Carlos Orozco Carrero
Ahora a esperar el Clásico Mundial de Béisbol, señores. En la recién finalizada Serie del Caribe 2023 quedamos de segundo para contentillo de pocos. Un evento que deja la vara muy alta para los organizadores de los próximos torneos en la región caribeña. Y como decía el gran Martin Emilio “ Cochise” Rodríguez: -La gente se acuerda del primero. Sabias palabras las del campeón colombiano.
La bola de fuego que bajaba por Las Porqueras en La Grita no era cosa de otro mundo. Unos mamadores de gallo, aprovechando que por esa zona llena de misticismo y vórtices ultra dimensionales se tejen tantas leyendas, armaron una enorme pelota con alambre dulce y la envolvieron con costales viejos para impregnarla de kerosene y manteca de puerco para darle duración a la candela. El frio no era achaque para no subir a lo alto de la montaña hermosa que conduce a Pregonero y a Bailadores. Seguramente tenían alguna mara donde guarecerse de la guruma a esperar un cielo claro a altas horas de la noche. En el momento preciso la soltaban cerro abajo entre risas y tragos alentadores. Por eso el que subía del hotel Montaña a esas horas percibía un exquisito olor a carne de puerco frita. Muy diferente a los objetos voladores no identificados que están apareciendo por estos días al norte del planeta. Mucha gente vivía asustada al observar este fenómeno desconocido. Dicen que un labriego una nochecita los siguió y descubrió las gracias de los paisanos. Todavía sueltan la carcajada al recordar sus travesuras montañeras.
El truco de la gallina Priscila para evitar que un ladrón nocturno se la lleve a un sancocho musical consistía en hacerse la dormida sobre el palo alto del gallinero. Y lograba confundir al raponero enserenado. Era cuestión de levantar el ala derecha y meter la cabeza para arroparla con su extremidad y mostrar dos colas idénticas. Así el amigo de lo ajeno veía a Priscila sin cabeza. Seguramente se llevaba a otra picatierra para complacer a los que esperaban con los aliños en casa de un buen amigo.
La vieja Marucha echó a perder la velada por su canto lastimero. Una noche de acordes preciosos y conversa sonriente, bañada con kerosene exquisito, ocurrió lo que todos los músicos temen. Un bolero en vivo, con instrumentos de cuerda y bongó, fue interrumpido por los alaridos de Marucha, maestra jubilada y dueña de una voz chillona. Se sabía el bolero y quiso sumarse al coro de amigos. ¡Virgen santa! Sobresalía sobre los mismos tejados del taller de José Mario y hubo que cortar en seco la melodía. Todos miraron a Ramoncito, excelso mandolinista y pretendiente de la señora culpable de nuestro martirio. –El próximo sábado la invitas otra vez, le dijeron todos.