Humberto González Briceño
Venezuela parece estar a merced de dos fuerzas, ambas destructivas, que avanzan sus intereses que no son los de la nación venezolana. Por una parte está el chavismo, que ya va a cumplir un cuarto de siglo en el poder, desmantelando economía, sociedad e instituciones hasta alcanzar niveles descomunales. Por la otra, hay una supuesta oposición que tiene el mismo tiempo fracasando como alternativa frente al chavismo y convirtiéndose más bien en su mejor soporte colaboracionista.
En un sistema político normal, con pesos y contrapesos institucionales, un pésimo gobierno como el de Nicolás Maduro podría ser sustituido por otro mejor o menos malo en un ejercicio necesario de alternabilidad. Pero Venezuela no tiene un sistema político normal. La ausencia de equilibrios se expresa en un Estado, no un gobierno, cuya cúpula controla sin resistencia todos los poderes públicos.
En este ejercicio totalitario las elecciones se reducen a un mero formalismo que contiene una ilusión de cambio, pero no es más que una ilusión. Y al estar negada la posibilidad de cambio político, lo único que queda es aceptar o irse.
Quienes aceptan lo hacen por una variedad de razones, no necesariamente que estén de acuerdo con ese régimen. Unos lo harán por supervivencia, otros por cansancio y otros tantos por conveniencia.
Pero quienes se van, no lo hacen tan solo como expresión de su inconformidad con la política. Hay quienes podrían vivir y aceptar el totalitarismo chavista siempre que al menos existan unas garantías mínimas para vivir decentemente. A lo menos que se podría aspirar es a tener agua, electricidad, comida, trabajo y respeto a la vida. Hay muchas otras cosas igualmente esenciales para una vida digna que quedan por fuera, por lo menos con esto la vida sería más o menos tolerable.
Más de 8 millones de venezolanos llegaron a la conclusión de que no solo el cambio político en Venezuela es imposible en las actuales condiciones, sino que además no existen las condiciones mínimas para vivir. El resultado es uno de los éxodos más impresionantes que se haya conocido en el mundo, situación que aún no se detiene y es motivo de estudio y análisis para especialistas y académicos. Algunos desde la comodidad de aula en algún campus universitario de Europa o Norteamérica se preguntan ¿Por qué los venezolanos no luchan en lugar de irse del país? Desde nuestra perspectiva emic la respuesta no es fácil, no se puede improvisar, pero irreversiblemente en cualquier momento tendremos que enfrentarnos a ella.
Por los momentos solo podemos constatar que la ausencia de 8 millones de venezolanos se siente en las calles, en los pueblos y hasta en los centros comerciales vacíos.
Hoy en la mayoría de los pueblos de Venezuela vemos 3 tipos de aglomeraciones: Los que hacen cola para comprar algo o tomar el autobús, quienes se reúnen para vitorear a algún candidato de la llamada oposición o dirigente del chavismo, y quienes salen a despedirse de sus familiares que emprenden el dramático e incierto camino de la emigración.
No paramos de preguntarnos: ¿Cómo se puede recuperar un país que ya ha perdido el 25 % de su población y donde el éxodo, lejos de parar, aumenta? ¿Cómo se puede preservar la integridad territorial vulnerada en toda la frontera e impedir el casi seguro desmembramiento de un pedazo de territorio por el oriente? ¿Es exagerado pensar que sin recursos, sin territorio y sin gente la nación venezolana tal como la conocimos es simplemente inviable?
¿Es acaso posible recuperar y reconstruir a partir de lo que queda? @humbertotweets