Opinión

El rostro de un médico

7 de julio de 2023

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Porfirio Parada *

 

Yo disimulaba no estar enfermo. Después de varias horas de malestar general y de fiebre que superaba los 40 °C insistía en que podía recuperarme, me negaba en demostrar mi estado fatal y mi desaliento cuando él llegara a la casa. Mi mamá me cuidaba, tenía puesta una camisa bien colorida de grandes corazones, tela suave y perfumada, su atuendo transmitía lo que en el presente ella es: La renovación del amor. Mis hermanas hablaban poco, trataban de ignorar el desenlace pero ya sabían cuál era. Una de ellas, fiel a su actitud de llevar la contraria en momentos de sobresalto, bromeaba por mi estado de salud, yo sentía que ella me fastidiaba, se reía, pero era (pienso yo después) para hacerme sentir mejor, distintas maneras de calmar mi dolor físico y mi intranquilidad emocional. Yo quería verlo, y al mismo tiempo sentía temor. Su presencia ya es para mí resguardo, pero no quería ver su rostro, porque sabía muy bien lo que iba a pasar cuando llegara a la casa y me viera debilitado y sin fuerzas: La cara de mi papá iba a sufrir una transformación. Su rostro cambiaba de ser la cara de un padre a la cara de un médico.

Y en efecto fue así, llegó en la noche, cansado, saluda a mamá después me mira con una rectitud terminante, me toca el cuello y enseguida me dice que me quite la ropa, se dispuso a dar con su mano ligeros golpes en mi cuerpo, dependiendo de la gravedad, casi palpando toca mi cara, parte de mi estómago, alguna pierna, me agarra fuerte la mano. Su rostro demostraba seriedad, una sobriedad intachable. Después de una revisión exacta, no duda y le dice a mi mamá lo que pensé y también quise negar desde el principio, lo que sabían mis hermanas mientras veían el Club de los Tigritos. Mi papá mira a mi madre con seriedad y le dice: “Negra, voy a la farmacia, a Chuito hay que aplicar una inyección.” Siempre pensé que su transformación en el rostro era solo con nosotros, por ser sus hijos, pero mucho después, supe que su cara seria, signo de preocupación, era igual para las demás personas cuando atendía y aún atiende a un enfermo, es decir, nos trata como un paciente igual, sin demostrar emoción ni sentimentalismo alguno.

Desde niño, cuando me permitía escuchar una que otra conversación de mi papá con otras personas, colegas y familiares, y a raíz de las constantes experiencias personales cuando mis hermanas y yo, nos enfermábamos, descifré la vocación y el gran entusiasmo que mi padre siente por su trabajo, por la medicina. Por supuesto esas manifestaciones se han ido expresando y definiendo con el pasar de los años. Las escucho por ejemplo cuando habla usando el lenguaje técnico de la medicina: palabras raras, largas, amorfas, extrañas, que hacen pensar que está hablando en otro idioma (algo que creía cuando era niño), o cuando revisa, lee y relee constantemente sus inmensos libros, ya viejos, Atlas de Anatomía Humana, de cirugía, ilustraciones donde salen tejidos, vesículas, huesos, partes del cuerpo, acompañado con un extenso contenido y cuadros con números y resultados exactos. Las interminables noches cuando llega a la casa preocupado, afligido, con la corbata desajustada, debido a un caso particular de un paciente que corre peligro. La vida de mi padre ha sido el oficio de negar la muerte.

Al tiempo, fui conociendo más sobre la medicina y sobre la vida de mi papá. Un día él me invitó a conocer su lugar de trabajo. Conocí los pasillos del Hospital Seguro Social (I.V.S.S) la emergencia, el pabellón, médicos y enfermeras, vigilantes, pacientes, presencié intervenciones quirúrgicas, observé cuerpos abiertos, sangre salpicada entre tijeras enredadas, gasas manchadas, curas en bandejas, gasa arrugada con sangre, con líquidos espesos, amarillentos, rojizos, y marrones. Luces por todos lados, equipos médicos, el anestesiólogo, todavía conservo y recuerdo los olores y las sensaciones de estar allá, lo congelado del sitio, relacionarme sin querer con su grupo de trabajo, y como si fuera uno más de ellos, me lavaba las manos y me quitaba la indumentaria de quirófano requerida que me daba una enfermera justo antes de comenzar la operación. Los guantes, tapabocas y demás. Conocí el cuarto donde se quedaba cuando le asignaban la guardia, pasando la noche con él en varias oportunidades, aunque nunca supe cuando lo llamaban por un nuevo paciente que ingresaba en emergencia. “Un herido de bala desangra después de un tiroteo.” Hacia lo posible para no despertarme. También en eso dedicaba trabajo. Tuvo toda la intencionalidad y deseo que fuese médico como él, pero Dios y lo que llaman destino,  hizo que tomara otro camino, me he dedicado a escribir, comunicar, tomar fotos, algunos videos. Camino el cual sigo construyendo.

En esos años también reconocí la admiración que la gente le tiene a mi padre. Enfermeros, pacientes y médicos, me daban un apretón de manos (más fuerte de lo normal) cuando sabían o saben que yo soy su hijo. Unos me compartieron y aún comparten su afecto, algunas vivencias y anécdotas que tienen con él, ese mismo cariño lo he visto y me lo han transmitido también en la calle, donde voy y me relaciono con personas bien sea por mis actividades, mi trabajo, o por encuentros fortuitos que se conectan y se relacionan. Al final de la conversa, dicen: “Saludos a su papá, el doctor Chuy”. La gratitud es expresada de distintas maneras. A veces llega un campesino a la casa y le deja un gran pedazo de queso, verduras, hortalizas, pescado en agradecimiento por la mejoría de su salud, en diciembre le dan hallacas, pernil, le han regalado almuerzos, perfumes, whiskey, incluso lo han parado con el carro los fiscales de tránsito y cuando se disponen a pedir los papeles y buscar la manera de sacarle dinero, cuando lo ven, se acuerdan que él operó a un familiar, la mamá, que sé yo, y lo saludan y le dice que siga manejando.

Mi papá es un médico humanista. De la vieja escuela. Durante toda su carrera profesional ha estado en contacto con la gente, de todos los sectores y lugares del estado Táchira. La concepción social que él tiene ha ido evolucionando con el pasar de los años. Pero su compromiso con la vida de un paciente no cambia. Quizás ese modo de servir, se debe a la influencia y a la conexión que ha sentido en trabajar por más de 30 años en la salud pública, permitiendo conocer y reconocer a sus habitantes, las familias, sus padecimientos, no limitarse con el informe médico y su historia clínica, sino conocerlos y hablar con ellos si es posible. Mi abuelo Porfirio Parada sin duda también ejerce una gran influencia en su formación como profesional, en los valores, y como ser humano, cuando tiene la oportunidad lo  recuerda en voz alta o en pensamiento. Por otra parte, el contacto con su hermano y también colega, mi tío Porfirio, se ven con cierta frecuencia. Puedo percibir cuando llega contento de una buena jornada o cuando llega cabizbajo por la muerte de un paciente que ya estaba en sus últimos días. Todas esas sensaciones cuando tengo la oportunidad y estoy en el momento, las escucho, algunas veces converso y le pregunto en torno a su trabajo, otras veces simplemente registro sus emociones y callo. Papá también le pide opiniones y posibles recomendaciones a mamá. Ella serena, responde. Hoy por lo menos cuando lo saludé, no estaba serio, conservaba el rostro de un padre. Su corbata estaba firme. Hablamos de fútbol.

*Lic. Comunicación Social
*Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio
*Locutor de La Nación Radio.

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