Un estudio realizado por la ONG Convite estima que unos 500 mil ancianos sobreviven solos en Venezuela, sin familiares ni cuidadores que estén al pendiente de ellos, a expensas de un «precario sistema de protección» para adultos mayores.
«Muchos dependen de ayudas familiares, donaciones, empleos informales o de la asistencia humanitaria», apunta el estudio.
Venezuela suma unos 5 millones de pensionados, según el gobierno, que lanzó en 2011 el programa social Misión Amor Mayor para atender a este sector de la población. No hay cifras o balances de esa gestión.
El programa de Convite comenzó en 2020 en la zona metropolitana de Caracas y no se limita a ayudar a las personas solas, también va dirigida a quienes viven con familiares y necesitan ser escuchados.
«Nuestra función no es llevarle el plato de comida, es darle alimento del alma», explica María Carolina Borges, de 58 años, que también tiene una estrecha relación con una de sus asistidas, María Dolores Jaimes, de 76, a quien visita en la calidez de su hogar.
Jaimes vive con dos de sus cuatro hijos, dos perros y un loro, pero le afecta el hecho de no poder generar ingresos suficientes para colaborar en su hogar.
«Nosotros los voluntarios les decimos ‘sí puedes’, les damos ánimo, herramientas», dice Borges, a quien Jaimes considera una hija más. «Está muy pendiente (…), me llama todas las semanas».
«Siempre ella me ha querido mucho», añade entre lágrimas mientras recibe un caluroso abrazo de Jaimes.
Convite espera ampliar su programa de acompañamiento a todo el país en un intento por mejorar la calidad de vida de los adultos mayores que no cuentan con políticas públicas que les ayuden a envejecer mientras lidian con la ansiedad, las dificultades para dormir, la soledad o la tristeza, todo exacerbado por el contexto de crisis social y emergencia humanitaria.
«Esto se extiende lo que la vida se extiende, si tenemos beneficiarios de 102 (años) pues tenemos beneficiarios de 102», afirma la coordinadora del proyecto, Milagros Fagúndez.
Olvidada por la migración
Un antiguo equipo de sonido ambienta con música instrumental la pequeña sala de Cira Madrid, de 83 años, que espera pacientemente a Morella Russian, voluntaria del programa Convite, para tomar café con galletas y ponerse al día. Es una visita que trae «luz» a su vida.
Hablan por teléfono semanalmente, y otras veces se ven personalmente.
El objetivo es guiarlos en las dificultades que pueden tener en su proceso de envejecimiento en medio de los efectos de la crisis: migración de familiares, pérdida del poder adquisitivo y el depauperado sistema de salud.
El hijo de Madrid emigró a Costa Rica en 2015. Pero «tiene añales que no me manda ni medio centavo», comenta con voz quebrada y lágrimas en los ojos esta mujer pensionada.
«Últimamente es que me llama, porque no me llamaba, y eso porque un día comencé a hablar con él y le dije: mira hijo, aquí estamos pasándola (mal)».
Y hace meses comenzó su relación con Russian, a quien percibe como un «familiar» más, una «luz que llegó a mí», una «bendición».
«¡Buena moza, mía!», le dice Russian al saludarla con un afectuoso abrazo. «¿Cómo has estado? ¿Estás tomando sol?», continúa preguntándole como una forma de pasar su revista y actualizarse sobre su estado anímico y de salud.
Se ponen al día mientras comparten el café y las galletas en el comedor. Madrid, que para caminar se ayuda con un bastón, le explica que ha tenido algunos dolores en las articulaciones, y que ha cumplido con los ejercicios de movilidad recomendados por el médico.
Hasta ahora, ese y un malestar en su columna son sus únicos padecimientos, tras superar un cáncer de seno.
«Algunas veces me da pena preguntarle, llamarla porque yo sé que ella también tiene tantas ocupaciones y no quiero asustarla, pero para mí es (…) como un familiar», expresa la anciana en un tono pausado sobre su acompañante y orientadora telefónica.
WC | con información de Impacto Venezuela