Francisco Corsica
Un vídeo que circula desde hace tiempo en las redes sociales señala algo muy cierto. En lo que parece ser una entrevista, el entrevistado hace un señalamiento muy pertinente. Comenta que una sociedad no es rica por la explotación de sus recursos naturales o por la cantidad de empresas abiertas que tiene, sino por la educación de su población.
La educación, desde su óptica, tiene dos dimensiones. Por supuesto, una de ellas es la académica. Que existan profesionales bien formados y capacitados para las tareas que deberán desempeñar en la sociedad. La segunda, en cambio, tiene que ver con el buen trato y el respeto hacia los demás. Es decir, de los valores. Decía: “Educación es que, aunque vas a pagar la factura de una tienda o de un restaurante, dices «gracias» cuando te la traen”.
¡Cuánta verdad concentrada en poco más de una línea! Y bueno, sobra decir que esa formación viene del hogar y de las instituciones educativas, que incluyen a las universidades. Por ese motivo, es una pena la situación que atraviesa el sistema educativo nacional, con los bajos salarios de la mayoría de sus empleados, el deterioro físico de los planteles y otros asuntos preocupantes que ya habrá ocasión para abordar con mayor detenimiento.
El 26 de mayo pasado se iban a celebrar las elecciones de las autoridades de la Universidad Central de Venezuela, la casa de estudios superiores más antigua y una de las más prestigiosas del país. Luego de 15 años sin renovar estos cargos, el gran día había llegado. Sin embargo, diferentes circunstancias —tan vergonzosas como lamentables— impidieron un final feliz para quienes esperamos ejercer el derecho al voto desde las primeras horas de la mañana. Fueron pospuestas dos semanas exactas, para este 9 de junio.
No es el propósito de estas líneas desarrollar las posibles causas del problema que afloró aquel día. Mucho menos estar achacando culpas o responsabilidades que probablemente sean infundadas, equivocadas o injustas. En todo caso, lo importante fue que el proceso se pudo dar exitosamente el 9 de junio, con una importante concurrencia de votantes y varios de los cargos pasarán a segunda vuelta.
Algo que ha llamado la atención es que muchos candidatos, para los diferentes niveles en disputa, se han referido con frecuencia a un asunto que, si bien es importante desde el punto de vista institucional, pone en evidencia los rezagos y las carencias del sistema educativo venezolano actualmente. Esta ha sido la defensa de la autonomía de las universidades públicas.
Indiscutiblemente, es un atributo fundamental para su buen funcionamiento. Después de todo, cada una debería contar con un margen de acción y de decisión, que le permita alcanzar altos estándares en la mayor cantidad de ámbitos posibles, ya que solo ellas conocen sus propias necesidades. Pero ese es un debate que debió ser superado hace mucho tiempo. Es decir, que en pleno 2023 la oferta académica todavía se preocupe de preservar algo que ya poseen deja mucho qué pensar.
¿Qué clase de tópicos deberían ser los más importantes? Bueno, tal vez deba ser contestada con otra pregunta: ¿No es «lo académico» lo más importante en este tipo de instituciones? Sí, la prioridad debe ser la excelencia y la defensa de la formación ética e intelectual. Más todavía en este país, donde la educación enfrenta tantos desafíos.
Y para ello, son necesarias la innovación y la adecuación a los nuevos tiempos. 2023 no es 2008 —año en que se realizó la última renovación de autoridades—. Ahora existen criptodivisas, inteligencia artificial, códigos QR, redes sociales, educación a distancia y un sinfín de elementos que en ese momento no existían o tímidamente estaban comenzando a aparecer.
De igual manera, con las remodelaciones llevadas cabo en sus instalaciones desde el año pasado, solamente fueron restaurados los espacios y mejoraron un poco las telecomunicaciones. Más allá de eso, nada. Lamentablemente, la UCV continúa bajo el esquema en el cual se encontraba hace varios años atrás. Como espacio de formación, está quedando hermoso —como lo ha sido desde la inauguración del campus, en la década de 1950—, pero desactualizado en varios sentidos.
Bajo ningún concepto se trata de decir que la autonomía universitaria carezca de importancia. Justo lo contrario: ojalá todas las públicas lo fueran. De esa manera, muchas de ellas funcionarían mejor. Estas palabras tampoco deberían ser interpretadas como una crítica a la UCV ni a su campaña electoral interna. Simplemente, se trata de reconocer que ciertos problemas muy viejos parecen no estar resueltos, en una circunstancia hostil para que los jóvenes se eduquen bajo estándares de primera calidad.
Asimismo, esos rezagos impiden que los centros de educación superior puedan mirar completamente hacia el futuro. Solo por decir algo, en vez de preocuparse por convertirse en las mejores universidades de la región, de dotar los campus con tecnología reciente y de ofrecer mejores servicios para la comunidad que hace vida allí, deben detenerse en pelear por mantener un estatus que les fue otorgado hace mucho tiempo y que pareciera estar amenazado. Es como si se estrellasen siempre contra la misma pared.
Para finalizar, esperemos que las autoridades electas hagan lo necesario para que la UCV siga siendo lo que siempre ha sido: la casa que vence la sombra. Que continúe siendo un ejemplo, para que la educación venezolana sea cada vez mejor en todos sus niveles. Y sobre todo, que supere las adversidades para que pueda mirar tranquila hacia el futuro. ¡Volveremos a vernos en las urnas el 30 de junio! ¡Por la autonomía, la excelencia y la modernidad!