuro, pero hay varias de ellas, Lucía no supo cuál de todas.
En ese sitio tuvieron que esconderse una vez más entre la maleza mientras un grupo armado que controla la zona recibía el pago de parte de los organizadores del viaje por dejarlos pasar. Ninguno de estos hombres debía ver a los viajeros para evitar otro tipo de problemas: como que les guste una muchacha y se la lleven.
Huir de Venezuela
En Tucupita Lucía trabajaba como camarera en el materno “Dr. Ismael Brito”. Ganaba un sueldo mínimo que para ese momento era de 400.000 bolívares, el equivalente a 0,92 dólares según el cambio oficial.
Vivía en una casa de zinc junto a sus siete hijos en un terreno que la gobernadora del estado Delta Amacuro, Lizeta Hernández, ordenó desalojar con militares.
Sin tener un lugar para alojarse Lucía y sus hijos durmieron en las calles durante dos días, hasta que le prestaron una casa en Los Cocos, allí vivió hasta el 2020.