Francisco Corsica
Una leyenda japonesa sostiene que un hilo rojo invisible conecta las almas de las personas destinadas a cruzar sus caminos. No se ve, no se siente, pero se dice que es inquebrantable, destinado a estirarse y encogerse para acercar a dos personas, sin importar dónde se encuentren o qué circunstancias estén pasando. Aunque inicialmente esta idea tiene connotación romántica, su poderosa metáfora trasciende las fronteras del amor. Es la representación misma de lo que llamamos «destino».
Sin embargo, esta leyenda ancestral ha sido reinventada en la era digital. Ya no es un hilo invisible, sino un brillante cable amarillo que se despliega ante nuestros ojos en la maraña de cables y conexiones que se extienden por el mundo. Este hilo amarillo no emana del cuerpo humano, como un cordón umbilical, sino que se conecta a través de los rúters, permitiendo una comunicación instantánea a larga distancia.
El internet, esa maravillosa creación de la era moderna, ha llegado para transformar fundamentalmente la forma en que nos relacionamos, investigamos y disfrutamos de la vida. En un mundo donde un simple mensaje puede viajar al otro lado del globo en una fracción de segundo, la distancia física ya no es una barrera insuperable. Antaño, un saludo podía tardar meses en alcanzar a alguien en tierras lejanas, pero en la era del hilo amarillo digital, el tiempo y el espacio parecen disolverse.
En un país que ha enfrentado tantos desafíos recientes, hablar sobre la situación de los servicios esenciales puede parecer como abrir una herida que nunca termina de sanar. En el siglo XXI, donde la velocidad en las telecomunicaciones es sinónimo de progreso, Venezuela se ha quedado atrás en múltiples aspectos, incluido el acceso a internet de alta velocidad. Mientras el mundo avanza vertiginosamente, ignorar el contraste que representa la situación en este país sería ilusorio.
No es una exageración decir que Venezuela está atrapada en una paradoja de desafíos. Si la infraestructura eléctrica sufre constantes fallas y el suministro de agua es un lujo escaso, no debería sorprender que el internet sea otro servicio que se resista a mejorar. El sistema educativo y de salud, pilares fundamentales de cualquier sociedad, se tambalean bajo el peso de la negligencia y la falta de recursos.
Lamentablemente, Venezuela se encuentra en la lista de países con una de las velocidades de navegación más lentas del mundo. Es sorprendente, e incluso irónico, que las regiones fronterizas con los países vecinos experimenten una mejor conexión a internet que las grandes ciudades criollas. Empresas privadas de las sociedades vecinas ofrecen servicios de internet con velocidades que la mayoría de las empresas locales no pueden igualar.
Hablar en estos términos es vergonzoso y desalentador. ¿Por qué Venezuela se encuentra en la cola de tantos rankings internacionales? ¿Cuándo se dejaron de hacer las cosas correctamente? Las respuestas a estas preguntas son complejas, pero como sociedad debemos abordarlas con seriedad y determinación. El país se encuentra en la antesala de varios procesos electorales importantes. Resulta esencial que se evalúen detenidamente las propuestas y capacidades de los candidatos, de cara a aliviar las deficiencias actuales.
También debe hacerse mención de los esfuerzos loables realizados por el sector privado, en busca de mejoras significativas en este aspecto. Los números son testigos del rezago de Venezuela en cuanto a la velocidad de internet, pero también hay que enfatizar el papel crucial que desempeñan las empresas privadas en la modernización de este vital servicio.
Es cierto que CANTV, como empresa estatal, tiene la responsabilidad de modernizar y sofisticar sus servicios, para ponerse al día con las demandas de la era digital. No obstante, en toda economía moderna, el sector privado desempeña un papel fundamental en el desarrollo de servicios de alta calidad. Con su innovación y agilidad, tienen la capacidad de liderar la transformación de las telecomunicaciones en Venezuela.
Una de las alternativas que comienza a ganar relevancia en el país es el acceso a internet satelital y la fibra óptica, en su mayoría impulsados por empresas privadas. Estas tecnologías ofrecen velocidades sorprendentes, indiscutiblemente superiores a las opciones tradicionales. Sin embargo, es importante reconocer que, a pesar de sus ventajas, el costo de estas soluciones sigue estando fuera del alcance de la mayoría de los venezolanos.
Afortunadamente, algunas empresas están haciendo grandes esfuerzos para llevar la fibra óptica a un público más amplio. Recientemente, varias de ellas están invirtiendo tiempo y recursos para modernizar sus infraestructuras y aumentar la velocidad de sus servicios. Esta iniciativa es un paso en la dirección correcta, ya que busca brindar a los usuarios una experiencia de internet más rápida y confiable.
Eso sí: esta transición también plantea dilemas económicos. Muchos venezolanos, a pesar de la indiscutible mejora en la calidad de la conexión, enfrentan la difícil decisión de si pueden permitirse añadir una factura adicional a sus gastos mensuales. Se trata de una encrucijada donde la tecnología promete avances significativos, pero la accesibilidad económica sigue siendo un desafío en una sociedad tan desigual.
Sin dudas, Venezuela está inmersa en un desafiante ciclo de recuperación de sus servicios públicos. Este ciclo abarca una amplia gama de áreas, ya que prácticamente todos los servicios muestran algún grado de deterioro. El mundo de hoy está fuertemente influenciado por la tecnología y la conectividad. La intermitencia en el suministro eléctrico y la lentitud en la conexión a internet son obstáculos reales, que impiden el progreso y limitan las oportunidades.
Recuperar nuestros servicios públicos no es solo una cuestión de comodidad, es una inversión en el futuro de Venezuela. Se trata de transformar un país que ha enfrentado dificultades en un lugar moderno y atractivo para sus pobladores y para los visitantes. Que sea una sociedad donde la innovación y el progreso florezcan, donde las oportunidades sean accesibles para todos, y donde podamos liderar rankings que reflejen nuestro desarrollo y no nuestras carencias.