Eduardo Marapacuto
En estos andares de febrero de 2023 el pueblo venezolano está más claro y más firme que nunca en la consolidación de su proyecto y su destino victorioso, soñado por Bolívar y Chávez. De allí que no podemos andar dispersos en la nostalgia excesiva del peregrino, sino soñando como pueblo, caminando erguido por las sendas de la razón revolucionaria y con la mirada puesta en los horizontes de la Patria. Nada de delirios desesperados y andar buscando atajos intrincados que nos puedan dispersar; más bien debemos apurar los pasos del movimiento y con la fuerza del alma y del espíritu construir la verdadera unidad de los patriotas.
Hay que fecundar el porvenir y con ello asegurar los valores más preciados de la dignidad del ser humano, para que todos nos alimentemos de las esperanzas y no de las mortajas de la sepultura; para que nos alimentemos de los pensamientos enaltecedores de la verdad y no de los recuerdos vacíos. Así, en cada zancada se debe ir marcando la ruta y caminando seguros bajo el sol de la realidad ardiente, esa que quema pero que también te da las energías para continuar la marcha hasta allá, hasta el horizonte de las horas, con sus luces y sus sombras. Que nos hable la voz de la eternidad y nos guíe siempre en el sentimiento de la solidaridad; que después de estos 24 años de recorrido de la revolución bolivariana, nos encontremos con la primavera; que nos encontremos con la esencia de nosotros mismos, con nuestra tierra, con nuestra amada Patria y dejemos de andar buscando la oscuridad en medio de la luz.
A pesar de todos los obstáculos que nos quiera imponer el imperio, no detengamos la marcha. Con los ojos de la fe y de la certidumbre, no perdamos el brillo de la existencia. Nada de mirar por rendijas oscuras y querer pisar terrenos de falsos linderos, porque esos pudieran ser los caminos de las tierras baldías, de los pantanos peligrosos y los bosques de los árboles talados. Nuestro andar debe estar marcado por el deseo de vivir y soñar, de luchar por los ideales de nuestra patria donde hemos nacido, de esa patria que también sueña con la grandeza; porque -aunque usted no lo crea- la Patria también respira y sueña con la grandeza.
Ese el verdadero orgullo que podemos sentir en estos tiempos, que podamos decir ¡Qué bueno es vivir por la patria! ¡Qué bueno es morir por la patria! Eso, más que un compromiso y un sentimiento, debe ser la dulzura espiritual que nos impulse a defender la dignidad de nuestro suelo; que no sea sólo un palpitar, un rumor, sino la verdad de los tiempos pasados, presentes y futuros. Que no sean sombras del recuerdo, sino legados que crujan cuando se le invoca a través del discurso y de la acción revolucionaria que busca el porvenir como regalo del destino.
Luchar todos los días por la verdad es mantener viva la esperanza de la pasión y la firmeza; es sembrar la semilla bajo el sol inclemente, pero con el convencimiento que germinará y fecundará la soberanía plena, expresada en la rosa azul o el fruto dulce que nos alimentará o el árbol frondoso que nos cubrirá y protegerá de los rayos fulminantes. Precisamente, bajo el resguardo de ese árbol descansaremos tras cada jornada para no caer en la nostalgia de la duda y no disecarnos en la pura contemplación. Hay que aprovechar cada instante con el sentido de la unidad infinita, donde no haya lamentos, ni llantos, sino solidaridad con todos nuestros hermanos y hermanas; donde no haya derrotas, sino victorias; donde no haya cansancio, sino compromiso patrio. ¡Qué así sea!
Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas.
Investigador RISDI-Táchira