Reportajes y Especiales

Cruzar la frontera: un viaje de una hora que puede transformarse en una odisea

14 de febrero de 2018

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No hay paso”; “No están dejando pasar con el Carnet Fronterizo”;  “Colombia cerró la frontera”; “La GN no deja circular”, estas y otras expresiones se escuchan, todas a la vez, en la masa humana, que ya de cerca toma forma de: jóvenes, hombres mayores, mujeres de todas las edades, niños, enfermos, mujeres embarazadas, casi todos con algún implemento, que va desde bolsas, de todos los tamaños y colores, hasta maletas, en todas sus presentaciones y formas

“Le llevo las maletas. Solo a 2 mil pesitos”, grita un joven sudoroso a quienes van con paso apresurado. Nadie lo mira, nadie le compra

Entre quienes cruzan sudorosos el puente hay personas que van por trabajo al Norte de Santander, compradores de productos “made in Colombia”, vendedores venezolanos y viajeros, que tomarán un avión o un autobús con destino a otra región o un tercer país

Intentar cruzar los puentes binacionales Simón Bolívar, por San Antonio del Táchira, o el Francisco de Paula Santander, por Ureña, significa planificación y a veces paciencia, mucha paciencia.

Aunque de la capital tachirense, San Cristóbal, a Cúcuta, apenas hay 55 kilómetros, culminar ese recorrido de una 1 hora y 15 minutos, aproximadamente, puede convertirse en una carrera de obstáculos.

Actualmente, ir de San Cristóbal a Cúcuta puede ser una odisea y pese a los lazos históricos, de intercambio y cercanía, es un viaje internacional, en el que pueden ser muchas más horas, comparable con el tiempo destinado para llegar -vía aérea- a otro país del cono Sur o a Estados Unidos, por ejemplo, desde Caracas.

Para explicar, el viaje hay que dividirlo en etapas, estaciones y hasta viacrucis, a propósito de que hoy comienza la cuenta de 40 días para recordar la Semana Santa.

Estación I.  Sin planificación no hay viaje

Cruzar la frontera –llamada la más viva de Latinoamérica y corroborado desde hace más de 20 años- ya no se trata de decir “nos vamos a Cúcuta y regresamos en la tarde”. No. No señor, ahora se trata de pensarlo y planificar, desde el dinero que se lleva -por el diferencial cambiario-, hasta el tiempo que puede durar ese recorrido y los imprevistos que surjan.

Por el tema del diferencial, en donde un bolívar es cotizado por debajo del centavo de peso y cuyo valor varía, si es en efectivo o transferencia, este punto no se puede dejar de lado.

Si se llevan bolívares, debe ser en efectivo y mejor si son del nuevo cono monetario, para cambiarlos fácilmente; si tiene pesos, la moneda colombiana, o dólares, el problema está casi resuelto. Esto si se trata de un viaje corto, de los llamados ida y vuelta.

Si va en situación de migrante, es decir que se traslada desde el lugar en que se habita a otro diferente,  la organización  comienza meses y hasta un año antes, para no ser la carga  que muchos colombianos comienzan a temer por la cantidad de personas que han arribado, casi en situación de indigencia.

Entre las cuentas debe estimar, por ejemplo, que un pasaje entre La Parada y Cúcuta cuesta 1.600 pesos, que según el cambio a bolívares, si ese día se cambia a 0.027, son 60 mil bolívares, en un trayecto de unos 10 minutos; si es menor la relación peso-bolívar, entonces debe afinar la división de bolívares entre la divisa del vecino país.

Estación II. El camino puede ser una competencia de obstáculos

Si se va por la vía más usada y expedita, la de Capacho-San Antonio, se puede encontrar con algún bloqueo, pues por lo general una comunidad en demanda de gas doméstico cierra la vía principal. Y si trata de llegar más rápido tomando el atajo de Peribeca-Capacho, alguna alcabala móvil puede estropear su viaje con revisiones, cacheo y muchas preguntas, como les sucedió hace apenas tres semanas a unos jóvenes que iban con destino a Ecuador y casi pierden el bus porque en alguna alcabala móvil, además de preguntarles hacia dónde iban o cuántos dólares llevaban, los sometieron a revisiones, que para ellos fueron exageradas y fuera del marco legal.

Debe también tomar en cuenta el número de puntos de control que se puede encontrar del lado venezolano: en El Mirador. Saliendo de Libertad, después de la iglesia. Luego  del antiguo Paso Andino, antes de cruzar el puentecito.  Peracal.  Doscientos metros  más abajo, el antiguo peaje. Avenida Venezuela de San Antonio. Al pasar la Aduana. Por el lado de Colombia, hay uno en la mitad del puente binacional.

Es poco usual que en un día estén todos los puntos de control activados. Pero debe ir preparado.

Y si decide tomar la vía San Cristóbal-Rubio-Las Dantas-San Antonio, también debe pensar en que algún trancón por alguna gandola atascada o una protesta –también por falta de gas o por falta de gasolina- puede hacerlo demorar, con suerte una media hora, o hasta arruinarle su viaje.

Estación III. Bienvenidos a la frontera más dinámica

Viajeros, compradores, vendedores y trabajadores, querían cruzar la frontera rápidamente. (Foto/ Jorge Castellanos)

Llegar al puesto de  Peracal significa estar en la puerta de salida y entrada de Venezuela. Es entrar, propiamente, a la frontera. Si se desplaza en vehículo particular, por lo general un GN con su cabeza le indica: ‘pase’. Si va en un taxi o autobús, puede existir revisión y complicarse el cronómetro. Historias de todo lo que sucede en este punto sobran, no desde hace dos años, sino quizás desde su génesis.

Si los efectivos le dieron la señal de “señor siga”, sin problema”, ya está en San Antonio del Táchira.

El viernes 09 de febrero, en la entrada a la avenida Venezuela, instalaban muchos kioscos de la cerveza del osito –sí, la misma del señor Mendoza-. Y es que comenzaba ese día el no menos famoso Carnaval de la Frontera. Sí, pese a la crisis se celebraron las fiestas carnestolendas.

Y como la frontera está cerrada desde agosto del 2016 para el tránsito de vehículos por los puentes internacionales -de las trochas también se tejen muchos cuentos-, hay que buscar dónde dejar el carro. Este es otro dilema.

Se debe buscar estacionamiento privado. Y prepararse con efectivo; no tienen punto para tarjetas de débito. O tiene la opción de dejar el carro en una de las calles cercanas a la avenida Venezuela -esta avenida lo lleva directo a la salida-. Pero, igual, debe llevar efectivo, pues las personas han convertido las calles en estacionamientos privados, señalados con cono y lazos, y para estacionarse debe pagar, con la promesa que el carro queda bien cuidado.

Las calles, por muy “privatizadas” que están, se notan sucias, llenas de basura y pululan los malos olores, pues muchas de las personas que por allí diariamente pasan y deben a veces permanecer en el lugar para sellar el pasaporte para salir del país, usan las vías públicas como comederos y, lo peor, también como sanitarios; extraña combinación, pero las evidencias sobran.

Hay vendedores que ofrecen desde llevar las pesadas maletas a los viajeros, hasta agua, para que no que se sufra de insolación, y cualquier otra cosa que estimen se pueda vender a los ansiosos viajeros.

Al llegar a San Antonio, decenas de personas caminan para cruzar la aduana de San Antonio del Táchira y entrar a territorio colombiano. Estos son quienes no necesitan pasaporte, pues llevan la Tarjeta de Migración Colombiana (TMC). Quienes días antes no han sellado el pasaporte, deben esperar más, y si por casualidad hay fallas en el sistema, hasta dos días se pueden invertir en este proceso.

Es muy cotidiano ver filas de personas con todo tipo de maletas -grandes, pequeñas medianas-. Con niños, coches, y familias enteras que van a despedir algún pariente  o, simplemente, se van todos. Esta estampa es la de los migrantes.

Estación IV.  Llegar al límite o al día siguiente de las nuevas medidas

—Le llevo las maletas-. Solo a 2 mil pesitos— grita un joven sudoroso a quienes van con paso apresurado.

Las decenas de personas que pasan el punto de control de la Aduana de San Antonio tienen una meta: pisar suelo colombiano, llegar a La Parada, primer poblado del colindante Departamento Norte de Santander con el estado Táchira.

—Agua, agua, para que se refresquen—, grita un muchacho. —Coquitos frescos, cocadas muy buenas—, anuncia otro. Aunque nadie lo mira, nadie le compra, él sigue ofertando sus productos con voz de que le serán de gran ayuda sus productos. Y con la carretilla complica aún más el ya “paquidérmico” caminar de las personas.

Quienes van apresurados ocupan la mitad de la estructura que le corresponde a Venezuela en el puente, cuyo nombre le hace honor a  Simón Bolívar. Allí se ve un gran tumulto de personas y a lo lejos se divisa el último punto de control venezolano, si va saliendo del país.

“No hay paso”; “No están dejando pasar con el Carnet Fronterizo”;  “Colombia cerró la fronteras”; “La GN no deja circular”, estas y otras expresiones se escuchan, todas a la vez, en la masa humana, que ya de cerca toma forma de: jóvenes,  hombres mayores, mujeres de todas las edades, niños, enfermos, mujeres embarazadas, casi todos con algún implemento, que va desde bolsas, de todos los tamaños y colores, hasta maletas, en todas sus presentaciones y formas.

El día de la odisea coincidió con el día siguiente de la visita del mandatario colombiano, Juan Manuel Santos, a Cúcuta, donde anunció el endurecimiento de los controles para pasar a la nación neogranadina y por ello la expectativa, los nervios, los rumores, las mentiras y verdades.

“Del lado colombiano rompen el Carnet Fronterizo”; “Hay que tener pasaporte”; “Por las trochas no se puede pasar, matan a las personas. Sí, ayer mataron a otras tres”;  “Abran paso que es una embarazada”; “Permiso, permiso”, se escuchan las voces de los estacionados y ansiosos viajeros, internacionales todos.

De vez en cuando, algunos de los que están al principio de la fila gritan algo y se escuchan silbatinas en masa y hasta improperios para los funcionarios venezolanos. Media hora, y la cola no se mueve. Varias personas se regresaron,  mientras la mayoría se queda, al tiempo que varios intentaban romper el cerco y cruzar a Colombia.

Un guardia nacional venezolano se dirige a la masa y dice: “no  pueden pasar, porque del lado colombiano los devuelven. Y allí quedarán bajo el sol”, esto último lo dice casi como un favor para los impacientes viajeros, aun cuando el día –un poco inusual en horas del mediodía- estaba nublado.

La gente seguía gritando, empujándose, algunos abriéndose paso entre maletas, morrales, niños alzados, enfermos, bolsas, y las quejas de quienes hacían una fila a lo ancho, ordenada, pero sufrían el maltrato con algún morral o una gigantesca bolsa plástica.

Se veía pasar, sin mucho problema, a quienes  venían de Colombia a Venezuela. Caminando, también rápido, para pisar tierra venezolana.

Luego de más de 30 minutos de espera, empujones, chistes a la masa, protestas y rechiflas, abrieron el paso y la masa humana cruzó la frontera y, entre más desorden que orden, fue pasando por la garita móvil colombiana.

La policía colombiana trataba de revisar con cuidado, como se dijo que sería, cada Tarjeta de Migración Fronteriza (TMF),  pero el volumen de personas casi lo impedía. Era una ojeada, desde lejos, y “siga”… nada riguroso el proceso.

Mucho de lo que se dijo del lado venezolano era falso: ningún funcionario rompía la tarjeta migratoria, ni la frontera estaba cerrada, pero sí bloqueada por intervalo de unos 30 minutos.

Estación V, cada quien a su destino

Al llegar a La Parada se entra a una zona donde abundan los carretilleros, los taxistas ofertando sus servicios, los llamados “haladores”, encargados de llevar gente a comprar, desde comida hasta cambiar los bolívares, pesos o dólares. Y hasta a un señor que oferta unos bolsos elaborados con billetes venezolanos, de 100 y 50 bolívares, se le ve muy activo.

Entre los que cruzan sudorosos el puente hay personas que van por trabajo al Norte de Santander, compradores de víveres, repuestos, medicinas, alimentos y hasta ropa, decenas de vendedores de mercancía venezolana, personas que van rumbo al aeropuerto a tomar un avión que les lleve a otra ciudad de Colombia o a un tercer país, y muchas de los hoy llamados migrantes que van a buscar a Cúcuta un autobús que los trasladará a Ecuador, Perú y hasta Chile, con escala o sin escala.

Así, entre expectativas, especulaciones y realidad, se vivió el primer día de las medidas migratorias anunciadas por Santos. Era el primer día y, por ende, hubo improvisación. Se estima que el proceso fluirá mejor, en beneficio de los viajeros, y así fue. El segundo día fue más rápido, no se sabe si por ser carnaval  bajó la marea. Hoy será un día crucial para ver cómo fluye el tránsito por la frontera, que día a día ratifica por qué es la más dinámica de América Latina.

Omaira Labrador M.

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