Regional

Albino Gómez se suma al Club de los 100 años

1 de marzo de 2023

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Un centenario hombre cuyo modelo de vida y familia fue el máximo legado que dio a sus descendientes

Freddy Omar Durán

Hoy 1° de marzo es un día especial en la vida de Albino Gómez Molina, pues pasó al selecto grupo de tachirenses que cruzaron la barrera vital de los 100 años.

Una herencia genética, pues tanto su mamá como su abuela también fueron centenarias, combinada con una vida alejada de vicios, y con la dosis de preocupación suficiente para que su espíritu trabajador pudiese ser el sostén de un hogar, donde se procuró para los niños criados allí el mejor futuro posible.

De huesos fuertes y de voluntad férrea, aún es una fuente de anécdotas para sus descendientes, aunque su sordera no facilita las cosas para una conversación fluida con un interlocutor, y la lucidez de su memoria depende a como haya amanecido el día.

Pero lo que él no recuerda, los hijos del hogar que formó con doña Segunda Angola lo complementan trayendo a colación aquello que alguna vez quedó conversado en esas largas sesiones de conversación familiares.

Siempre les preguntaba a sus hijos cuánto faltaba para tan especial fecha, que la toma con mucha sorpresa. No sospechaba que llegaría a acumular tantos calendarios

— Yo no creía. Yo cuando tenía unos 60 años, dije ya no más. Muy rara la persona que dura tanto tiempo. Un cuñado mío se cuidaba mucho, y la señora lo cuidaba mucho, y para nada porque de un momento a otro se murió— confesó Don Albino.

Hombre de campo, nació en la ciudad de Santa Ana del Táchira el 1° de marzo de 1923, en una finca llamada El Paraíso, donde vivió con sus padres Marcelo Gómez y Juana Molina, siendo el mayor de 10 hermanos, 4 hembras y 6 varones: Hernán, Efraín, Rodolfo, Marcelo, Arturo, Ángela, Matilde, Ester, entre otros.

A los once años murió su padre y a él le tocó ser la cabeza del hogar, acompañando a su señora madre en los largos traslados en bestia de la mercancía agrícola a los mercados más cercanos. En esos andares conoció a Segunda Angola, con quien se casaría el 13 de agosto de 1949.

— Nosotros vivíamos de la cosecha de café y molíamos caña, sacábamos hasta 25 cargas de panela cada seis meses— recordó Don Albino.

Fruto de esa unión nacen Nelsa, Fanny, Orlando, Armando y Nancy, y de ellos el árbol genealógico seguiría echando ramas de 9 nietos y 10 bisnietos. Tiempo después de haber enviudado vuelve a formar pareja, y de ese nuevo hogar nacerían Marcel y Freddy.

Dueño de una envidiable salud, apenas si los hijos pasarían un susto en agosto del año pasado, cuando cayó por un ACV temporal. Ya pasado el susto, el doctor dijo: “Prepárenlo para los 100 años”.

— Él tiene la tensión perfecta, sus cuadros médicos van muy bien, y de momento tuvo una decaída fuerte, y su hija médico nos advirtió que lo peor podría pasar, pero afortunadamente se recuperó y el médico que lo atendió quedó impresionado de su buena evolución— anotó su hija Matilde.

Inclusive ya pasados los 80 años los hijos cuentan que él se podía desplazar de un punto a otro de San Cristóbal y llegar hasta el hogar de sus hijos, por sus propios medios, y tomando la buseta correcta. A esa avanzada edad administraba un pequeño fundo en San Joaquín de Navay, municipio Libertador, y se echaba largos “trotes”, que ni los varones le aguantaban.

— Él salía con los hombres para cubrir una distancia equivalente de San Cristóbal hasta Chorro El Indio, y ellos se quedaban desmayados a mitad de camino, él llegaba hasta el final del trayecto, regresaba y en la casa decía “vayan a buscar a esos carajos que están tirados” (risas)— subrayó su hijo Orlando.

Emprendedor a la antigua

Junto a su esposa Segunda se trasladó a San Cristóbal en busca de mejores oportunidades. Ella como maestra unitaria ya tenía asignado el traslado a la capital tachirense, y gran parte de su magisterio lo desempeñó en el Grupo Escolar Los Andes, donde su trabajo fue tan notorio, que la biblioteca que allá se encuentra lleva su nombre.

Con una casita comprada en La Concordia, se las arreglan alquilando uno de sus pisos; pero don Albino emprende de diversas maneras, incluyendo una pequeña producción agropecuaria, pero en San Cristóbal se harían celebres sus helados “El Milagro”, el mismo nombre de su finca.

— En la casa inicia su propio negocio con una máquina para elaborar crema para barquillas, para luego complementar su actividad con la producción de helados de paleta, así mismo incursiona por poco tiempo en el mundo del pan y abre su propia panadería. Él generó empleo para muchas personas que salían con sus carritos a vender el producto, incluso a algunos heladeros los trasladaba en su camioneta hasta el mercado de Táriba los días lunes. Eso fue muy próspero por los años 60 hasta un poco más allá de los 80. Nunca nos dio el secreto de la crema, era de pura fruta y muy solicitada— relató su hijo Orlando.

Como residente de La Concordia por los años 60 fue vecino y amigo de muchos empresarios que tuvieron el chance de partir de cero, con esa garra propia de los emprendedores tachirenses, y establecer importantes firmas comerciales como Mercantil Zambrano y La Gran Parada.

Su heladería estaba ubicada en la calle 12 frente al liceo Simón Bolívar y luego trasladaría el negocio al centro de San Cristóbal, donde establecería una panadería muy famosa.

Pocos dolores le ha dado la vida, y entre los más fuertes el fallecimiento de su madre, aunque la partida de la dama ocurría a la edad de 102 años, así como una inesperada viudez, que lo agobiaría a los 62 años, por el año 1984, al ser invadida su compañera de más de 30 años. A su centenaria abuelita doña Francisca, se le consideró como la curandera de Santa Ana, y hay muchos testimonios de que ella sanaba de todos los males.

— Mamá era la que llevaba los pantalones de la casa; uno decía “papá tal cosa” y él inmediatamente “dígale a su mamá”— agregó Orlando Gómez.

Padre y madre de la familia Gómez, más que preocuparse por dejarles una fortuna a sus hijos, se empeñaron en sembrarles valores, que hoy cimientan a sus propios hogares.

— Con mucho sacrificio nos mandaron ellos a estudiar a Mérida, y Orlando sacó la ingeniería y Fanny la medicina, la menor sí se graduó en la Católica, y Matilde se dedicó a la docencia. Mi mamá veía ese porvenir en la educación, en la profesionalización y fue la que nos orientó a que estudiáramos y estudiáramos. Nos enseñaron principios y valores, y un ejemplo que lo continuamos repitiendo en nuestras familias— subrayó su hija Nelsa.

Sus hijos insisten en que él no era mucho de acumular riquezas, pero sí había la preocupación de que la familia se sostuviera y pudiera darse sus gustos, como vacaciones y una que otra celebración, algo que en esos tiempos un sueldo de maestra y un negocio familiar podía permitir.

A los 60 años, al constituir un nuevo hogar, volvió al campo y ahí se sentía muy a gusto como sus hijos certifican cada vez que lo iban a visitar; no obstante, la inseguridad lo obligó a principios del siglo XXI a abandonar esos trajines, y regresaría a Santa Ana, hasta que a avanzada edad, se decidió que permaneciera más tiempo en San Cristóbal, por temporadas, en las casas de cada uno de sus hijos.

¿Comer? Cuando le da hambre, y le gusta mucho la sopa de arroz con pollo, y el domingo su buen mondongo. Si le provocan unas morcillas se las come todas, o a veces le dan antojos como un buen pichón.

Perteneció a una familia de músicos, de renombre en Santa Ana y él mismo se lucía con el violín y la bandolina, pero un accidente grave en su mano, por una de las máquinas que usaba para elaborar el helado, cortó su carrera musical. Su amor a la música venezolana lo pega a la radio, uno de sus hobbies, siendo un fan de los programas radiales “Romance, Copla y Sabana” y “Sentimiento Llanero” conducidos por Ender Angola.

— ¿Y usted se cuida o no se cuida, Don Albino?

— Noooo, ¿pa qué?— fue su contundente respuesta.

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