Francisco Corsica
Durante casi una década, Venezuela ha enfrentado graves problemas económicos que han afectado profundamente a su población. La inflación descontrolada, la escasez de alimentos y medicinas, la devaluación de la moneda, el colapso de los servicios públicos y la caída en la producción petrolera son algunos de los desafíos que han llevado al país a una condición deplorable. Esta situación ha provocado la emigración de millones de venezolanos en busca de mejores oportunidades y ha generado una de las mayores desigualdades sociales dentro del continente.
A pesar de este panorama, durante los últimos dos años se han observado algunas mejoras puntuales en la economía venezolana. La inflación, que llegó a alcanzar cifras astronómicas y difíciles de pronunciar, ha mostrado una desaceleración tan significativa como insuficiente; y el desabastecimiento de alimentos y medicinas ya forma parte de un triste recuerdo. Solo por citar dos ejemplos concretos. Estos avances habían generado un pequeño rayo de esperanza entre la población.
Sin embargo, Venezuela está lejos de cantar victoria en materia económica. La crisis continúa causando estragos entre su vulnerable población, con una baja capacidad adquisitiva y numerosos retos pendientes por superar. De hecho, esta situación se asemeja a un videojuego: cuanto más se avanza, más difíciles se vuelven las cosas. Según el Observatorio Venezolano de Finanzas (OVF), existe preocupación de que la economía del país no logre crecer en 2023, a pesar de los limitados signos de recuperación mencionados anteriormente.
Para este organismo, en el transcurso del primer semestre del año, los índices de crecimiento que venía arrojando el país se han detenido. Hay que tener presente que uno de los «grandes avances» en estos últimos años fue precisamente ese: en 2021, el Producto Interno Bruto nacional logró crecer por primera vez en casi 8 años. Entre 2013 y 2021, el PIB se redujo casi 80%, siendo uno de los síntomas inequívocos de la hecatombe que la sociedad venezolana ha venido padeciendo.
Nótese que el crecimiento económico es una situación deseada por la mayoría de los países. Difícilmente exista un país que no quiera mejorar su posición global frente a otros. Inclusive, la existencia del indicador sugiere que todos compiten entre sí para ver cuál de ellos crece más en el mismo período de tiempo. Y aunque no todos pueden aumentar su PIB todos los años ni al mismo ritmo, Venezuela desapareció de estos índices casi una década. Y los porcentajes de la caída llegaron a ser de dos dígitos. ¡Vaya tragedia!
Bueno, según los expertos, el sueño de un crecimiento pequeño pero sostenido, como el que venía ocurriendo, aparentemente se desmorona. Noticias así despertarán la inquietud de unos cuantos. Y con razón. Sobra decir que esta situación dificulta la generación de empleo, limita la capacidad del Estado para realizar las inversiones pertinentes y agrava la ya precaria situación social. Como consecuencia, si este escenario se cristaliza, los venezolanos nuevamente seremos los grandes afectados.
También cabe destacar que la inflación ha mostrado una desaceleración importante en estos años, pero continúa siendo una de las más altas del planeta. Según las cifras arrojadas por el Banco Central de Venezuela, la inflación correspondiente a junio fue de 6.2%, un poco más alta que la de abril y mayo, que fueron 3.8% y 5.1%, respectivamente; y muchísimo más bajas que la gran mayoría de las ubicadas entre 2017 y 2021, cuyas inflaciones mensuales llegaron a ubicarse sobre los tres dígitos porcentuales.
A resumidas cuentas, aquella expresión que sugiere que «Venezuela se arregló» no se corresponde del todo con la realidad. O al menos eso parece. Porque sí, el PIB ha crecido un poco últimamente, pero en las 8 vueltas al Sol anteriores el mismo indicador cayó casi cuatro quintas partes, habiendo perdido más de lo que se ganó. Asimismo, si ese aumento se estanca, la inflación no logra ser controlada y las desigualdades sociales siguen acentuándose, definitivamente no pueden ser consideradas excelentes noticias.
¡Qué pena que en pleno 2023 se siga hablando de estos problemas! De verdad, la sociedad venezolana es para que estuviera inmersa en otro tipo de discusiones. Lamentablemente, esta y otras coyunturas forman parte de una realidad que no puede ser evadida. Es fundamental que todos los agentes económicos realicen las labores necesarias para recuperar la senda del crecimiento y del desarrollo económico.
El sector público, por un lado, debe implementar políticas que fomenten la inversión, estimular la producción nacional y promover la estabilidad económica al corto, mediano y largo plazo. Las empresas privadas, por su parte, deben apostar por la innovación y la eficiencia, contribuyendo a la generación de empleos bien remunerados y la creación de riqueza. Finalmente, los ciudadanos con su consumo y su esfuerzo como empleados contribuyen a mejorar la situación.
Venezuela atraviesa un evidente deterioro en casi todos los aspectos de la vida diaria, desde hace mucho tiempo. Y aunque existen iniciativas loables para intentar mitigar los efectos, es fundamental concentrarse en eliminar las causas de tantos males. De otra forma, el país solo estará frente a pañitos de agua caliente. La recuperación económica de un viejo gigante continental no será fácil ni rápida, pero con la voluntad y la determinación suficientes, es posible construir un futuro más próspero para nosotros y para las futuras generaciones.