Francisco Corsica
La profunda crisis que ha afectado a Venezuela en los últimos años se ha manifestado en todas las esferas de la vida diaria. Prácticamente ningún aspecto ha quedado fuera de este desastre, y sería presuntuoso intentar listarlos todos, dada su gran cantidad. Por supuesto, la economía es un claro reflejo de esta situación, con una alta inflación, una moneda en constante devaluación, bajos sueldos, etc.
Al analizar el ámbito social, se revela una sociedad empobrecida, con una baja calidad de vida, servicios públicos deficientes y la separación de los núcleos familiares, en su mayoría debido a circunstancias adversas y no por elección. Lamentablemente, numerosos portadores de la cédula venezolana han tenido que atravesar fronteras en busca de un futuro más prometedor, dado que el país en estos momentos no puede proveerles dicho horizonte. Para agravar la situación, un considerable porcentaje de estos individuos son profesionales y técnicos altamente calificados en sus respectivos campos.
Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar una historia conmovedora. Se trataba de un especialista en electrodomésticos. Decía que antes tomaba algunos repuestos dañados para mandarlos a reparar con un amigo que sabía arreglar varios tipos de piezas. «Las salvaba cuando los demás siempre las trataban como chatarra», usando sus palabras. Eventualmente, obtenía otro trabajo en el cual podía colocar esas piezas, ahora restauradas y en óptimo estado, a un precio mucho más asequible.
¿Por qué no lo puede hacer ahora? Sencillo, su amigo murió, y aunque tenía dos hijos que lo ayudaban en esa labor, están viviendo de eso en otro país latinoamericano. Quedó un tercer hijo residiendo aquí, pero él actúa de “intermediario” con alguien más que sí trabaja con eso en otra ciudad, ya que en realidad no aprendió las técnicas de su padre ni de sus hermanos. “No vale la pena, porque ahora reparar el repuesto cuesta el doble que comprarlo nuevo”, lamentó con tono de nostalgia.
Así es: la fuga de talentos en Venezuela en los últimos años ha sido un fenómeno triste y alarmante. Son personas que no solo dejan una silla del comedor vacía, sino que dejan de aportar su experiencia y conocimiento, limitando así el progreso de nuestra sociedad. Es uno de los propósitos de ser “alguien en la vida”, ¿o no? Y mientras este país los espanta con su situación interna, otras latitudes les abren las puertas para que contribuyan con el desarrollo nacional. Claro, cuando van a ejercer el oficio para el cual se formaron.
Venezuela ha pasado de ser un país de inmigrantes a uno de emigrantes, debido a una combinación de factores políticos, económicos y sociales. Hace décadas, este territorio recibió migrantes de numerosas procedencias y culturas, debido a las oportunidades y facilidades que ofrecía. ¿Cuántos compatriotas no tienen padres o abuelos extranjeros? Sin embargo, la crisis que ha afectado a Venezuela en los últimos años ha llevado a que sean los venezolanos quienes salgan de estas fronteras, principalmente hacia otros países de la región.
Según el informe de la R4V (Refugiados y Migrantes de Venezuela), hasta junio de 2023, había 7.320.225 venezolanos refugiados y migrantes en todo el mundo, con 6.136.402 en América Latina y el Caribe. Y sí, unos cuantos la están pasando muy mal en sus destinos, pero hay otros que han conseguido lo que estaban buscando. Estos últimos ejercen lo que saben hacer, obtienen suficientes ingresos por sus habilidades y tienen cierta calidad de vida. Con su estadía, brindan servicios de calidad al país receptor.
Es importante tomar en cuenta que estas cifras son una suma de refugiados, migrantes y solicitantes de asilo reportados por los gobiernos anfitriones y pueden incluir imprecisiones. Además, con el paso de los años se han ofrecido diferentes estimaciones que no coinciden entre sí. Es posible encontrarse con otras menos alarmantes. No obstante, es innegable que la situación en Venezuela ha impulsado a un considerable porcentaje de sus ciudadanos a abandonar su tierra natal.
Los números no mienten. El problema de la fuga de talentos de Venezuela es un fenómeno real que tiene un impacto significativo en la economía y la sociedad del país. Aquí cabe precisar un daño adicional, y se trata del papel de la educación en este juego donde Venezuela está perdiendo permanentemente. Las universidades y escuelas técnicas están allí para formar nuevos talentos, aunque también para hacerlos valiosos miembros de esta sociedad.
De ese modo, pudiera afirmarse que el sistema educativo venezolano no solo debe lidiar con todos los desafíos inherentes al sector, sino que además está contribuyendo al desarrollo de otros territorios. Los diferentes niveles de la educación les están proporcionando a los estudiantes las herramientas para superarse a sí mismos, pero si no ejercen su profesión aquí, no se está procurando el desarrollo nacional. Por algo se le llama “fuga de talentos”.
Muchos están trabajando en áreas donde hay escasez de trabajadores calificados y desempeñan funciones importantes en sectores como la atención médica, la educación y la tecnología. Otros, en cambio, han comenzado sus propios negocios y están contribuyendo al mercado laboral local, creando oportunidades de empleo para otros. ¡De lo que se está perdiendo Venezuela por no valorar a su propia población económicamente activa!
Finalizando, la solución efectiva radica en abordar de manera integral la situación política, económica y social. Es esencial restaurar un horizonte prometedor que se ha desvanecido hace tiempo en el país. Para hacerlo, es crucial erradicar las raíces de los profundos problemas socioeconómicos, atraer inversiones privadas y recuperar la calidad de vida de los ciudadanos. Cualquier intento de reducir la migración de otra manera sería un acto de ingenuidad de proporciones enormes. Eso sí, hay que comenzar cuanto antes, porque si las cosas siguen a este ritmo, en varios años habrán más venezolanos en el extranjero que en su propio país. Dios mediante, no llegaremos a este punto.