Poeta en su expresión más pura, por no decir más primigenia, como los de la infancia indomable de la Tierra, poeta en pasta, poeta encarnado, poeta en sacerdocio literario y, lo que es más importante, poeta en vida.
Así se puede definir a Pablo Mora, quien esta semana cumplió 80 años, quien a veces en tono tembloroso, a veces en tono decidido, siempre se ha declarado en un creyente hasta la médula en la poesía, la cual ha brotado de sus labios en la multiplicidad de voces, a los cuales él siempre ha rendido culto y difusión. Y en cada una de sus intervenciones no “toma la palabra”, sino que la estrecha entre sus brazos, con apasionada efusividad, y literalmente se deshace en versos.
Cada pisada en este valle de éxtasis y lágrimas, ha brotado un florecimiento de poemas, compilados en su serie Almacigos de seis volúmenes (1979-1993), De la noche insomne (1992), Asombro al descubierto (1996), entre otros, que se suman a una amplia producción que incluye la ensayística. Pionero en usar la “nube virtual” para depositar los más bellos e intensos poemas, a través de Poesía, Sociedad Anónima, mucho antes de la aparición de los blogs y las redes sociales.
Nacido en Santa Ana del Táchira y graduado en la Universidad Católica Andrés Bello, con doctorado en Psicopedagogía y Periodismo en la Universidad Degli Studi de Torino y en la Universitá Cattolica del Sacro Quore de Milán, se le recuerda mucho por su paso académico en la Universidad del Táchira. Ha recibido por su obra muchos reconocimientos, como el primer premio en la Bienal de Literatura de Nueva Esparta (1991) y el Premio de Ensayo de la Gobernación del estado Táchira (1998).
El cronista de Santa Ana, J.J Villamizar Molina, nos refiere una constante de los versos de Pablo Mora, el “asombro”, elemento sin el cual él considera casi imposible hacer estallar la Palabra (con mayúscula), y que como elemento diurno, encuentra su nocturnidad en la expresión “insomnio”.
“Asombro es un elemento vivencial. Los seres vivos están dotados de la percepción dada por los órganos de sus sentidos, regidos por el portento prodigioso de la creación que es el cerebro humano. En este caso, parece que el poeta detuviera el ciclo existencial para embelesarse en todas las impresiones, en todos los sonidos, en todas las ensoñaciones de que es capaz un ser viviente. Asombro es detener las fuerzas de la vida para lograr un impacto estremecido, un trémulo de contemplaciones, un improntus de transportación, un adagio cantabilis de amores. Por ello, Pablo Mora se extasía en este coro estupefacto. Si el asombro es estático, el insomnio es dinámico. El insomnio no detiene ni un momento el curso de la vida. No lo interrumpe para que la inspiración lírica pueda seguir el curso en su carruaje de vivencias, de ensoñaciones, de triunfos, de dolores, de obnibulaciones”.
Larga vida al poeta, y eternidad al perenne credo en la poesía, del cual las jóvenes generaciones están en deuda de tomar una antorcha, que quema las manos y encandila las miradas. Caudal de palabras que aún florece en su retiro de patriarca.
Suyos son las líneas: “De mano blanca en mano blanca, juntos. De mano libre en mano libre, fuimos un retrato del alma de la tierra. ¡Antes del Alma fue la Poesía! La imagen vegetal de la luciérnaga. La furia de un enorme juramento. Naufragio en el turbión de la Locura. La Causa Innumeral de la Armonía. Aquella vestidura de neblinas. La hora de la paz consigo mismo. Mi labor silenciosa y obstinada. La hora del almácigo, del surco. La hora del insomnio submarino. La habitación sexual de la belleza. La hora del asombro adolescente. El aletazo sepulcral del frío. La primordial esencia primitiva. El limo original de lo viviente”.
Freddy Omar Durán