Néstor Melani Orozco
Había remedios en los estantes y olores de esencias con maravillosos frascos italianos, donde las medicinas poseían los nombres de permanencias y de entregas…siempre en los retratos antiguos y el agua bendita para las santificaciones, entre lo inmenso de los viajeros y las célebres pócimas del boticario Yigüiri, quien curaba con brebajes que preparaba entre sus adivinaciones y las «Purgas» venidas de Bogotá.
Mientras Alejandro Hirsay, médico austriaco-alemán, huyendo de la guerra europea, se asentó en La Grita y recetaba a los enfermos de bocio y sin cobrar una moneda asistía a los campesinos, como si estuviera de ilusiones sobre las campiñas de Bavaria… era desde el sonar de las campanas y los escapularios de oro de las matronas, entre la espada del coronel León Zapata y los delirios de las cartas que venían con los arrieros para los cadetes de la famosa «Escuela de Clases»…
Con ilusiones y las pastillas para el dolor del corazón…
Fue de amor la «Botica Baptista», frente a la plaza del convento, con sus meritorias recetas para el mal de Chagas y prevenir la fiebre amarilla. . . Así los describió el maestro Ángel María Urrea, con las nostalgias de sentir a aquella bonita ciudad vieja, donde de encantos el cielo poseía unas cortinas que de gracia eran la niebla…
Después el capitán Vicente Mora trajo los sentidos de las píldoras y como buen químico preparaba jarabes para los niños y las interesantes curaciones a los venidos los domingos de las aldeas, entre un cartel de la famosa «Colmen» y el misterioso «Cafenol» para el dolor de cabeza de las viejas, mientras en las vitrinas con ungüentos y las primeras vendas, entre los sentidos de leerse en silencio, sentado en una silla mecedora, las revistas de las «Selecciones» y de las primeras clases de alquimia en el Seminario Eudista Francés del padre Cabaret.
Mientras el bachiller Pepe de los Gandica Guerrero se formaba en la otra droguería y vendía el famoso bebedizo de «Hipecuacuana» que mandaba don Fidel Orozco para los enfermos de asma.
Todo transcurrió como de «Ánimas Benditas», de perfumes para las lujurias y de un reloj de pared que anunciaba los números trece, porque de medidas en las sumatoria en pares siempre estaba el 13. Y la elegante Botica del Dr. Humberto Galeazzi se vestía de libros, inciensos, quien de legados se describía a Paracelso con los relicarios heredados del hospital de monseñor Jáuregui, de la calle cuatro, y entre delicias, el alcanfor y los mercurios desde las purificaciones…
Don Vicente Mora, un día se fue con su uniforme del Ejército Nacional a regentar más de diez farmacias en la bella Caracas. Y el bachiller Gandica siguió dictando clases de Química en el estrenado Liceo Militar Jáuregui con aquellos apuntes que aprendió en el Instituto Civil, donde fue director don Mario Briceño Perozo.
Y entre aleros y recuerdos, en esos tiempos vinieron a La Grita dos curanderos «chamanes», incas del Perú, y de tantas sorpresas se cerraron dos farmacias porque los médicos originarios salvaron a casi todas las parroquias del malestar de las tristezas.
Y solo un buenmozo, letrado y músico, vino graduado de boticario de la dichosa Universidad de los Andes, como retablos y versos, desde un saxofón inglés que le servía para practicar melodías clásicas y aprender a «Candilejas» del cine de Chaplin que venía en las películas al Teatro de Ramón Gandica, este doctor en farmacia, muy joven, llamado Julio Mora. Y se bautizó de gracia y conocimientos para abrir de nuevo la Botica Lupi en el Calvario, la de los perfumes de París y de los secretos médicos, y la que tenía casi ochenta años cerrada porque los años se enaltecieron de aquel mundo farmacéutico, donde las boticas eran bendiciones para salvar vidas. Y de cada receta se abrían las dichosas muestras, como de «practicantes» colocando inyecciones a mujeres casadas para nunca revelar secretos.
Muchos años después, la Botica Gandica cambió de nombre y en su fondo de los olvidados poseía un lienzo de Pepe Melani, que mostraba a «Un doctor luchando con la muerte». Más de los silbatos del Eterno Sereno, Rafaelito Pernía, como una leyenda, vigilia de las noches, para saber cuál boticario estaba de guardia y aprender de la luna todos los recuerdos…
La dichosa registradora Ungara de la gran botica para las monedas, y los frascos italianos, se los llevaron a un museo, mientras el crucifijo de doña Ernestina lo regalaron a la iglesia de «Regla” de Tovar, y de memorias la ciudad que fue escuela de boticarios se vistió de cada padrenuestro. Con avemarías, connotados misterios.
Entre las metas de algodón y la bendita «Crema Pons» que les eliminaba las arrugas a las envejecidas solteronas.
Mientras de romerías con el madero de Tadea se salvaron las almas…Han pasado los años, como de imágenes de aquellos tiempos, con cartas bucólicas y de postales perdidas en las nostalgias del pueblo…
Ahora, de tantos calendarios, nuevas boticas ofrecen bondad y fraternidad, dicen otro calificativo, sin bolívares, con billetes de pesos, pero olvidaron el nombre grabado en una tabla de roble que decía «Aquí está la Botica del pueblo».
Cuando los pétalos de una rosa están aún ocultos en un libro de medicamentos y de sal el amor como ventanas al viento…
*Artista Plástico Nacional.
*Premio Internacional de Dibujo » Joan Miro”-1987, Barcelona. España.
*Cronista de La Grita.
*Profesor del Liceo Militar Jáuregui desde 1974-2003.
*Maestro Honorario.
*Doctor en Arte.
*Premio Nacional del Libro-2O21.
Néstor Melani Orozco