Reportajes y Especiales
#MujeresDeFrontera │ Una maleta ajena y el intercambio del destino
16 de octubre de 2023
“Al despedirnos, mis padres lloraban desconsolados. Aun así, no dudé en tomar el lugar de mi hermana”
Norma Pérez
Una tarde, hace 63 años, dos religiosas de la congregación Hermanas Dominicas Santa Rosa de Lima tocaron a la puerta de la casa donde vivía Romelia García Ospina con sus padres y ocho hermanos, en un barrio de Medellín, Colombia.
Iban en busca de vocaciones, y al ver que en la familia había cinco jóvenes, preguntaron si alguna de ellas quería incorporarse a la vida religiosa. Sin pensarlo mucho, Alicia, de 25 años, respondió que sí y acordaron que la buscarían a la semana siguiente para emprender el viaje hacia Venezuela.
Romelia, dos años menor, escuchó con indiferencia la propuesta y observó a su hermana mientras hacía los preparativos para su inminente partida.
“Las religiosas conversaron con mis padres y con nosotras. La única que se animó fue Alicia, y comenzó a arreglar su maleta, ya que en unos días pasarían a recogerla”.
En la joven despertó un repentino interés por seguir los pasos de su hermana. Ante la negativa de sus padres, que darían permiso a una sola de sus hijas, le pidió que se quedara para poder tomar su lugar, pero ésta no accedió a sus ruegos.
“Cuando las monjitas llegaron a buscar a Alicia, de repente, ella me miró y me dijo que sí, que me fuera. Me despedí de mis padres con una enorme tristeza. Ellos, sorprendidos, se echaron a llorar desconsolados. Pero no desistí. Pienso que Dios tocó mi corazón. Como no había tiempo de preparar mi equipaje, me llevé la maleta con las pertenencias de Alicia. Así, mi hermana y yo, intercambiamos nuestro destino”.
Desde ese episodio, transcurrieron más de seis décadas, y Sor Romelia, ahora con 86 años de edad, forma parte de las religiosas que cuidan a los ancianos en la Casa Hogar “San Martín de Porres”, en Rubio. Es firme su convicción cuando dice que no se arrepiente de la decisión que tomó.
Agradecida con Dios
“Fue un tiempo muy duro, sentí la tentación de irme, porque pensaba que le había quitado el lugar a mi hermana y cargaba con esa culpa. Hasta en un momento, intenté regresar a mi casa. Pero, con el paso de los meses, volvió la calma a mi espíritu y dediqué mi tiempo a cumplir con mis tareas, a ayudar a mis semejantes”.
Romelia nació en Medellín y es la cuarta de nueva hermanos en la familia que formaron Arturo García y Ana Julia Ospina. Desde niña trabajó en una fábrica, donde ayudaba a empacar y sellar cajas. Tenía 23 años de edad cuando inició su nuevo camino.
“Viajamos un grupo de once muchachas, estuvimos dos días en Ureña, mientras se resolvían aspectos legales; después nos trasladamos a Mérida donde fuimos postulantes, durante seis meses. Una vez cumplido este requisito, hicimos dos años de noviciado y aquí estoy, por la pura misericordia del Señor”.
Concluido este periodo, profesó los primeros votos y de allí, ya suma 63 años de actividad religiosa. “Hoy puedo decir que no me arrepiento. Fue de manera apresurada, inesperada para todos; pero ese es el camino que Dios me señaló”.
“En Mérida, nos alojaron en la Casa Madre “San José de la Sierra”; posteriormente estuve en Caracas, Maracay, El Vigía y Maracaibo; en estos lugares trabajé como maestra de preescolar y primer grado”.
Hace cinco años llegó a la Casa Hogar “San Martín de Porres”, donde asiste a los ancianos. En este lugar, cumple con diversas tareas que combina con los ratos de oración.
“El 23 de agosto cumplí cinco años en Rubio. Es un trabajo reconfortante; me gusta compartir con estas personas desamparadas, que llegan en busca de un albergue, afecto y cuidados”.
Lamenta que su salud no la ayude a realizar todas las labores, pues hace unos años sufrió dos fracturas en la pelvis, producto de una caída. Además padece de artrosis deformante que le afecta las manos, osteoporosis y otras dolencias.
“Me subí a una silla a regar unas plantas, pero estaba oscuro porque no había luz; di un paso en falso y me caí hacia atrás. Afortunadamente no me golpeé la cabeza. No me podían operar por varios factores: no había el dinero para hacerlo, era riesgoso por mi edad y por la artrosis. Al final, con la intervención de Dios, se resolvió y pude volver a caminar”.
Aun así, siempre se mantiene activa, con una sonrisa espontánea, disposición para atender a los ancianos y a quien requiera de su apoyo.
“Nunca me quejo, me gusta la música, me regocija el regalo de la vida. Soy feliz y pienso que la alegría nadie me la va a quitar. Me siento bien y agradecida con Dios por darme la oportunidad de contribuir con mis semejantes”.
Considera que lo mejor que le ha dado la vida es su vocación, a pesar de que al principio extrañaba a sus seres queridos.
“Somos humanos. Dejar atrás, patria, familia y el hogar, no es fácil. Pero entendí que no debemos apegarnos a nada, pues llegamos solos y así nos iremos de este mundo. Cuatro años después que salí de mi casa, fue que volví a abrazar a mis seres queridos”.
Afecto de los rubienses
Para la Hermana Romelia es muy valioso el respaldo que la comunidad del municipio Junín, brinda a la Casa Hogar “San Martín de Porres”, les permite siempre salir adelante.
“Estamos muy agradecidas con los habitantes de Rubio, los queremos por lo que son, no por lo que nos dan. Siempre nos proveen de ropa, alimentos y muchas cosas que necesitamos para los adultos mayores. También el cariño que nos demuestran personas hasta de otras religiones. Se acercan, ofrecen su cooperación. Son momentos críticos, pero siempre contamos con alguien para continuar con nuestra obra de caridad”.
Interrumpe la conversación para atender las solicitudes de los ancianos. Impecable, a pesar de los pequeños remiendos en el hábito que cubre su figura menuda, erguida, con pasos firmes, que desmienten los años acumulados y la salud frágil, Sor Romelia se aleja sonriente y presurosa por el pasillo, para asistir a quienes la reclaman.
Antes de despedirse, comenta que Alicia se casó a los pocos meses de cederle su lugar, tuvo un hijo y conformó su núcleo familiar. Nunca devolvió aquella maleta ajena, pero está segura que tomó la decisión correcta.
Su fe sigue intacta y su corazón, en paz. Cumplió su destino.