Opinión

Un tachirense inspiró a los orandés de Fernando Botero

20 de septiembre de 2023

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Néstor Melani-Orozco

En la alcoba de los santos de la oligarquía de Cartagena viven los fantasmas de un pintor haciendo reír al mundo. Hay imágenes de un pueblo, como del mestizaje y de vírgenes con aromas de la costa del Pacífico, en sonar de tambores hasta de amor; ángeles negros. Donde está el bambuco y de un concierto las voces del vallenato. Vendedor de bananas en Medellín. Idealista del realismo latinoamericano junto a David Manztu. Compañero, amigo y rival de Gabriel García Márquez «Cuando era feliz e indocumentado» y de una propuesta entre la sátira social y la otra realidad de Colombia. Sus figuras en la grandeza le dieron la vuelta al mundo. Museos, palacios, países y el rostro de su nación convertida en la otra fuerza, entre el dolor y los hechos. Por eso sus figuras poseen el retablo de los ingenuos italianos, como de la connotación del pintor inglés, hijo de Freud. Y el relato de un poeta en Cúcuta de describir al joven pintor, entre los años de 1956 y de allí, conocer a un maestro ingenuo que realizaba figuras de santidades gordas en una población de la frontera de Mérida llamada San Simón de Miguel Arcángel.

Hechos de una versión o el testimonio de los viajeros. Fernando Botero, quien fue estudiante junto a Eduardo Ramírez Villamizar en la Academia de Bellas Artes de Bogotá y muy joven en Madrid se hizo artífice de crear «gordas» después de dibujar una mandolina donde su boca parecía que iba a explotar. Cosas de la rebeldía a un concepto plástico; desde La Gioconda de Da Vinci convertida en voluptuosa, hasta de toreros en escenarios de la orandes. De Ángeles mostrando barrigas y de prostíbulos con mujeres de las heredades del Renacimiento. Pintó con la única pureza de su otra realidad, en los dolores creados por el narcotráfico y los ejércitos comunistas y guerrilleros. Lo hizo en reclamos a la humanidad de un mundo. Existe una posibilidad de un haber, pues cruzó a San Cristóbal de Venezuela, dicho por Samael Aun Weor, junto a Toto Villamizar, el cuentista de Pamplona y entre lo posible el pintor colombiano vio; las obras del hijo de La Grita, radicado en San Simón, Elicerio Arrellano, quien venía desde 1935 pintando figuras obesas de santos como remedios de las lágrimas del pueblo. Esto al parecer inspiró al artista. Lo dijo una vez el connotado crítico Carlos Silva. Y Martha Traba lo describió en la poesía viviente del pueblo. Más de aromas Botero se convirtió en la idea cultural de la nueva Colombia. Después de entregar a la reina de Inglaterra su imagen de vieja y gorda, entre el aroma de sus caries. Allí se casó con una bella londinense. Muy después radicado en Roma experimentando las fuerzas de sus dibujos. De saber de Giorgio Chirico hasta las presencias antiguas de los modelos de pinturas prerrenacentistas. Viviendo en Paris junto al neorrealista Antonio Zamudio. Allí le permitió hacer grandes acontecimientos; exponer sus esculturas gigantes, desde el «Gato» hasta «La tempestad», y la «Maja del Cauca» en el Arco de Triunfo en los inmensos, Campos Eliseos. Terminó viviendo en Grecia, donde se juntó con la joven escultora Sofhia Vari. Y en italia habitó pintando en una isla. Entre su departamento de New York a Medellín su Museo. O Paris de ilusiones perpetuas. Idealiza junto con Alejandro Obregón en la rivalidad de los compromisos del arte entre la vanguardia del país del río Magdalena. El ilustre pintor Zuliano Ender Cepeda parafraseó las realidades afines al Botero. Entre la pretenciosa y mística en la lección Naif del Aduanero francés Rosseau. Asistir en Bogotá al barrio La Candelaria, es lugar obligado de visitantes; de estudiosos del arte, contemplar el salón museo de las obras de Fernando Botero. Como tintes de un verdadero imaginario. La museóloga Sofía Imbert le organizó un testimonio en Caracas en el hoy Museo de Arte Contemporáneo. Allí se quedaron obras de su ideario, entre los sueños del colombiano que burló los hechos de políticos, de guerrilleros, de clérigos y dejó un llanto por su tierra de Suramérica. Hoy llora el Arte latinoamericano, pues se fue a los 91 años describiendo las Gordas, vestidas de monjas y haciendo del sabor de la canela el color de la tierra, como también de 100 años de Soledad entre las otras caras de un realismo mágico. Pintor de las torturas a los pobres, como invocador de La Paz, cuando aún sigue llorando la tierra desde su Cauca hasta la cumbre del Tequendama, para decirlo en la puerta de un grito, con la sal de Colombia… Para finalizar esta memoria en recuerdos de sabernos; que su compañero de Francia Antonio Zamudio, fue profesor de la escuela de Bellas Artes de San Cristóbal.

*Artista Nacional. *Premio Internacional de Dibujo Joan Miró 1987. Barcelona. España. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Premio Nacional del Libro 2021.

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