Porfirio Parada
Me acuerdo que una vez, hace años atrás, en una noche jovial, me hablaron por primera vez sobre un artista excéntrico venezolano. Lo que más me impactó fue quien comentaba en esa oportunidad, decía que ese pintor antes de iniciar sus obras y creaciones, se amarraba una cuerda o cabuya en la mitad del cuerpo, a la altura del ombligo, junto a un libro o dos (¿la biblia?) Un rito que llegó a tener fama por su singularidad, y que realizaba en varias oportunidades. El que estaba contando también actuaba, trataba de reflejar los movimientos y expresiones de este comportamiento inaudito, fuera de lo común, algo extraño, y al final del cuento me dijo con una seguridad terrible: “estaba loco”.
Hay estudios, análisis, y reflexiones que indican que los grandes cambios de comportamiento que tuvo y sufrió Armando Reverón nacido en Caracas el 10 de mayo de 1889, fue debido a una fiebre tifoidea que padeció luego de bañarse durante su infancia por el Río Cabriales. Enfermedad que tuvo secuelas durante su vida, sin embargo, eso no permitió callar, olvidar, eliminar, borrar, la obra de uno de los más grandes artistas de Venezuela. Marcó un hito en las artes plásticas y en la cultura en el país. Hay muchos investigadores, artistas y críticos de arte que han definido sus obras, la han catalogado, la han reseñado, pero hay obras que siguen sin definirse como su vida, confundiéndose con una tendencia o estilo, con otro, con varios, con ninguno, dejando una huella más que personal en el arte mundial.
He podido acercarme a la obra de Armando Reverón por curiosidad y deseo. Por circunstancias personales y ajenas, por mi camino, por ser venezolano, por mi faceta de artista aunque no sea artista plástico (aunque he incursionado por momentos de manera frágil, lúdica y espontánea). He visto sus obras por internet, la he visto en un hermoso libro sobre su vida y obra, que está en la biblioteca del Museo MAVET y por otros libros que he podido ver de forma pasajera. No sé si en Caracas cuando fui como estudiante universitario, visitando los museos llegué a ver a un “Reverón”, lo que sí es cierto es que su vida es una huella y un legado imborrable en la cultura popular venezolana.
Reverón vivió en la Casona natal de Francisco de Miranda. Reverón vivió, conoció, se influenció, y obtuvo clase de los grandes maestros de la pintura para la época en Caracas, también viajó, pintó y se formó por Europa: Barcelona, Madrid y París, entre otros lugares. Se codeó con gente de mucho dinero, en salones de arte, con figuras públicas, políticos influyentes, se hizo famoso por su creación y personalidad. Hay fotos que sale con el cabello corto, otras con barba y bien vestido, con un sombrero europeo, con clase. Reverón dio clases luego de su recorrido fuera del país, también cayó por esa época y en otras épocas, en fuertes estados depresivos.
Fue pionero no sólo en una sino en varias formas de arte, el famoso crítico de arte Juan Calzadilla, lo etiqueta en uno de sus textos como un gran “actor”. Hizo Performance, hizo arte textil, mezclando pintura, tela, y madera, y otros elementos. Abordó la luz de diferentes maneras, posiciones, entre la tierra y el caribe, entre los reflejos, entre el sol y los colores, entre sus ojos, con su pasión desbordada, reflejos entre la naturaleza exterior y espacios recurrentes introspectivos. Hizo muñecas de trapo. Levantó con el apoyo de su madre, de lugareños del sector, pescadores, y por supuesto de su gran amor y musa Juanita, El Castillete, por la costa, en Macuto, cerca de la playa. Ahí fue su hogar, su taller, su paraíso y posiblemente parte de su infierno. Quiso desprenderse de la sociedad caraqueña y de los lujos, y lo consiguió pero eso provocó la atención de periodistas, artistas, investigadores, y chismosos que iban a buscar información, conocer al maestro, o «El loco de Macuto”. Vivió tantas crisis y depresiones que lo llevaron a un sanatorio, allí retrató a médicos y enfermeros, siguió pintando, hasta su última crisis cuando murió el 18 de septiembre de 1954.
Amando Reverón reposa en los versos de Enriqueta Arvelo Larriva, en la histórica película “Reverón” que realizó la destacada cineasta Margot Benacerraf en 1952 y que luego el también director de cine Diego Rísquez hiciera lo propio con una hermosa película sobre él en el 2011. En la canción popular de “El cantor del pueblo” Alí Primera, nombrando su apellido como letra, como playa y como inspiración. En los graffitis de artistas urbanos que hacen homenaje a la figura de Armando Reverón, por algunas de las calles marginadas de Caracas. En las fotos en blanco y negro, y sepia, de Juanita y Reverón, como retrato o en una día cualquiera en El Castillete. Reposa y despierta en las escuelas, colegios y liceos de Venezuela, cuando los profesores de aula, les dicen por primera vez a niños y jóvenes sobre Reverón. Se renueva en los museos, escuelas de artes, y galerías del país, cuando llega la fecha de su nacimiento, y se hacen distintas actividades para valorar y recordar la vida de este notable ser humano, algunas veces incomprendido, pero lleno de luz, quien fue y es, Armando Reverón.
*Lic. Comunicación Social
*Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio
*Locutor de La Nación Radio