Opinión

El pan se ha vuelto un alivio

14 de mayo de 2023

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Francisco Corsica

 

En pleno 2023, para nadie debería ser un secreto que Venezuela ha atravesado una crisis económica y social desde hace varios años. Lo que comenzó siendo un bajón en el precio internacional del petróleo y la caída en la producción de la empresa petrolera del Estado, acabó en una situación indeseada para los habitantes de este país.

Un ejercicio interesante en esta materia consistiría en tratar de enumerar todo lo que aconteció —o aún acontece— como consecuencia de una década sumamente dura para los venezolanos. He aquí algunas: hiperinflación, con porcentajes difíciles de pronunciar sobre el aumento del costo de la vida; escasez de productos de primera necesidad, desde la harina de maíz pre-cocida hasta el papel higiénico; y la alta migración de venezolanos, que son unos cuantos compatriotas regados por el mundo.

Aunque algunos de estos males hayan desaparecido o ya no sean tan alarmantes como en otros tiempos, al punto de que hay signos puntuales de mejoría, la economía nacional continúa siendo muy frágil. Después de todo, en el transcurso de estos años, se perdieron casi cuatro quintas partes del Producto Interno Bruto, y con ella, la capacidad de compra de la población, empleos bien remunerados y parte de la calidad de vida.

Tratándose de una situación de semejante magnitud, han sido muchos los métodos de sobrevivencia que los venezolanos hemos tenido que emplear. Sin margen de dudas, reducir gastos ha sido fundamental. Inclusive, durante una época, fueron famosos los árboles de mango en las calles, porque daban frutos deliciosos de manera gratuita para una población agobiada en términos económicos. Tratar de bajar los frutos de las ramas ya no era algo que solo los estudiantes de bachillerato querían hacer al salir de sus recintos educativos.

Pues bien, algo que comienza a hacerse evidente en las grandes ciudades es que los hábitos alimenticios vuelven a cambiar. Durante los últimos meses, se comienza a observar que muchas personas asalariadas están comiendo pan canilla como almuerzo. Según parece, el relleno de su sándwich son las burbujas de aire que muchas veces se le forman mientras son horneados. Otros, en cambio, optan por comprar de los que son rellenos, aunque en ocasiones este último prácticamente brille por su ausencia.

¿Cuál podría ser el motivo de este cambio en la dieta diaria de muchos empleados? Básicamente, los costos. ¿Qué es más barato? ¿Un pan con una pincelada de queso, arequipe o guayaba, o un bistec con arroz, ensalada y tajadas? Evidentemente, la primera opción gana por bastante. No debe ser lo más nutritivo en el menú, pero amortigua el gasto. Y algunas personas lo pican por la mitad, para que el otro pedazo sea su cena o su almuerzo del día siguiente.

Otro factor que debe sumarse es la dependencia del campo. Lamentablemente, las grandes ciudades del país no desarrollan la agricultura, ni siquiera en pequeña escala, como sí sucede en otras partes del mundo, donde el paisaje urbano se suele unir con varias cosechas. Si esto fuera así, a lo mejor habría más alternativas que los mangos bajitos en la temporada correspondiente y el pan recién hecho y más económico.

¡Qué llamativo como cambian las cosas! Hace unos cuantos años, recuerdo que se decía que la mayoría de los empleados llevaban en su lonchera una porción de arroz con sardinas, caraotas y unas tajadas o plátanos horneados para el almuerzo. A veces, acompañado de un termo con un jugo natural o un café caliente. Y ojo, este era un almuerzo «poco ostentoso» para la época. ¿Qué pensarán los empleados que vivieron esta época y que ahora su almuerzo consiste solo en media canilla, rellena con lo que sea?

Claro, los 130 bolívares de salario mínimo fueron un pequeño alivio para muchos bolsillos venezolanos, en el momento en que fue anunciado ese aumento. En ese momento, era un equivalente aproximado a 28 dólares estadounidenses. Seguía siendo insuficiente, tomando en cuenta el costo de la vida, pero con ese dinero se resolvía más que con el monto del salario mínimo anterior. Y por supuesto, del actual.

Al día de hoy, ese mismo número depositado en una cuenta bancaria representa un poco más de 5 dólares. Por supuesto, compararlo con otros salarios mínimos en el mundo es algo que puede deprimir a la persona con la mayor autoestima. Ya que la equivalencia se está expresando en dólares, cabe precisar que en los Estados Unidos el salario mínimo por hora es de 7.25 dólares. Tomando en cuenta esto, un empleado de allá genera en una hora más de lo que unos cuantos generan en un mes acá. ¡Vaya distancias!

Lo más llamativo del caso es que solo se ha hecho alusión a la alimentación, que es una necesidad básica. Además del techo y el abrigo, ¿dónde quedan los «caprichitos» bien merecidos de cada persona? Más de uno que lea estas líneas querrá cambiar su celular o su laptop, renovar su juego de sábanas o los trastes de la cocina, irse de viaje de placer o remodelar algún rincón de su casa, y no puede hacer nada de esto por falta de recursos.

En definitiva, debe ser una prioridad nacional recuperar la capacidad adquisitiva, la calidad de vida y la esperanza por un futuro mejor. La UCAB ha hecho públicos desde hace meses los datos que sugieren la desigualdad material que se vive en Venezuela, y reduciendo la pobreza, también se reducen las brechas sociales. Quizá de ese modo se vuelvan a ver trabajadores almorzando en tremendas loncheras, y el pan no protagonice su menú sino que sea un excelente acompañante.

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