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Inicio/Opinión/Entre la banalidad y la solemnidad del voto

Opinión
Entre la banalidad y la solemnidad del voto

lunes 5 junio, 2023

Humberto González Briceño

En la era del Estado de partidos, el voto fue manual desde el momento de su emisión hasta el escrutinio. Pero la configuración de un sistema electoral que privilegiaba a los partidos políticos y sus aparatos castigaba a aquellos venezolanos que sin tener maquinarias ni clientelas se postulaban para cargos de elección popular. En ese camino quedaron muchos venezolanos honestos y capaces que habrían podido ser magníficos presidentes de la República o miembros del Congreso, pero el carecer de una maquinaria para defender sus votos en las mesas electorales les negaba automáticamente cualquier posibilidad.

Los dueños de las franquicias partidistas de más influencia en la época (Acción Democrática y Copei) se ufanaban en declarar que ultimadamente “acta (acta de escrutinio electoral) mata voto” y así es que normalmente funcionaba la democracia en el Estado de partidos.

El Estado de partidos, pomposamente llamado “democracia”, fue un régimen político con muchas fallas que más o menos funcionaba pero que inevitablemente nos arrastró al abismo más oscuro y profundo, aún desconocido para entonces, llamado el chavismo.

El problema con el Estado de partidos no era que el voto manual como tal le ofrecía ventajas a las franquicias del momento para tomar turnos en el poder. El problema fundamental siempre estuvo en la estructuración de un modelo de régimen político que privilegiaba la influencia y el control de los partidos políticos, sobre todo aquellos partidos fundadores de ese sistema, por encima de la voluntad de los ciudadanos en nombre de los cuales ese régimen decía representar.

En la transición del Estado de partidos al Estado de un solo partido, el chavismo encontró un terreno fértil para imponer el llamado voto automatizado desde el momento del sufragio hasta su escrutinio y totalización mediante las máquinas de votación. El descrédito del voto manual presentaba la opción de las máquinas como eficiente e inobjetable. Sería el matrimonio perfecto entre política y tecnología.

Con el tiempo quedaría evidenciado que con las máquinas de votación y el voto automatizado no solo era posible perfeccionar y afinar los mecanismos de fraude electoral, sino que también sería posible borrar la evidencia del delito perpetrado. Con el voto manual por lo menos había la posibilidad de recontar votos y reconciliar actas si estos documentos aún no habían sido destruidos. Con el voto y el escrutinio automatizado por la máquina, sujeta a la voluntad del programador, el resultado final es definitivo, inauditable e inapelable.

La tecnología puede ofrecer muchos usos para hacer más eficiente y transparente el proceso de toma de decisiones políticas, incluidas la emisión del voto. Pero aun así con la excusa de hacer más fácil el acto del sufragio no se puede banalizar el voto para reducirlo a una brevísima interacción entre el elector con unas siglas y unos colores mediante la intervención de una máquina en un ambiente de piñata y cotillón electoral.

Algún día, en el futuro, cuando hayamos logrado librarnos de la dictadura de un solo partido, habrá que pensar en diseñar un régimen político que verdaderamente les otorgue el poder a los ciudadanos, no a los partidos, y se apoye en la trascendencia y significado de la ceremonia del voto emitido y contado manualmente para decidir con solemnidad los asuntos que conciernen a todos. Papeleta por papeleta, ladrillo por ladrillo, piedra por piedra. Así como se construye una nación.- @humbertotweets

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