Eduardo Marapacuto
Hace pocos días, una mujer muy inteligente, de cabellos trenzados y estudiosa de las señas y señales del tiempo y del destino, muy amablemente me sugirió que escribiera sobre la vida y sobre su defensa en todas sus manifestaciones. Confieso que tal sugerencia la dejé pasar, por no decir que la tomé muy a la ligera; pero después, me despertaba en las madrugadas con esa voz susurrándome desde los silencios del alma: Respóndele, así sea corto, pero respóndele.
Bueno, empecemos diciendo que si no miramos la onda expansiva de lo que somos, seguiremos a tientas sin saber cuándo y cómo encontrar el quid de la cuestión. Sin ánimos de querer establecer torneos verbales con nadie, digo que el malestar y la frustración son los símbolos de la época actual. Por eso, más allá de nuestras creencias y la visión que tengamos sobre la vida y lo que profesamos como personas, todos los días deben ser para revolucionarios a nosotros mismos. Es el momento para transformarnos desde adentro, desde el alma; que miremos la vida, no como un drama, sino como una enseñanza, que es el objetivo central de nuestra existencia. En lo más recóndito y profundo de nosotros mismos está la fuerza para aprender y emprender las grandes realidades que se nos presentan. Precisamente, uno de esos aprendizajes es, tener una tolerancia extrema; así haya truenos y relámpagos en nuestro espíritu.
Tal como en el Mito de Perseo, debemos bajar al inframundo de nuestro propio subconsciente para decapitar a Medusa, que son nuestros defectos psicológicos. También debemos domar al León de Nemeo, que es la fuerza de los instintos y bajas pasiones que todo lo devasta y devora. Además, hay que aplacar la Hidra de Leina, que son los egos y los Yoes perversos del subconsciente intelectual.
Nuestra forma de actuar, pensar y sentir tiene que ser para la vida, para lo grande; inclusive, para enfrentarnos a nosotros mismos si es necesario, a nuestros errores y frustraciones. No debemos endurecer nuestro palpitar hacia la Patria, ni mucho menos hacia la familia y amigas y amigos. Que nuestros desacuerdos no afecten los principios de nuestros ideales, ni tampoco que seamos nosotros mismos quienes ayudemos a inflamar las llamas de la discordia; y si se incendian las pasiones y hay que arder, entonces que sea para defender la vida de nuestra patria.
Que nuestras palabras no sean para echar sal en las heridas. Tenemos una Patria, así que defendamos y protejamos nuestra independencia. Tal como se ha dicho desde siempre, escribir es placentero, pero también es una tarea dura y fatigosa. Yo escribo sobre la vida, sobre política y sobre mis propios ideales, marcados por los horizontes ideológicos. Por eso creo en el Proyecto revolucionario, tal como lo creyó Bolívar y Chávez, tal como lo cree Maduro y millones de Venezolanos. Esos millones de venezolanas y venezolanos no podemos estar equivocados. Somos bolivarianos, porque somos seguidores del pensamiento de Bolívar; somos chavistas, porque somos seguidores del pensamiento de Chávez; somos revolucionarios, porque creemos en la vida, en la solidaridad y en la paz. Desde mi visión, el capitalismo es hambre, muerte y destrucció
Debemos ponernos al tono del tiempo y dejar de ser los verdugos de la revolución. En mi caso, yo doy la cara por lo que escribo y con nombre y apellido expreso mis ideas y todo lo que el proyecto revolucionario significa. No escribo para herir o atacar destructivamente a nadie. Escribo para defender la vida, para defender la patria y la revolución.
*Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas.
Investigador RISDI-Táchira