Por Astrid Anselmi, Génesis Prada y Neiyer Angarita
Durante el parto solo la madre y el bebé deberían ser los protagonistas del proceso, no obstante, tanto la mujer como el pequeño permanecen en segundo plano, ocupando papeles secundarios a merced de potenciales abusos.
Las mujeres han resultado reducidas a su rol de “dadoras de vida”, forzadas a asumir el dolor, los desafíos del parto y las decisiones de terceros sobre sus cuerpos como una obligación. Bajo esta visión, se convierten en víctimas de vulneraciones a sus derechos sexuales y reproductivos.
Adriana Ramírez es una madre venezolana quien vivió su segundo parto con gran dolor y de manera traumática, que le produjo problemas de salud permanentes tanto a ella como a su pequeño de ahora seis años.
El procedimiento estaba planificado como una cesárea, sin embargo, dos días antes de la fecha pautada se adelantó el parto llevándola de emergencia a un hospital público de San Cristóbal.
Después de una eterna espera por ser atendida, comunicó al personal médico que no podía tener un parto vaginal por patologías previas demostradas en un informe elaborado por su ginecobstetra, pero las pruebas resultaron ignoradas por los residentes.
Paulina Sánchez, psicóloga clínica perinatal y una de las directivas del Observatorio de Violencia Obstétrica de Chile, advierte que el trato indigno a las féminas gestantes o parturientas se denomina violencia obstétrica y su práctica se ha convertido en una rutina de trabajo en hospitales y clínicas.
“Es una clase de violencia de género contra la mujer y ocurre durante el proceso de gestación, parto o puerperio. Su practica la llevan a cabo profesionales o técnicos de la salud, ya sean del sector público o privado, y su ejercicio puede generar daño físico o psicológico”, explicó.
La primera forma de manifestación de la violencia obstétrica es la extrema medicalización, la cual se refiere a la aceleración de procesos fisiológicos naturales de las mujeres en el parto. Asimismo, este recurso se expresa en la realización de intervenciones innecesarias o no aconsejables.
Los esfuerzos de Adriana por expulsar al bebé no fueron suficientes y la cabeza quedó trancada, por ello procedieron a hacerle una episiotomía, “pero la cortada no fue normal, era muy grande, tanto así que los puntos no agarraron y eso me quedó abierto”.
Al corte en el periné, entre el ano y la vulva, que, según argumentan los profesionales de la salud, “facilita el parto y nacimiento”, se le llama episiotomía y debe aplicarse en casos excepcionales, pero junto a las cesáreas se convirtieron en operaciones habituales pese a los posibles riesgos.
De acuerdo a un estudio de la revista The Lancet, Venezuela es el tercer país de América Latina con el mayor número de cesáreas practicadas al tener un índice del 52,4 %. Mientras, el ideal recomendado desde 1985 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) es entre 10 % y 15 %.
Superar el indicador idóneo de partos quirúrgicos implica invisibilizar las consecuencias del procedimiento en las madres y neonatos. Además, el incremento de la cantidad de cesáreas efectuadas no significa la reducción de la mortalidad materna y neonatal.
Si bien en el caso de Adriana la cesárea era requerida, enfrentarse a un parto forzado implicó el desarrollo de padecimientos irreversibles: la presión ejercida por la madre durante el parto desencadenó un tinnitus, enfermedad del oído asociada a la pérdida de la audición.
Su pequeño también sufre una gran cantidad de problemas debido a que experimentó hipoxia perinatal (asfixia durante el parto), la cual le impide caminar, hablar y desenvolverse como un niño independiente, además de provocarle reiteradas convulsiones al día.
“No me di cuenta cómo sacaron al bebé o si lloró, yo estaba demasiado débil, prácticamente inconsciente. Después del nacimiento, me pidieron pujar otra vez para expulsar la placenta y cuando lo hice me desmayé”, cuenta Adriana.
Los malos tratos, las frases y acciones capaces de denigrar a las embarazadas o mujeres en labor de parto, las agresiones verbales o físicas, la culpabilización y el abandono pese a la vulnerabilidad del momento también se traducen como violencia obstétrica.
El personal médico pidió a Adriana avisar cuando sintiera alguna contracción. “Yo lo anuncié, en ese momento el doctor se paró frente a mí y manualmente abría con sus manos mi vagina, hizo esto varias veces para conseguir espacio”.
El procedimiento aplicado por el obstetra sobre la venezolana se debe llevar a cabo únicamente cuando la mujer ha dilato por completo y la cabeza del neonato es visible.
Fábricas en lugar de hospitales
Aunque quienes dedican su carrera profesional al área de la salud sexual y reproductiva no inician con la premisa de maltratar, cometen violencia obstétrica debido fallas o censuras en su formación académica.
“Ciertos paradigmas propios de la educación médica están desprovistos de un enfoque de derechos humanos y perspectiva de género, tampoco integran aspectos más específicos como la salud mental perinatal y la importancia de un parto respetado”, subraya Sánchez.
La psicóloga chilena cita a la antropóloga Robby Davis Floyd para explicar que la instrucción recibida por los ginecobstetras responde al “paradigma tecnocrático del parto”, un modelo según el cual los cuerpos de las mujeres son metaforizados como una máquina.
Frente a este enfoque las instituciones de salud se convierten en industrias donde el fin primordial es la fabricación en masa, por lo tanto, el producto elaborado es el bebé y la tecnología domina los procesos biológicos normales.
“Las embarazadas terminan deshumanizadas, sus cuerpos reducidos a objetos y su capacidad de decisión no es tomada en cuenta en medio del trabajo de parto. No hay consideración del conjunto integral representado por el cuerpo, la psique y las emociones”.
La influencia tecnocrática igualmente apunta a la abstracción emocional de los médicos. A juicio de la especialista, los profesionales de la salud se desconectan de la vulnerabilidad del momento con el propósito de brindar “una mejor atención” y ser efectivos en el tratamiento de una patología.
Un ambiente higiénico y controlado influye en la labor de parto en medio de uno de los momentos más vulnerables de la vida de una mujer
No obstante, ni la gestación ni el parto son enfermedades, pese a las complejidades de los mismos. El restar las emociones de un contexto dominado por las hormonas y los sentimientos implica privar a las mujeres de ambientes gentiles con el potencial de facilitar la dilatación, por ejemplo.
Tu cuerpo, tu embarazo, tu parto, tus derechos
Las normas bioéticas que rigen el ejercicio de los profesionales de la salud son determinantes en esta realidad, pues generalmente buscarán el principio de beneficencia, es decir, procurar la salud por encima de todo. Dicho esto, se genera un dilema: la autonomía del paciente frente a la práctica médica.
No se trata de cuestionar de forma permanente los juicios del obstetra y restar valor a su conocimiento, pero durante los partos el otorgamiento de poder a un solo individuo por ser “quien más sabe” es uno de las principales causas de la violencia obstétrica.
Este es un problema que no solo se cristaliza a través de las intervenciones médicas innecesarias o no recomendables y los tratos indignos, también es parte del daño descartar el consentimiento y participación de las mujeres al adjudicar la voz de mando a una sola persona.
Todo lo que Adriana decía era desestimado por el personal de salud a su alrededor. “Me ignoraban como si fuera un fantasma, solo iban y venían para hacerme tactos”, relata.
“Los derechos de nacimiento, sexuales y reproductivos entran en juego en medio de esta situación porque, sin reparar en la vía del parto (vaginal o por cesárea), existe la voluntad de las féminas. Sin embargo, el trato del personal de salud suele excluirlas de las decisiones. Por lo tanto, omitir el criterio de las mujeres implica que no se sientan apropiadas de sus cuerpos”, sentenció Sánchez.
El acceso a información, esta última responsabilidad del doctor, es un factor fundamental para lograr partos y nacimientos satisfactorios, pues la madre se convierte en un sujeto activo, involucrada de manera absoluta en los procedimientos y resultados.
Al sentir que los dolores incrementaban, Adriana preguntó qué le ocurría y la respuesta fue que le aplicaron, sin su aprobación, un medicamento para acelerar las contracciones conocido como oxitocina (Pitocin).
Se trata entonces, reflexiona la psicóloga chilena, de promover el equilibrio entre las acciones del médico y las decisiones de la mujer. Este balance es posible si las féminas participan y comparten el dominio sobre el parto, si reciben conocimiento y son libres de comunicar sus necesidades.
“En las salas de parto, es muy común que las mujeres no se atrevan a preguntar. Ellas mismas se recomiendan evitarlo porque se arriesgan a que el maltrato físico o verbal se recrudezca. En definitiva, son dejadas en una posición de sumisión que igualmente perpetúa la violencia obstétrica”.
A fin de erradicar la pasividad asociada a la figura de las parturientas es imprescindible fomentar la realización de talleres de parto y la implementación de la educación prenatal, en tanto, ambas instancias funcionan como amortiguadores primordiales ante los efectos de la violencia obstétrica, recomienda Sánchez.
“Sin idea alguna de cómo era un parto normal para saber si mi experiencia estuvo bien o mal, contando esta historia comprendí que no fue normal lo que viví”, concluye Adriana.
Este trabajo periodístico forma parte del proyecto Mujeres Constructoras de Paz